Luz (nombre ficticio), llegó con este pedido: “Necesito que ayude a mi nietita de siete años, porque está triste y no quiere ir al colegio”. Pero antes de indagar en su nietita, opto por centrarme en ella: “Luz, y tú, ¿cómo estás?”. Sus ojos enseguida se llenan de lágrimas. Me cuenta que los padres de su nieta tienen problemas de convivencia y algo más. Seguimos hablando y el testimonio no puede ser más desgarrador. Sus dos hijas, ahora ya casadas y con hijos, fueron abusadas por su propio padre. Fue el motivo por el que ella se separó. Pero en sus ojos pude percibir algo más. Había más dolor ahí adentro. “Luz, ¿a ti te ha pasado algo como eso? No hizo falta respuesta o, mejor dicho, la respuesta fue un llanto. Un grito ahogado y contenido por muchos años, desde niña. Una profunda herida mantenida en silencio,en secreto, sin tener a quién expresarlo, por las huellas que deja, por la culpa que se engendra, por el sentimiento de mancha que queda. Un algo que les hace sentir indignas e impuras. ¡Cuánta violencia y maltrato silenciado! Violencia y maltrato ocultos, sin la oportunidad de poder desahogarlos ni compartirlos con alguien para, desde el compartir, poder intentar superar esta experiencia tan dolorosa.
Historias como la de Luz son comunes en la Amazonía...
* psicóloga clínica y misionera dominica del Rosario en Sepahua (Ucayali)