Con motivo de los periódicos encuentros de nuestra Comunidad Apostólica Formativa (CAF) de Mendoza, hemos reflexionado sobre el tema del servicio, dado que es uno de nuestros compromisos como Misioneros de la Consolata. Además, hace parte del ministerio del acolitado, que recibimos hace poco, y que nos dispone a un servicio especial en esto camino que estamos haciendo, preparándonos a servir al altar del Señor. 

El servicio es prestar asistencia a quienes necesitan ayuda. El servicio cristiano nace del amor genuino que se siente por el Salvador, y del amor y la preocupación por quienes Él no sólo nos da la oportunidad de ayudar, sino de guiar en la vida. El amor es más que un sentimiento; cuando amamos a los demás, deseamos ayudarlos.

Jesús se nos presenta como el primero servidor. El evangelio de Lucas (Lc. 22:27) nos recuerda: “…Yo estoy entre ustedes como el que sirve”.

Jesucristo es el ejemplo perfecto del servicio

v  Jesús Salvador proporcionó el ejemplo perfecto de servicio. Él explicó que no había venido para que le sirvieran sino para servir y dar su vida por nosotros (Mt. 20:28).

v  Jesucristo nos ama más de lo que podemos comprender. Cuando anduvo en la tierra, Él sirvió al pobre, al ignorante, al pecador, al despreciado; enseñó el Evangelio a todos los que quisieron oírlo, alimentó a la gente hambrienta que iba a escucharlo, sanó a los enfermos y levantó a los muertos.

v  En un acto de servicio humilde de Jesús, poco antes de su crucifixión, se reunió con sus discípulos y, después de enseñarles, tomó una vasija con agua, una toalla y les lavó los pies (Jn. 13:4 - 10). En esa época, lavar los pies de un visitante era signo de respeto y honor y por lo general lo hacían los sirvientes. Jesús lo hizo como ejemplo de amor y servicio. Cuando estamos dispuestos a servir a los demás con espíritu de amor, nos volvemos más semejantes a Cristo.

A propósito de la vocación de servicio nos dice el Papa Francisco en la Carta en el marco del año de la “la vida consagrada: “La vocación al servicio es la alegría del encuentro con el Señor y su llamada es la que nos lleva a no encerrarnos sino a abrirnos: llevando el SERVICIO en la Iglesia”.

“Todo sea para gloria de Dios y no quede nada por hacer de lo que a nosotros nos toca”. Este pensamiento de nuestra Madre Teresa de la Cruz, nos debe llevar a ensanchar el corazón para servir y amar con un amor universal, pues es Él quien derrama este amor en nuestros corazones; es amar a los demás como los ama Dios: sin egoísmos, ni intereses, ni conveniencias personales.

Nuestro fundador, el Beato José Allamano, nos ofrece algunos aspectos sobre el servicio, en los capítulos XXVI sobre el espíritu apostólico y XXVII sobre el espíritu eclesiástico, de la Vida Espiritual. Sobre el espíritu apostólico, el Fundador nos invita a tener el espíritu del CELO que en sí es amor. Es decir, es una característica propia del misionero que no va a las misiones por capricho o como un deporte sino que va únicamente por el amor a Dios que es inseparable del amor al prójimo y que se puede manifestar a través de servicio de unos para con otros. Así que no vamos a las misiones como cristianos sino como misioneros de la Consolata, según el fin de nuestra vocación: “procurar la gloria de Dios con el celo de la salvación de las almas”.

Según san Dionisio, la salvación de las almas es la obra más divina entre las divinas. El Fundador nos dice que eso no se puede afirmar más; en efecto Dios, que podría servirse por sí o por los ángeles, quiere ahora servirse de nosotros, del misionero y por eso nos llama ser sus cooperadores en la salvación de las almas.

A nosotros como misioneros consolatinos la Iglesia nos confía el gran mandato de evangelizar el mundo, que María como corredentora pro excelencia recibió de nuestro Señor, del cual realizamos nuestros servicios misioneros. Entonces esta es la obra más digna y amable y la mayor de todas las obras.

“Yo los he elegido y los he destinado a dar fruto y fruto abundante”: para Jesús es una gran elección, pero para nosotros es un gran deber. Es decir, debemos empeñarnos con todas nuestras fuerzas en este santo ministerio recibido porque el Señor nos pedirá cuenta de ello. Sin embargo, nos recuerda que no basta con predicar, sino que es preciso cumplir todas las obras y realizar todos los sacrificios que requiere la vida apostólica, cueste lo que cueste. (473).

Las características del celo: San Bernardo dice que el celo debe estar inflamado por la caridad, perfeccionado por la ciencia y ser constante.

v  Inflamado por la caridad: es decir, que hay que tener una caridad dispuesta a dar la vida por el prójimo a través del servicio. Nosotros misioneros estamos consagrados para dar la vida por la salvación de las almas y por eso, el amor al prójimo para nosotros ha de ser el programa de la vida. Entonces, debemos tener como voto el servicio a las misiones incluso a costa de la vida y contentos de morir en la brecha.

v  Perfeccionado por la ciencia: nuestro celo debe completarse con la ciencia; es decir, es preciso saber y estudiar como necesidad de nuestros servicios en la misión. Esto en general tiene que ver por tanto desde el punto de vista de las necesidades futuras, entonces no basta ser misionero, hace falta la ciencia o estudiar. 

v  Ser constante: encendamos en nosotros el celo por la salvación de las almas para que nosotros como misioneros estemos deseosos siempre de hacer el bien y suspirar por el día que se permitirá partir a las misiones o sea con miras a las almas por convertir. (Vida Espiritual del Fundador 476)

v  Servir con la humildad: esa virtud es muy necesaria en nuestro ministerio como misioneros/as ya que es un servicio. Para ser siervos, realmente se necesita la humildad. Jesús decía a sus Apóstoles “el que es más grande que se comporte como el menor y el que gobierna como como un servidor (Lc. 22, 26)”. También el Eclesiástico 3, 18 afirma “cuanto más grande seas, más humilde debe ser”. Con estos aspectos imitamos a la Santísima Virgen que, cuando se le anunció que recibiría la dignidad de ser la madre de Dios, respondió: “He aquí la sierva del Señor” y por lo tanto nuestro ministerio es llamado por san Isidro el ministerio de la humildad.  Entonces con este propósito, la humildad es tan necesaria en los misioneros que sin ella no pueden obrar ningún bien.

v  Servir y obrar para la gloria de Dios: en este aspecto, el Fundador nos dice que debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en nosotros como misioneros con el fin de que vean obras buenas y glorifiquen al Padre que está en el cielo. Sin embargo, debemos obrar con fines sobrenaturales no para que nos estimen o para tener privilegios sino para agradar a Dios. (Los quiero así 145). En nuestros servicios misioneros tenemos que evitar obrar por la gloria del propio yo; es decir, los títulos, cargos etc. son sólo aire y no valen nada. Sin embargo, el Señor no mira los títulos de la persona.

v  El misionero está llamado a programar y desarrollar sus servicios apostólicos y eclesiásticos con la convicción de que la Eucaristía reúne y madura las comunidades hasta que en ella germinen los sacerdotes y obispos. Son ellos los continuadores de la predicación del evangelio. Además, plantea el punto de preparar y celebrar bien la santa eucaristía teniendo una gran devoción a la misma.

v  En el servicio al que estamos llamados en la Iglesia, la animación misionera y vocacional es un aspecto esencial y cualificado. Es decir, en este servicio colaboramos con los responsables de las Iglesias locales para las comunidades cristianas y cada uno de los bautizados toma conciencia de su obligación a participar con interés en la misión de la Iglesia hasta llegar al compromiso especial de su propia vida para que se sienta llamado. (Const. 80)