Ahora hace parte de la dirección general del Instituto y coordina el trabajo de los misioneros de la Consolata en el continente americano. Por eso llegó de nuevo a esta región en compañía del padre Stefano Camarlengo, vicesuperior general, para realizar la visita provincial. Labor que hacen cada seis años y que sirve para evaluar el trabajo realizado por la comunidad en cada una de las zonas del continente.
Afirma que su vocación le viene desde la niñez, primero porque su hogar es católico y porque estuvo metido en la Iglesia como catequista y acólito en su tierra natal Portugal. “Es evidente que a medida que iba creciendo conocía más sobre el sacerdocio, siempre quise ser sacerdote misionero y dejar mi familia y mi país e ir a ayudar a las personas que más me necesitaban”.
LA PATRIA dialogó con el sacerdote Fernandes durante su visita al Santuario de Fátima, donde residen los sacerdotes de su comunidad.
Encuentro
¿Se hace verdadera misión en Latinoamérica?
Hay de todo, porque nuestra presencia en América es muy diversa. Tenemos misiones y trabajo junto a los indígenas y a las comunidades afrodescendientes con las cuales estamos hace mucho tiempo y hacemos una gran labor, principalmente en Brasil y Colombia, y ahora en Venezuela.
¿Ustedes también trabajan en la educación?
Sí, hay trabajo en las periferias urbanas, en educación y animación de la iglesia local para poder estar atentos a las necesidades del mundo misionero. Yo estoy muy contento con la labor que hicieron, desde luego, que quedan muchos desafíos con los qué trabajar hoy en día y que es importante tener en cuenta, pero creo que los misioneros y el trabajo junto con las comunidades ha dado buenos frutos.
¿Cómo asume su congregación la deserción de los sacerdotes, hay apoyo después de que dejan su trabajo apostólico?
Cierto, nosotros todos los años tenemos misioneros que salen del Instituto a nivel mundial y aunque para nosotros siempre es una tristeza tratamos de acompañarlos hasta el último momento en todos los aspectos para que ellos puedan reconsiderar su opción y en el caso de que vean que ese no es el camino apoyarlos para que en su nueva vocación lo puedan vivir con acierto. Siempre ha sido una atención humana y espiritual y es evidente que el esfuerzo y los valores que esos misioneros tienen no se van a perder porque decidan salir del Instituto.
¿Existe una relación entre el rito y la fe?
Yo creo que en nuestra vida hay que poner atención a lo que somos, tenemos mucho de corazón y hay que saber trabajar eso. Nuestra fe está ligada a signos y necesitamos expresarla, yo no me opongo al ritual creo que es una expresión y hay que saber identificarla como un proceso comunitario. Es evidente que nuestra espiritualidad y corazón necesitan ser comprendidos porque son lo que dan razón a la fe, una fe que debe ser siempre práctica, que nos lleve al amor, a la transformación personal y comunitaria, de lo contrario no tiene sentido.
Después de 20 años, ¿cómo ve a Colombia?
Yo vine a Colombia en 1989 cuando era un país golpeado por la violencia del narcotráfico, aún así experimenté un pueblo de corazón enorme, acogedor, alegre y familiar. Aquí encontré mi segunda familia. Lo que siempre admiré fue que delante de tanta violencia la gente lograba mantener la esperanza y la alegría de vivir. Este pueblo colombiano tiene mucho para dar porque es capaz de vencer las dificultades. Además fui encontrando mucha creatividad en la Iglesia y en los pueblos por eso valoro estos tres aspectos: la fe, la esperanza y la creatividad en la que ustedes viven.