¡Qué lindas las palabras de Jesús cuando te dijo:
“Aquí tienes a tu hijo”!
Ese hijo era Juan, el amigo predilecto, y era también yo.
Y todos los hombres del mundo.
¡Qué lástima que muchos no lo saben!
Y qué pena que a veces olvidamos lo que Jesús nos dijo:
¡”Aquí tienes a tu Madre”!
Hoy te rezo con más confianza que nunca.
Quiero agradecerte que seas mi madre,
Que me acompañes y cuides, que me sostengas y formes.
¡Ya sabes cómo te necesito!
Me siento a veces tan pobre que sólo la seguridad de tu cariño me tranquiliza.
¡No me dejes Madre mía!
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».(Lc 1, 28-33)
María, la mujer que prepara el vino nuevo para la Iglesia. Virgen de la espera y del adviento. María nos estimula a captar los signos de los tiempos, intuir el futuro y favorecer su preparación.
Nuestra relación con María no es puramente devocional. La Consolata, por motivos de origen, carisma y espíritu, impregna todas las expresiones de nuestro ser y nos plasma. No basta con reservarle momentos de atención y oración, casi separados del resto. Es necesario captar las conexiones íntimas que existen entre nosotros y la Virgen, entre nuestras familias y la Consolata, para llegar a una mejor unión de la piedad mariana con aquello que nos proponemos ser y hacer.
María, dulce muchacha humilde de Palestina. Dice el P. José Allamano: “Se le anunció que estaba llena de gracia, que el Señor estaba con ella y que iba a ser Madre de Dios; ella, en vez de engreírse como hacemos nosotros, que por una pequeñez levantamos la cresta, se proclamó sencillamente la esclava del Señor, plegando la cabeza a la voluntad de Dios”.
Propósito: Pidamos la fortaleza necesaria para no desanimarnos frente a las dificultades que pueda traer el vivir nuestra fe.
Oración
Oh Consolata, oh Virgen bella, de nuestra vida sé tú la estrella. En las tormentas dona consuelo al que te llama reina del cielo.
¡Somos tus hijos y te amamos, oh Consolata, a ti clamamos!
Tus misioneros van caminando, a Jesucristo van anunciado. En su tarea liberadora se tú la Madre Consoladora.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Nuestra Sra. de la Consolata Ruega por nosotros
Beato José Allamano Ruega por nosotros