Hoy se cumplen dos meses de la muerte del padre Antonio Bonanomi. Quiero aprovechar de la ocasión para trasmitir un recuerdo de él TEJIDO CON LAS PALABRAS y los testimonios de los que lo recordaron publicamente el pasado 7 de febrero, en la «siembra» y el saludo que se hizo en Toribío. Es una «escritura colectiva» en la que participan Alcibiades Escué, alcalde de Toribío; Armando Olaya, superior de los Misioneros de la Consolata en Colombia; Nidia Ul, capitana del resguardo indígena de San Francisco; Cipriano Cristancho de Asopricor Tocaima; Jaime Díaz del proyecto Nasa; Manuel Ramiro de la Universidad Javeriana e Gilberto Muñoz, ex alcalde y amplia trayectoria en la organización indígena del Norte del Cauca.
Una ancianita que fui a visitar me recordó que las grandes personas que entregan la vida no se van, quedan presentes como modelo e inspiración para la comunidad. A mi siempre me emocionaba escuchar de las personas mayores que cuando mataron al padre Alvaro su espíritu flotó en la laguna y después se transformó en los misioneros que lo reemplazaron. Ellos hablaban en lengua propia como el padre Alvaro, nos defendían como el padre Alvaro, nos marcan el futuro como el padre Alvaro. Él nos trajo a estos misioneros para continuar con su trabajo. El padre Antonio como el padre Alvaro no se han ido, están acá, y nosotros somos sus herederos. Antonio fue un visionario, un político, un animador, un educador, un hombre que supo unir diferentes procesos e ideologías a lo largo y lo ancho de los territorios del Norte del Cauca. La mejor enseñanza que tuvimos fue su disponibilidad a la escucha para entender la postura del otro, para descubrir el valor del contrario y la oportunidad que éste nos ofrece para mejorar nuestros procesos y hacerlos más inclusivos. Pasamos por momentos muy difíciles en los que tuvimos que enfrentar duros choques con los que estaban en la guerrilla o con los que hacían oposición a todo el proceso... pero él siempre nos recordaba que podíamos tener adversarios pero nunca enemigos.
En este día queremos entregar a la tierra de nuestros resguardos la memoria del padre Antonio, la sembramos para que siempre esté con nosotros su semilla como la semilla de tantos líderes que nos han precedido. Estas semillas no mueren, trascienden: cada año las recordamos y las hacemos presentes en nuestros eventos y en nuestros rituales, las recordamos para que fructifiquen.
En primer lugar estamos sembrando un HOMBRE DE DIOS por que él era fundamentalmente eso. Un hombre que nos enseñó el camino de la fe a través de su ejemplo. De él siempre admiramos la humanidad, la humildad, la forma muy suya de ser cristiano y ser católico. Cuando empecé a hablar con el padre Antonio que me decía acompaña a la gente, la gente necesita ser escuchada entonces empecé a acercarme a la iglesia... y no a la iglesia del púlpito y de teorías que no es una iglesia real, sino a la iglesia del servicio y de la comunidad. Cuando nos quitaron al padre Alvaro estábamos apenas empezando, pero después de él vinieron los Misioneros de la Consolata: sin su apoyo, las jaladas de orejas, el análisis de coyuntura, la crítica constructiva no estaría nuestro proceso indígena en el nivel en que está. Al padre Antonio y a los Misioneros de la Consolata les debemos mucho y los recordamos con mucho cariño: su memoria sigue viva en la comunidad que está viva y también en los Delegados de la Palabra que nacieron del trabajo del Equipo Misionero y que todavía hacen presencia en nuestro territorio. Cuál es entonces el fruto que tenemos que esperar de esta siembra? Que renazca la espiritualidad en la comunidad, la espiritualidad y la teología propia, la espiritualidad intercultural, la fe entre nosotros, la fe de nuestros mayores, el respeto de los te wala.
En segundo lugar sembramos a un SERVIDOR DE LA COMUNIDAD. Uno de los aprendizajes del padre Antonio y del equipo misionero fue el servicio: vinieron no a ser servidos sino a servir. Él nos decía que trabajar para la comunidad no era una tarea fácil, para ello era necesario despertar conciencia e íbamos a experimentar la persecución de aquellos ambiciosos que tienen todo que perder si la comunidad se despierta y toma la palabra. A pesar de ellos nos decía que no nos rindiéramos y nos invitaba a no quedarnos callados, a participar de forma crítica y con una crítica constructiva que sirviera para reforzar, animar y apoyar el proceso de la organización. Ella era para el bien de todos y para el bien de la comunidad.
Recuerdo que cuando llegó a Tocaima lo hizo con un equipo de cinco sacerdotes que nos impactaron con su comportamiento, pensamiento, palabras y acciones. Las puertas de la parroquia estaban abiertas y lo primero que hacían era escuchar porque era necesario primero aprender de la gente para poder acompañar con acierto y enfrentar los retos que se planteaban.
En Italia participé con él en un encuentro con presencia de muchas autoridades que hablaban de la Colombia de la caña, del café, de las grandes inversiones... y cuando él tomó la palabra habló de la otra Colombia: de la Colombia india, negra y campesina. De su empeño nació un un sinnúmero de personas que trabajaron y se formaron en el Equipo Misionero y que hoy tienen una gran autoridad moral en la comunidad.
Si sembramos a ese servidor que esperamos de esa siembra? Esperamos un mayor espíritu de servicio entre nosotros; esperamos que los siete proyectos reverdezcan, que se conviertan en un proyecto estratégico para el desarrollo de una autonomía económica que será la condición de la autonomía política de la comunidad.
Hoy sembramos también al AMIGO que nos acompañaba y nos regañaba; que nos bautizó, nos casó y fue compadre. Nos hacía sentirnos especiales y tenía una palabra de aliento para todos. Nos enseñó a ser indígenas alegres, humanos, sanos, comprometidos con la comunidad y el proceso. Si sembramos al amigo tiene que nacer más fortaleza en nuestras relaciones interpersonales que son tan importantes si queremos sostener la herencia que Alvaro, Antonio y los demás misioneros que nos han acompañado nos dejaron.
En este día el parque en el que estamos congregados está lleno de jóvenes y esta juventud tiene que caminar y construir el futuro de estas comunidades indígenas y no solo, tiene que pensar también el el futuro de Colombia y de la humanidad entera... este futuro no se reconstruye desde arriba, sino que se hace desde abajo, desde la vida de la misma comunidad. Me emociona la grandeza de este pueblo indígena: en medio de tantas dificultades, guerras y ataques la comunidad no ha dejado de fortalecerse y de crecer. Aquí se está gestando una Colombia nueva, una Colombia mirada desde otro ángulo donde no es el poder político y económico lo que determina todo. Esto es lo que amamos y lo que servimos.