Último artículo escrito por el P. Vicente Pellegrino para la Voz Católica de Cali.
“MISIÓN” significa “cometido”, “encargo”, “gestión”, “trabajo”, “tarea”, “labor” y “MISIONERO”: “predicador”, ”divulgador”, “misionario”, ”propagador”, evangelizador” y para lo que a nosotros atañe “MISIÓN” es “ENVÍO” y, objetivamente, “IGLESIA EN MOVIMIENTO”.
El término “iglesia” no indica solo la comunidad recogida en oración, preocupada por la propia salvación. La Iglesia tuvo origen en la tempestad de Pentecostés y se manifestó de inmediato ante una masa humana ahí congregada y compuesta de gente reunida desde todo el mundo. Más adelante, cuando los apóstoles y la comunidad de Jerusalén peligraron de ceder a la tentación de instalarse, llegó la persecución que los dispersó ofreciendo así también a las otras ciudades la posibilidad de recibir el mensaje. En forma similar, cuando la comunidad inició a consolidarse en Antioquia, el espíritu santo actúa y reclama dos de sus mejores maestros, Bernabé y Saulo, para la obra de la misión. (Hch 13, 1-3).
Con una intuición genial, siempre abierta a las sugerencias del Espíritu, Pablo anda por todas las regiones del Mediterráneo oriental y trata de fundar en todas partes Iglesias locales autónomas. En su estilo misionero, después de haberse quedado un tiempito en una ciudad y haber atraído a Cristo un grupo de discípulos, pone este grupo inmediatamente en grado de poder caminar con sus propias piernas. Las comunidades vivían en manera autónoma también financieramente, se valían de sus propios medios, manteniéndose en comunión, intercambiándose cartas y cultivando una fuerte conciencia de grupo.
Cristo, antes de irse al cielo, el día de la asunción, encarga a los discípulos de “ir por todo el mundo, proclamando la buena noticia a toda la humanidad” y ellos sencillamente ponen mano a la obra y el “Señor los asiste y confirma las palabras con las señales que las acompaña”(Lc.24, 50-53; Hch 1, 9-11; Mt 28,18-20; Mc16,15-20).
Llegada la época de los grandes descubrimientos, el concepto de “MISIÓN” cambia. El occidente cristiano había desarrollado su sentimiento de superioridad religioso-cultural, la iglesia había sido clericalizada; la iglesia local no podía desarrollar más un trabajo misionero en su ambiente porque ahora los paganos vivían lejos, más allá de los mares, así que la misión fue delegada a aquellos grupos de hombres y mujeres que quisiesen ir allá, entre grupos de “paganos” y “salvajes” -así se pensaba. Y, puesto que esta gente necesitaba de asistencia y guía constante, la misión no fue más un momento de transición – al estilo de San Pablo – si no que se transformó en una colonia. Así nacieron las “misiones” estaciones con iglesias, escuelas, hospitales, con el misionero blanco a la cabeza que era papa e imperador en la aldea y era la columna portante de toda la comunidad.
Con su teología de la Iglesia, el Concilio Vaticano II marcó un grande paso adelante o, mejor dicho, atrás. Recordando las condiciones del inicio de la Iglesia y las formas de evangelización empleadas en el primer milenio, sacó a relucir la doctrina de la colegialidad episcopal y de la Iglesia local, añadió el necesario aspecto integrativo de una legitima pluriformidad a un desarrollo histórico orientado hacia el centralismo y el principio dominante de la unidad. Ahora sabemos nuevamente que la Iglesia, en el Nuevo Testamento, indica sea la Iglesia Universal, sea la Iglesia particular local y que entre las dos no existe ninguna alternativa si no una complementariedad. El Espíritu Santo que hace caer en cuenta a Pedro (Hecho. 10,34) que “Dios no hace diferencia entre las personas . . . . y acepta quien lo respeta y practica la justicia de cualquier nación que sea”[i] nos dice a nosotros también que la evangelización es más amplia que la cristianización a la que principalmente miran “las misiones” y esta tarea es de todo discípulo al que compete dar testimonio. Por eso, afirma el Concilio, toda la Iglesia es misionera . Aunque, desde el punto de vista material y cuantitativo, la tarea de “las misiones” es todavía muy lejos de poderla considerar concluida la teología de la Iglesia local restituyó a todos la tarea evangelizadora, por eso toda la iglesia - no solo unos cuantos voluntarios - es misionera y responsable de la evangelización.