9 Tema - La corriente del Golfo

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LA CORRIENTE DEL GOLFO

El padre Sales, en el famoso capítulo XXIII de la biografía del Beato Allamano, escribe: “Si no nos engaña el afecto de hijos, a nosotros nos parece que si la vida de Allamano pudiera reducirse a una pálpito y a éste tuviera que dársele un nombre, ese nombre debería ser Consolata [...]”. Pero ¿qué fue lo que él trasmitió a sus hijos de aquella intimidad de miradas, de sintonía espiritual con Ella, con la Consolata?
El padre Cándido Bona, en la conmemoración que se celebró el 16 de febrero de 1985 en Bevera, decía: “No conocí a Allamano personalmente y tengo que decir que la veintena de fotografías que poseemos, estáticas y amarillentas, me dejan con poca inspiración poética [me permito añadir: sucede lo mismo con muchos otros cuadros...]. Elijo tres, y si fuera pintor, me gustaría hacer la síntesis de las tres en un único retrato. La primera nos lo presenta como joven sacerdote; se remonta a los años 80, cuando aceptó el cargo de rector del santuario de la Consolata. Un Allamano joven, recogido, un tanto serio, consciente del cometido que tiene ante sí [...]. La segunda fotografía, ya clásica, nos lo presenta en su escritorio de la casa de Rívoli. Manifiesta fuerza, decisión, voluntad [...]. Finalmente, el rostro luminoso y paterno de la foto hecha con ocasión de su Misa de Oro: serena confianza, bondad, sonrisa”.

De aquella intimidad con su “amada Consolata”, Allamano no nos transmite solamente su forma de ser, de comportarse; nos hace herederos de un método de formación y de evangelización: la firmeza templada (“suavizada”) en la dulzura, en la mansedumbre. Se conocía al canónigo Soldati como “el sacamantecas y el terror de los pobres seminaristas”, pues exigía una disciplina con maneras “casi militares”, aunque en el fondo fuera bueno y amara a los seminaristas. Cuando Allamano asumió su responsabilidad de padre espiritual (en aquel tiempo este cargo incluía también la disciplina), obedeció a las disposiciones de su superior directo en todo, excepto en un punto, es decir, en el modo de tratar a los clérigos.
“El canónigo Soldati quería que se actuara con severidad, mientras él quería conseguir el mismo resultado con dulzura”. No se trataba de insubordinación, sino de un método al que Allamano no era capaz de renunciar: “La discusión se prolongó bastante tiempo -cuenta el propio Allamano-, hasta que el canónigo Soldati desistió, dirigió sus dos ojos severos hacia mí y me dijo: ‘Ya me habían dicho que no conseguiría convencerte...’”. Allamano, con lágrimas en los ojos, le había rogado que le dejara probar. Y la prueba resultó positiva al cien por cien.

27 de noviembre de 1903: Allamano escribe una carta circular a sus misioneros, que desde hace poco más de un año realizan su apostolado en tierras africanas. ¿Motivo? En el grupo de misioneros se encontraba un carpintero pagado. Éste, y también algún misionero, perdían muchas veces la paciencia con los negros, que no entendían o hacían que no entendían y recibían algún que otro sopapo.
Allamano, tras ser informado de esto, interviene y propone a los misioneros cuatro virtudes que considera “indispensables para un verdadero misionero”, y denuncia el comportamiento de alguno: “[...] y aquí dejad que os confiese el vivo dolor que sentí al saber [...] que más de una vez no se trata con entrañas de caridad a estos pobrecitos, y que en alguna ocasión la impaciencia ha llevado a alguno hasta a alzar las manos sobre ellos. Os confieso que he sentido mucho dolor y una pena inenarrable [...]”. Impuso “en virtud de santa obediencia” (es la única vez que lo hizo) que no se usaran esos métodos.
Allamano vivió siempre con el triste recuerdo de esos hechos y para impedir que se repitieran dirá una y otra vez a sus misioneros que el verdadero método misionero tiene como base la mansedumbre. En una conferencia del 10 de junio de 1915 formuló este principio fundamental de toda metodología misionera: “La experiencia prueba que nuestros misioneros hacen el bien en la medida que son mansos” (Conf. II, pp. 159-164).
El canónigo Camisassa, el 14 de noviembre de 1919, escribe una carta a Allamano invitando al Rector a ser más reservado con los clérigos misioneros de Casa Madre, pues le resultaba que alguno, venido de África, se aprovechaba de ello. Allamano se comportaba con los jóvenes misioneros y con sus familiares “como padre”, confidencialmente, con espontaneidad, eliminando las distancias. No podía ni quería cerrarse en una torre de marfil solamente porque alguien, con escasas luces, pudiera abusar de su confianza, y de ahí que la recomendación de Camisassa no tuviera respuesta.
Fue durante la guerra, dadas las tribulaciones que comportaba, cuando Allamano se sintió realmente rector del santuario de la Consolata. Decía: “En todas partes hay madres, esposas y soldados que vienen a la Consolata. Como rector, siento en mis espaldas el peso de todos los suspiros y todas las plegarias. Hay gente que viene pidiendo recomendación, como si pudiera hacer algo, pero yo solamente puedo hacer como los apóstoles” (Conf. 23 de diciembre de 1915; vol. II, pp. 454-455).

Hay en Allamano un mérito especial como rector del santuario y del convictorio, un mérito del todo ignorado pero que, dado su alcance, puede colocarse al lado del mérito excelso de fundador. Puedo ponerle un título: La corriente del Golfo.
Lo que voy a decir procede de una reacción mía al libro de un escritor, por lo demás meritorio y reconocido, llamado Sergio Quinzio (Domande sulla santità – Don Bosco, Cafasso, Cottolengo, 1986), escrito con ocasión del centenario de la muerte de Don Bosco (1988). El autor presenta a los tres santos como santos tristes, de pesadilla, envueltos en una especie de lobreguez, aplastados por el peso del temor al infierno, a la sexualidad, etc.
Me turbaba la idea de que también Allamano, como sobrino de Cafasso, fuera un santo triste, sombrío... Y es aquí donde se ubica mi pensamiento: la teología moral de aquel tiempo constituía, especialmente en el Piamonte, un problema grave. De los valles alpinos se derramaban desde hacía mucho tiempo por todo el Piamonte unas corrientes espirituales muy frías, consistentes en un “intolerable rigorismo”. Las defendían óptimos sacerdotes y obispos, pero austeros en moral, rígidos y exigentes, convencidos de que con la austeridad y la dureza como método de formación cristiana -en el confesionario, en la dirección espiritual, tratando de infundir más temor que amor a la Eucaristía...- sería más fácil guiar a los fieles a la perfección. Además, los que intentaban distanciarse de este sistema eran acusados de laxismo. El obispo Gastaldi, considerando la enseñanza del convictorio eclesiástico de carácter permisivo, si no ya laxista, decidió cerrarlo.
Le correspondería al Allamano, una vez nombrado rector del santuario de la Consolata (12 de octubre de 1880), convencer al obispo a que reabriera el convictorio. El obispo aceptó con la condición de que Allamano asumiera la responsabilidad de profesor de los cursos de teología moral. Y éste, a su vez, aceptando la invitación, puso como condición la libertad de enseñanza de la teología moral según san Alfonso.

Bien... ¿y la corriente del Golfo? En el sur de la isla de Terranova, las aguas frías y poco saladas procedentes de los reflujos árticos se encuentran con las aguas cálidas de la corriente del Golfo, formando una especie de muralla o límite, de modo que cuando la atraviesa un barco puede éste encontrarse en la proa en las aguas frías y la popa en las aguas cálidas de la corriente del Golfo a una temperatura de 13-14 grados.
Allamano como profesor, como responsable del convictorio, y especialmente con su larga permanencia en el santuario de la Consolata, hizo que desaparecieran de Turín y del Piamonte los residuos de las corrientes frías. Es uno de sus mayores méritos, el regalo que hizo a su diócesis. Y a nosotros, sus misioneros, nos enseñó así el mejor método de evangelización de todos los tiempos: la bondad, la ternura, la “estrategia” para saber infundir la esperanza y el optimismo, que constituyen la “corriente cálida” del amor. Es esta corriente la única que puede promover a la persona, cualquiera que sea su extracción, a cualquier cultura que pertenezca.


Preguntas para la reflexión

En nuestras comunidades fraternas y en el campo del apostolado, ¿consideramos la mansedumbre como el elemento más eficaz para desdramatizar los posibles conflictos y para constituirnos en auténticos enviados de Aquel que se presentó como manso y humilde de corazón?
¿Somos capaces de sustituir la “confrontación” con el diálogo que nunca se cansa de esperar en el otro?
La gente desea ver en nosotros a personas serenas por sentirse realizadas, y no evangelizadores tristes. ¿Crees posible la “convivencia” del compromiso serio, disciplinado, programado con el estilo de Allamano, hecho de “informalidad”, de comunicaciones fluidas, donde puedan florecer relaciones de hermanos que se dan y reciben con confianza mutua, sin sombra de desconfianza?

P. Igino Tubaldo


Ultima modifica il Giovedì, 05 Febbraio 2015 16:55
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