Una espiritualidad para la misión ad gentes (1)

Pubblicato in Missione Oggi
1º.- INTRODUCCIÓN

Aunque es cierto que la expresión “espiritualidad misionera” se encuentra ya en el decreto conciliar Ad Gentes (1965) (AG 29), sin embargo es a partir de la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI que se dedica todo un capítulo al “espíritu de la evangelización” (cap. VII). La palabra “espíritu” queda explicada en la misma Exhortación Apostólica como “actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización” (EN 74).

Tendremos aún que esperar quince años más para encontrar en la encíclica Redemptoris Missio (1990) el último capítulo dedicado a la “Espiritualidad misionera”. En él se afirma “que la actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros” (RMi 87).

El tema de la espiritualidad ha cobrado un inusitado interés en la actualidad. Hay como una necesidad de “vivir según el Espíritu”. Es una necesidad que se hace más urgente en momentos de búsqueda, de cambios profundos, cuando se está gestando una sociedad más multicultural y plurireligiosa. Y si alguien vive dentro de la dinámica de los cambios, ese es el misionero por su misma vocación de frontera, por estar siempre cruzando orillas y saliendo hacia los otros.

Es normal que frente a la dinámica que generan los cambios, el ritmo acelerado de la vida, la fragmentación a que estamos expuestos, haya como una necesidad de recomponer la identidad personal, de buscar sentido a lo que se está haciendo. Hoy más que nunca la persona humana necesita construirse una interioridad que le mantenga, sostenga y alimente en su caminar.

El misionero necesita de una contextura interior, de un andamiaje que le permita llevar adelante con garantía la tarea misionera. Por eso hablamos de la espiritualidad misionera, pero no de cualquier espiritualidad misionera. Se trata de una espiritualidad en consonancia con un marco determinado de la misión. De ahí que hagamos referencia a este marco, aunque sea de manera sucinta. Lo mismo hago con respecto al nuevo contexto de la espiritualidad.

Referirme a todos los rasgos que configuran el rostro de la espiritualidad misionera sería muy pretencioso por mi parte, de ahí que me fije tan sólo en algunos que en estos momentos me parecen más importante resaltar. Termino mi exposición presentando algunas dificultades que puede vivir el misionero y aportando algunas líneas de trabajo y de futuro en el campo de la espiritualidad.

2º.- HABLAMOS DE ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Siempre que se habla de espiritualidad misionera tenemos que relacionar estos dos términos: “espiritualidad” y “misión”. La evangelización, según Esquerda Bifet, tiene una dimensión “espiritual” de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo I.

La espiritualidad del evangelizador se concreta en “actitudes interiores” (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal con Cristo. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial en sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo. No hay espiritualidad posible sin una experiencia de Dios.

La espiritualidad misionera es el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. La espiritualidad misionera equivale a la vivencia de la misión como fidelidad generosa al mismo Espíritu.

No basta con estudiar la naturaleza de la misión y los modos concretos de la acción pastoral. Es necesario estudiar también su estilo de vida, su espiritualidad o vida según el Espíritu. Por lo tanto, aparte de reflexionar sobre la naturaleza de la misión (teología) y sobre su práctica (pastoral) hay que prestar atención a la vivencia y al espíritu con que se realiza la misión en sí misma, como mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos de Dios.

El mandato misionero que la Iglesia ha recibido de Jesús (Cfr, Mat 28,19-20) tiene que vivirse como Jesús vivió el mandato recibido del Padre, bajo la acción del Espíritu Santo. Nuestra misión es continuación actualizada de la misma misión que vivió y enseñó Jesús, de ahí que el misionero vuelva una y otra vez a contemplar el rostro de Cristo y anhelar su Espíritu para adentrarse en su secreto, para captar e imitar sus actitudes y acercarse a su comportamiento.

Siempre el encuentro y la amistad profunda con Cristo fueron el secreto de todo misionero y los hombres de hoy lo exigen más transparente y auténtico que nunca (Cfr. Novo Millennio Ineunte 16 y 29). En esa relación con el Señor el misionero va descubriendo el contenido de su misión, su enfoque fundamental, sus acentos inconfundibles. Ante todo, advierte su pasión por el Reino de Dios, un Reino orientado a hacer presente el amor universal del Padre y que se manifiesta en sanar a los enfermos, salvar lo que estaba perdido y ofrecer vida y felicidad a todos los que abren el corazón en actitud de acogida.

Contemplando la actuación misionera de Jesús, el misionero va descubriendo su actitud de amor compasivo, gratuito, liberador, orientado a hacer palpable la cercanía misericordiosa de un Dios amor, que quiere recrear a los hombres y mujeres desde su interior respetando su libertad, enfrentándose a la raíz del mal, ayudando a todos a liberarse del pecado y a reconciliarse con Dios, a vencer todo lo que deshumaniza, toda marginación y discriminación, toda enfermedad y dolencia, invitando a todos los excluidos a la mesa del banquete del Reino de Dios.

Los elementos fundamentales de la espiritualidad misionera los podemos encontrar a partir de la figura del Buen Pastor que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pablo hasta nuestros días. Una verdadera espiritualidad no puede prescindir de los elementos transmitidos por los grandes misioneros que nos han precedido. Estos, a su vez, se enraízan en toda la tradición de la Iglesia y, en último término, en el Evangelio. Sin embargo, los matices, los acentos, la forma de sentir y de vivir los motivos de siempre, sí pueden cambiar.

Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol y de las comunidades eclesiales se pueden deducir de los tres elementos que componen la “vida apostólica” de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del misionero en general y en particular.

A partir de las diversas épocas históricas es posible concretar los rasgos fundamentales de la espiritualidad que han acompañado la actividad misionera teniendo en cuenta a las figuras misioneras, a los documentos eclesiales y a la praxis misionera. En todos los casos habrá que discernir lo que hay de valor permanente y distinguirlo de lo pasajero y a cada época habrá que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica.

3º.- ¿DESDE QUÉ MARCO TEOLÓGICO DE LA MISIÓN AD GENTES?

Toda espiritualidad, toda vivencia cristiana está inserta en una cosmovisión teológica, en una estructura de pensamiento, en una determinada lectura del cristianismo.

Es cierto que la espiritualidad no brota de una simple reflexión teológica ni de una argumentación racional, sino del Espíritu de Dios, de su libertad que irrumpe en el centro de la existencia humana. Pero sería peligroso separar la espiritualidad de la misma teología de la misión. “La espiritualidad misionera no puede ser más que manifestación de los contenidos teológicos de la misión: es la apropiación y la vivencia existencial y personal de lo que es el designio salvífico del Dios trinitario II

Hoy todos somos conscientes de que a raíz del Concilio Vaticano II y de su reflexión posterior se ha ido configurando y consolidando una concepción de la misión que ha puesto de relieve la amplitud universal del campo misionero, la integridad de las dimensiones de la salvación y la totalidad de los sujetos que han de asumir la responsabilidad en la acción misionera III.

Los aspectos esenciales de esta concepción de la misión y que son los soportes teológicos de una espiritualidad misionera para los tiempos actuales, serían los siguientes:

3.1. La misión como comunión de iglesias.- Todos admitimos ya que la segunda mitad del siglo XX ha representado para la Iglesia Católica la clausura de una época eurocéntrica (occidental, latina, monocultural) y la emergencia de una Iglesia mundial, por ello pluricéntrica y multicultural.

Esta Iglesia mundial se realiza en la pluralidad de las iglesias locales, cada una de las cuales se encuentra enraizada en la carne de su cultura y se alimenta de la savia de la tradición de los diversos pueblos de la tierra. La teología de la iglesia local va adquiriendo un gran desarrollo y conlleva consecuencias notables para el ejercicio de la misión universal, en cuanto que las iglesias jóvenes se sienten también llamadas y comprometidas con la misión universal.

La Iglesia ha pasado a ser comprendida y vivida como comunión de iglesias, lo cual conlleva toda una espiritualidad del encuentro a la que más tarde haré referencia.

3.2.- Misión en contexto.- El descubrimiento del sentido y de la importancia del contexto, y, por ello, la necesidad de la contextualización se han convertido también en clave de la misión. Son muchos los factores que actúan sobre la sociedad de hoy y que están provocando una transformación en sus condiciones sociales.

El contexto concreto es marco de referencia y clave hermenéutica para anunciar y recibir la revelación de Dios en Jesucristo. Son muchos los retos y desafíos a los que tiene que responder la misión. La espiritualidad es también una experiencia, vivencia situada.

3.3.- La misión desde la pobreza y el reverso de la historia.- El desplazamiento de la soteriología que se concretó en el Vaticano II se explicita aún más a partir del protagonismo de las iglesias de países pobres que no pueden dejar de escuchar y de asumir los lamentos de sus miembros. Las exigencias del contexto no podían ser descuidadas en el proceso de evangelización.

La misión había sido acusada de prácticas asistencialistas al no afrontar las causas que están en el origen de la situación en la que viven tantos millones de seres humanos.

La Evangelii Nuntiandi (1974) acepta como obvio y evidente que la evangelización es un proceso complejo y dinámico del que no puede quedar aislada la preocupación por la pobreza, y que toda praxis misionera debe comprender la realidad desde el reverso de la historia, desde los más desfavorecidos.

A partir de estos desplazamientos pasan a cobrar fuerza en la teología de la misión la categoría Reino de Dios y la teología de la creación. La creación como hogar del hombre amenazado y en peligro.

3.4.- El anuncio del diálogo interreligioso.- Las iglesias que viven en un contexto de pluralismo religioso reclaman la necesidad de una actitud dialogante con los otros grupos religiosos de su entorno. La misma situación mundial nos hace ver la necesidad de una actitud de diálogo entre todas las religiones a fin de que se conviertan en factores de paz y de encuentro entre los pueblos.

La teología de la misión ha ido avanzando sobre una doble línea: por un lado, el optimismo salvífico y por otro, la valoración de las otras religiones. Esta readaptación de la teología encontró al principio resistencias e incluso llegó a generar frustraciones en muchos ambientes misioneros.

Sigue abierto, no obstante, el debate en torno al valor de las religiones que conduce al papel mediador de Jesucristo y al carácter singular y universal de su misión salvífica. De ahí que en el Simposio de Pesaro (2001) se insistiera en afirmar y explicitar la referencia cristológica IV.

“La teología cristiana, dice el profesor Eloy Bueno, ha ido conjugando un reconocimiento progresivo del valor de las religiones y la posibilidad de mediaciones participadas sin que por ello quede en peligro la verdad cristológica establecida en los concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia V

La teología ha tenido que hilar fino también para ir conjugando, a la vez, la exacta relación entre diálogo y anuncio, entre el respeto a la diferencia de los otros y la oferta de conversión que brota del acto evangelizador.

Es verdad que el encuentro con las otras religiones ha producido indiscutiblemente nuevas adquisiciones espirituales para la vivencia y la comprensión de la fe. Incluso la vivencia espiritual permite percibir aquello que no es posible a través de la confrontación doctrinal. Pero no menos cierto es el hecho de que se abren algunas cuestiones que van más allá de la espiritualidad.

En efecto, no se puede decir que el diálogo remplace al anuncio, y que por ello éste pertenezca a una metodología del pasado. Diálogo y anuncio van íntimamente ligados, pero no son intercambiables. Son momentos internos de una misma realidad, la evangelización. El anuncio es un servicio que no se impone, pero que tampoco se malvende o se devalúa en aras de un fácil consenso.

El diálogo no es tal por parte de un cristiano si éste no pronuncia el nombre de su salvador, pero a su vez la pronunciación del nombre de Cristo no puede ser auténticamente cristiano si no se realiza en el encuentro dialogal con el otro VI.

Estos cuatro aspectos a los que he hecho referencia: la relevancia y el protagonismo de las iglesias locales, la atención al contexto, la defensa de la justicia y la hermenéutica desde los pobres, la actitud del diálogo, constituyen los pilares sobre los que se asienta el marco de la misión a la que yo me quiero referir al hablar de espiritualidad misionera.

No se trata de un marco cerrado, dado que vivimos momentos de transición en los que la historia y la evolución de los dinamismos de nuestra civilización nos sigue planteando nuevas encrucijadas donde el ejercicio de la misión debe hacerse presente.

La misma Redemptoris Missio reconocía, apenas hace quince años, que se estaba produciendo un trastocamiento tal de situaciones que ponían en cuestión la validez de los esquemas y conceptos tradicionales.

Si queremos percibir cuáles son las fronteras y orillas que hay rebasar, habrá que tomar conciencia de la nueva universalidad que ha comenzado a vivir la humanidad entera y de la nueva estructura del fenómeno religioso.

A estas alturas, no podemos pasar de largo ante el fenómeno de la globalización y sin detenernos a examinar la nueva reestructuración del mapa religioso de la humanidad en el Norte y en el Sur donde la movilidad y los movimientos migratorios han puesto en contacto a las culturas y las religiones.


4º.- EL NUEVO CONTEXTO DE LA ESPIRITUALIDAD

La Iglesia entera, junto con la creación y la historia humana, y remontándose en su raíces al amor fontal trinitario e impulsada por el Espíritu continúa la misión universal de Jesús a favor de la reconciliación y comunión gozosa con el Padre de todos los seres humano en el Reino de Dios.

La iglesia local se reconoce, con agradecimiento, habitada por el mismo Espíritu, enviada por él a una misión que es suya y le transciende. Los cristianos se sienten así invitados a vivirla y testimoniarla como discípulos de Jesús y con sus mismas actitudes.

La espiritualidad misionera está llamada a responder a los grandes desafíos de la misión y a insertarse en las corrientes espirituales que el Espíritu regala a la humanidad.

Cuando miramos a la realidad en la que acontece la venida del Espíritu la descubrimos llena de gozosa esperanza por el hoy del cumplimiento, pero también llena de posibles amenazas que se desprenden de las resistencias con que el pecado de la humanidad en general y el nuestro en particular impiden su plena realización.

4.1. Espiritualidad en un cambio de época

Se ha repetido hasta la saciedad que no solamente estamos en una época de cambios, sino que nos encontramos en un cambio de época. A esta situación corresponde también una peculiar experiencia de Dios, una nueva espiritualidad. Este cambio de época se manifiesta en algunos fenómenos:

Las nuevas tecnologías.- Nos encontramos en la sociedad de la comunicación y del conocimiento y esto afecta profundamente a nuestra forma de ser. Vivimos en medio de una red impresionante de relaciones. Las nuevas tecnologías, nacidas de la capacidad creadora del ser humano, nos transforman también a nosotros. No es fácil integrar tanta complejidad en la unidad de la persona. Por eso nos sentimos más fragmentados, desorientados, enfrentados, que en otros tiempos. El ansia de una espiritualidad integradora es muy fuerte, el deseo de intimidad choca contra la superficialidad que se nos vende, No es de extrañar que nos sintamos fuertemente globalizados, pero al mismo tiempo anhelamos cultivar nuestra individualidad.

La globalización.- El fenómeno de la globalización es un hecho irreversible y tiene muchos aspectos y rostros, unos negativos y otros positivos a la vez. En sus aspectos negativos, la globalización del mercado distorsiona la posibilidad del intercambio y comunión de los bienes de la tierra. La ideología neoliberal que le sirve de sustrato y que le inspira, condena al desamparo, a la miseria y a la muerte a la mayor parte de la población mundial y modela un tipo de ser humano marcado por el hedonismo egoísta y por la fiebre de consumo.

Este tipo de globalización y su ideología bloquea la espiritualidad del compartir, de la solidaridad y del amor efectivo. Tienta con un estilo de vida conformista y aburguesado. Aleja del mundo de los pobres y de la espiritualidad de la pobreza evangélica y nos vuelve exigentes ante las que consideramos necesidades. Hay también otra forma perversa de globalización que se manifiesta en forma de violencia exterior e interior (excesiva agresividad, crítica sistemática...) que nos hace vivir en seguridad y cerrados a la esperanza.

En sus aspectos positivos, vemos cómo el Espíritu impulsa a individuos y grupos a integrarse, sumar esfuerzos y asumir compromisos concretos a favor de la paz, de la justicia, de la integridad de la creación, del diálogo en todas sus formas. De aquí emergen nuevas formas de espiritualidad comprometida.

La interculturalidad.- El contexto de interculturalidad que se vive en estos momentos, debido a las comunicaciones y a los desplazamientos de la población, lleva también en sus entrañas un deseo profundo de espiritualidad. Hablamos de una interculturalidad no exenta de tensiones.

Habrá que estar muy atentos para que en este encuentro, las culturas dominantes no produzcan el aniquilamiento y la desaparición de las diversidades y, con ello, una uniformidad producto del empobrecimiento cultural.

Por otro lado, la interculturalidad está ya presente en las congregaciones y plantea nuevos desafíos y tensiones a la vez que ofrece nuevas oportunidades para el mutuo enriquecimiento en la comunión y en la misión.

4.2.- Un nuevo contexto para la experiencia de Dios

La sed espiritual es algo connatural al ser humano. “El Espíritu está en el origen de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser” (RMi 28).

Por otro lado, toda persona vive inserta en una historia y en un mundo de valores, desafíos y lazos relacionales con las demás personas y con toda la creación. Podemos decir que nada de ello es ajeno al Espíritu y que todo entra en la trama de la espiritualidad.

La experiencia de Dios tiene hoy nuevas características. Los ateísmos occidentales han purificado notablemente sus actitudes religiosas, las mismas concepciones de lo divino y de la experiencia de Dios.

Además hoy se está dando una singular globalización de las creencias y una interconexión entre ellas a través del diálogo interreligioso, que se ha convertido en un instrumento imprescindible para saber descubrir los vientos y susurros del Espíritu en la humanidad.

Hay todo un movimiento, que renunciando al culto excesivo, a la razón instrumental, se abre a una razón mucho más emocional, más comunicativa, más estética y más simbólica. Frente a los sistemas dogmáticos fuertes de otros tiempos, hoy se prefiere un acercamiento mucho más modesto a la realidad. Como consecuencia hay una mayor apertura al pluralismo de valores, se adopta una “ética para el camino” y se hace un uso más humilde y maleable del pensamiento. En todo esto se percibe un anhelo fuerte de espiritualidad sin saber cómo configurarla y sin que por ello desaparezcan las tentaciones fundamentalistas e integristas.

A pesar de la tendencia de secularización y de materialismo consumista, el mundo contemporáneo es rico en expresiones de espiritualidad en general, y de oración en particular, tanto que se puede hablar de un despertar espiritual o, como dice la Redemptoris Missio un “retorno religioso” (RMi 38). Estas expresiones de espiritualidad y de oración, sin embargo, no siempre están carentes de ambigüedad y contradicciones y, por ello, se constituyen verdaderamente en “un nuevo areópago a evangelizar” (RMi 38)

Expresiones de esta espiritualidad son el interés por los temas esotéricos y la búsqueda de silencio e interioridad, caminos ambiguos y muchas veces agnósticos, pero que, analizados en profundidad, no están del todo privados de significado espiritual. Habría que hablar también del movimiento de meditación con su avalancha de escuelas y cursos a la carta.

El fenómeno revela el movimiento interior del hombre que es incapaz de soportar el vacío espiritual causado por las situaciones deshumanizantes y secularizantes de la vida e insatisfecho, en el primer mundo, con las riquezas materiales. De ahí que se vaya a la búsqueda del sentido último y del mundo sobrenatural.





I Cfr. ESQUERDA BIFET, Juan, Significado y contenidos de la Espiritualidad Misionera. Revista Misiones Extranjeras, n. 195, (2003).

II BUENO DE LA FUENTE, Eloy, Corresponsables en la misión, Instituto Internacional de Teología a Distancia, Madrid, 1998, p. 180.

III Cfr. BUENO DE LA FUENTE, Eloy, Líneas teológicas de la actual misionología. Separata de la revista Monte Carmelo, Burgos 110 (2002) p. 555-571.

IV VARIOS, Lasciarsi condurre dallo Spirito. La espiritualitá missionaria, Revista AD GENTES, n.1 (2002),Editrice Missionaria Italiana, Bologna.

V BUENO DE LA FUENTE, Eloy, Opus cit. p. 574.

VI Cfr. BUENO DE LA FUENTE, Eloy. Opus cit.p. 574.



José Manuel Madruga Salvador es Sacerdote de la diócesis de Burgos y miembro del IEME. Trabajó en la República Dominicana (1973-1988). Durante quince años (1988-2003) desempeñó tareas en los Servicios Comunes del IEME. Actualmente es el director de la revista Misiones Extranjeras. Este trabajo fue presentado en la 58 Semana Española de Misionología, Burgos, julio de 2005.
Ultima modifica il Giovedì, 05 Febbraio 2015 16:55

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