Se ha concluido con el mes de diciembre de 2017 un año que ha estado marcado por acontecimientos que nos dicen con certeza, cuanto el Espíritu de Jesús ha estado muy vivo y operante: en el Capítulo General IMC, en nuestra Asamblea Continental América, en nuestra Asamblea Regional proponiendonos caminos para contribuir al proceso de paz, en la celebración de los 70 años de la comunidad IMC en Colombia.
Grandes acontecimientos, pero quizás los más importantes son, sin lugar a dudas, los pequeños, esos que se han dado en cada zona que se ha reunido para reflexionar, buscar su identidad y aportar a la misión; en cada comunidad local con su ritmo de oración, de encuentros comunitarios, de retiros mensuales; en cada misionero que se ha esforzado para renovarse desde dentro, que ha creído a la vida fraterna y que con generosidad ha participado y apoyado proyecto misionero de la región.
Como cada diciembre, todo se ha encaminado a acompañar nuestras comunidades cristianas que ven en el recién nacido envuelto en unos pañales y acostado en un pesebre, la señal clara de que la construcción de esta nueva humanidad comienza desde los pequeños de la tierra y que participan en ella todos los hombres y mujeres de buena voluntad, según el corazón del Padre Bueno.
Creo que si hemos estado atentos a este acontecer del Señor a lo largo del año que concluyó, no nos queda difícil vislumbrar los signos de Esperanza que se nos ofrecen para este nuevo año de gracia. ¿Cómo no decidirnos a ser más creyentes, fervorosos y creativos en nuestra entrega personal y comunitaria al servicio de la Misión que el Señor nos ha confiado aquí y ahora?