¡Qué lindas las palabras de Jesús cuando te dijo:
“Aquí tienes a tu hijo”!
Ese hijo era Juan, el amigo predilecto, y era también yo.
Y todos los hombres del mundo.
¡Qué lástima que muchos no lo saben!
Y qué pena que a veces olvidamos lo que Jesús nos dijo:
¡”Aquí tienes a tu Madre”!
Hoy te rezo con más confianza que nunca.
Quiero agradecerte que seas mi madre,
Que me acompañes y cuides, que me sostengas y formes.
¡Ya sabes cómo te necesito!
Me siento a veces tan pobre que sólo la seguridad de tu cariño me tranquiliza.
¡No me dejes Madre mía!
María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
(Lc. 1,46-56)
El Magnificat (“Proclama mi alma la grandeza del Señor”) es el grito más espléndido de alegría que haya salido del corazón humano. Dice el P. Didon, según lo menciona el P. José Allamano: “María Santísima no piensa en la propia bajeza, no se exalta más que en Dios. Predice su gloria, pero no ve en esta gloria más que el triunfo de Dios”. Y el Allamano sigue: “Dios es todo, el hombre no es nada; pero esta nada puede llegar a ser algo abajándose en su nulidad, deseoso única y sumamente de glorificar a Dios en todo y siempre”.
Hija de Sión, pobre en medio de los pobres, recibe toda la herencia histórica sapiencial de su pueblo, la revive, la canta y prepara su encuentro con el Señor de la historia. La opción preferencial por los humildes y los pobres, “entre los cuales sobresale” (LG 55), nos lleva a acompañar el camino de los pueblos, favoreciendo el encuentro entre evangelio y valores históricos y culturales. Son bienes que tratamos de descubrir, apreciar y salvaguardar.
Propósito: Pidamos que –como la Virgen- cantemos, alabemos y demos gracias a Dios por los beneficios que nos regala.
Oración
Oh Dios, que por medio de la Virgen María, has querido dar a tu pueblo, la verdadera consolación, Jesucristo, concede a nosotros, que la veneramos con el título de “Consolata”, colaborar junto a Ella, en la obra de la salvación. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Nuestra Sra. de la Consolata Ruega por nosotros
Beato José Allamano Ruega por nosotros