Como emprendedores en ese camino de madurez cristiana, no podemos caminar solos, a ciegas, a nuestro parecer, bien sabemos que si no conocemos el camino, podemos tropezar, caer o muchas veces desviarnos.
¿Cómo podemos caminar? El guía siempre va adelante dirigiendo y mostrando la ruta, no en medio, ni atrás; siempre está seguro de lo que hace y no permite que caiga nadie, presenta la salida de sus obstáculos y ayuda a aquel que no puede dar el paso. Jamás abandona a ninguno de sus encomendados, que como inexpertos en el campo del seguimiento, pueden tropezar fácilmente. El guía conoce su tarea y la emprende con entrega reconociendo que los otros no pueden únicamente con su poca fuerza.
Cuando caminamos solos, tomamos otras opciones, nos aferramos a nuestro parecer, a nuestra forma de ver el camino y vamos por él como ciegos, desviándonos sin darnos cuenta: nos falta el guía.
Sin un guía, cada quien tiene su propia visión del camino, se toman opciones diferentes, y, consecuentemente se forma la discusión, entrando en controversias, a veces permanentes. Conocer el camino y la capacidad de cada uno, es trabajo del guía, que debe permanecer constantemente en ese conocimiento.
Entramos a compartir verdaderamente la mesa, cuando, a pesar de nuestras diferencias, encontramos todos con la ayuda del guía, el paso correcto, el camino correcto que nos conduce a la verdad, el cual nos lo presenta el propio dirigente en la concordancia con la comunidad. Esa verdad la reconocemos cuando ella nos edifica, no en bien individual, sino en el bien colectivo que presenta y refleja el Cristo mismo a quien tratamos de seguir y de imitar.
No hay comunidad perfecta, pero tampoco se camina rectamente cuando nuestra prioridad no es Cristo, cuando no reflejamos a Cristo. Sin embargo no nos debemos desanimar, porque el mismo Maestro, Aquél que nos ama tanto, jamás nos abandona.