¡Qué lindas las palabras de Jesús cuando te dijo:
“Aquí tienes a tu hijo”!
Ese hijo era Juan, el amigo predilecto, y era también yo.
Y todos los hombres del mundo.
¡Qué lástima que muchos no lo saben!
Y qué pena que a veces olvidamos lo que Jesús nos dijo:
¡”Aquí tienes a tu Madre”!
Hoy te rezo con más confianza que nunca.
Quiero agradecerte que seas mi madre,
Que me acompañes y cuides, que me sostengas y formes.
¡Ya sabes cómo te necesito!
Me siento a veces tan pobre que sólo la seguridad de tu cariño me tranquiliza.
¡No me dejes Madre mía!
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». (Lc. 1,39-45)
María educa para una misión que requiere cada vez más capacidad de relación con los otros. Es una forma de consolación que se ejercita estando al lado de la gente, tomando inspiración de María, Consoladora de todos los que la invocan, alegría del género humano. No basta hacer, es preciso entrar en el corazón, escuchar, acoger las palabras del que no tiene quien le escuche.
Consolación es el Servicio de la caridad. En su solicitud y atención para con Isabel María se hace partícipe de la misericordia del Hijo de Dios, que pasó por nuestra tierra haciendo el bien, sanando, mitigando toda enfermedad y dolor. En María encontramos la solicitud de la mujer que lo ve todo, está atenta, tiene ojo para todo aquello que concierne a los hermanos.
Quien se compromete en el servicio a los demás y en compartir su fe y su esperanza en la caridad, experimentará que hay más alegría en dar que en recibir; y que la propia fe se fortalece compartiéndola.
Propósito: Pidamos a la Virgen que nos enseñe a ser serviciales con cuantos nos rodean.
Oración
¡Oh, Virgen Santísima, sé Tú el consuelo único y perenne de la Iglesia a la que amas y proteges! ¡Consuela a tus obispos y a tus sacerdotes, a los misioneros y a los religiosos, que deben iluminar y salvar a la sociedad moderna, difícil y a veces hostil! ¡Consuela a las comunidades cristianas, dándoles el don de numerosas y firmes vocaciones sacerdotales y religiosas! Consuela a los que llevan en el cuerpo y en el alma las heridas causadas por dramáticas situaciones de emergencia; a los jóvenes, especialmente a los que se encuentran, por muchos y dolorosos motivos, extraviados o desanimados; a todos los que sienten en el corazón una ardiente necesidad de amor, de altruismo, de caridad, de entrega, y cultivan altos ideales de conquistas espirituales y sociales.
Oh, Madre Consoladora, consuélanos a todos, y haz comprender a todos que el secreto de la felicidad está en la bondad, y en seguir siempre fielmente a tu Hijo Jesús.
Juan Pablo II
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Nuestra Sra. de la Consolata Ruega por nosotros
Beato José Allamano Ruega por nosotros