La Pastoral Misionera desde la Comunidad Local

Pubblicato in Missione Oggi
1. El tema que me fue confiado, Pastoral Misionera desde la Comunidad Local, necesita, en primer lugar, de un esclarecimiento conceptual. Ninguno de los documentos de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas habla de “pastoral misionera”, excepto una única vez en el Mensaje final de Santo Domingo, donde se afirma: “La Nueva Evangelización intensificará una pastoral misionera en todas nuestras Iglesias y nos hará sentir responsables de ir más allá de nuestras fronteras para llevar a otros pueblos la fe que hace 500 años llegó hasta nosotros” (Mensaje Final de Santo Domingo, 33). Tampoco en los documentos del Vaticano II encontramos citada la “pastoral misionera”, excepto una vez en el Decreto Ad Gentes, al hablar de las funciones y de la organización interna del Dicasterio de Propaganda Fide.

2. En ningún otro documento misionero del magisterio pontificio aparece la expresión “pastoral misionera”, excepto dos veces en la Redemptoris Missio (RMi 65; 75), donde se habla de los “agentes” de la “pastoral misionera”. Aquí por “pastoral misionera” se entiende “animación misionera”, también “formación” y “cooperación misionera”. Los conceptos se cruzan en el mismo texto con una cierta imprecisión. En efecto, no quieren decir la misma cosa, pero podemos fácilmente deducir que el término “pastoral misionera” se refiere al conjunto de acciones – información, formación, animación, cooperación y articulación – que, según la Cooperatio Missionalis, se dirigen a “formar el pueblo de Dios para la Misión universal ‘específica’, suscitar buenas y numerosas vocaciones misioneras, promoviendo toda forma de cooperación en evangelización” (CM 2). Pero también la Cooperatio Missionalis evita hablar de “pastoral misionera”, expresión que no aparece ni una sola vez en el documento.


¿Qué entendemos por pastoral misionera?

3. Esta breve indagación muestra la escasez de referencias en los documentos del magisterio, y nos revela tal vez la impropiedad del uso de este concepto de “pastoral misionera” y su aplicación, a veces equivocada, en la práctica evangelizadora. Cuando llegamos a las comunidades locales con la propuesta de la animación misionera, encontramos una cierta resistencia: “¡Una pastoral más!” Pero no se trata esencialmente de una nueva pastoral. Tal vez sea una nueva manera de hacer pastoral. Toda pastoral de la Iglesia ha de ser misionera: ¿habría aquí una contradicción en llamar una pastoral misionera, mientras otras no serian “misioneras”?

4. Es evidente también que, desde el punto de vista de la perspectiva y de la dinámica, las palabras “pastoral” y “misionera” indican tensiones diferentes y casi opuestas. Una indica preservación, “cuidado con los fieles” (RMi 34); la otra, apertura, envío al diferente que no pertenece al rebaño cristiano. Por este motivo la palabra “pastoral” habría sido casi abandonada por algunas Iglesias, siendo substituida por “acción evangelizadora”, apuntando a un compromiso más decidido con la Misión ad extra de los ámbitos eclesiales.

5. ¿Cómo debemos entender, pues, la invitación a reflexionar sobre “pastoral misionera” y su significado para nuestras comunidades locales? Por encima de las palabras y de sus interpretaciones sería conveniente que transmitiera el profundo anhelo de la Iglesia en redescubrir su esencialidad misionera (cf. AG 2) ante los desafíos del mundo de hoy. Ellos pueden ser percibidos de maneras diferentes, a veces de manera fragmentaria. Entre estas visiones se encuentra comúnmente una cierta sensación de malestar ante la pérdida referencial de la Iglesia Católica en las sociedades latinoamericanas.

6. Si prestamos atención, este es el mismo anhelo que dio vida al Concilio Vaticano II. Ya en su época se percibían los albores, las promesas y las fragilidades de un mundo globalizado (esto está muy claro, por ejemplo, releyendo LG 1). Juan XXIII percibía el desnivel en el cual se encontraba la Iglesia ante el mundo moderno, y decretaba, de forma sutil, más decidida, el fin de una “cristiandad” segregada y cerrada en sí misma. Al convocar un concilio de índole sencillamente pastoral y misionera, el Santo Padre traza dos grandes ejes sobre los cuales debían tomar forma los trabajos: el primero, el eje ad intra sobre la realidad y la naturaleza de la Iglesia “cual ella es”; el segundo, el eje ad extra sobre la Misión de la Iglesia ante “las exigencias y las necesidades de los pueblos”.

Conversión radical de mentalidad

7. La Conferencia de Aparecida, proponiendo en su lema el nexo discípulos-misioneros, dice prácticamente la misma cosa: redescubrimiento y renovación de la identidad eclesial cristiana, y retomar decididamente su Misión redentora en el mundo. En su introducción, el Documento de Aparecida también parece recordar algunos temas de la alocución de apertura del Vaticano II, proferida por Juan XXIII.2 En este sentido, desde una intuición profundamente misionera, la Iglesia en América Latina está llamada a repensar en sí misma y en su Misión en el mundo. La Misión provoca en la Iglesia una conversión profunda. En consecuencia, finalmente, la Conferencia de Aparecida se orienta hacia una “pastoral decididamente misionera”:

“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial” (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).

8. Esta es la única vez que el Documento habla de pastoral misionera, casi haciendo referencia a aquella “conversión radical de mentalidad” de la cual ya hablaba la Redemptoris Missio3 La acción misionera que la Conferencia de Aparecida propone parece, en cierta manera, más ad gentes que apuntando a la propia Nueva Evangelización:

“La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una ‘comunidad misionera’. Cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecuadamente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no participan en la vida de las comunidades cristianas” (DA 183).

9. En efecto, de acuerdo con Puebla, el proceso resultante del dinamismo evangelizador de la Iglesia prevé las siguientes etapas: testimonio, anuncio, conversión, ingreso en la comunidad y envío en Misión (Puebla, 356-361). Podemos decir que sin el envío ad gentes no se concluye la evangelización de una comunidad. El propio proceso de conversión al Evangelio de las personas/comunidades sufriría una peligrosa estigmatización. A continuación el Documento de Puebla indica dos aspectos fundamentales de la evangelización: primero, hay que calar a fondo en el corazón de las personas y de los pueblos (ad intra); segundo, tendrá de extenderse a todos los pueblos (ad extra). Profundidad y extensión: “ambos aspectos son de actualidad para evangelizar hoy y mañana la América Latina” (P 362).

El corazón de la Iglesia

10. La Misión se revela como el punto hacia donde converge todo el sentido de ser cristiano y de ser de la Iglesia, toda su esencia y identidad (cf. AG 2). La propia comunión tiene sentido con referencia a la Misión, y viceversa (cf. DA 163). Comunión y Misión equivalen al pulsar del corazón de la Iglesia en un movimiento de sístole y diástole, de dilatación y contracción, correspondiente a rellenar el corazón con la sangre proveniente de las venas y al envío de la sangre para las mismas a través de las arterias. Entonces, si algo obstruye el flujo y el corazón no recibe más sangre, se produce una necrosis en el órgano por falta de oxigeno. Por otro lado, si hay una esclerosis en una de las arterias por las que fluye la sangre, se produce en algún lugar del proceso una hemorragia fatal para el organismo. En ambos casos, tenemos el tan temido infarto por isquemia o por hemorragia.

11. De la misma forma, la comunidad cristiana, que vive de la linfa divina de los sacramentos y de la Palabra, es llamada a ser enviada al mundo para anunciar el Evangelio y la salvación en Jesucristo. Si algo obstruye el flujo de la Gracia en la captación de las señales de los tiempos y en la aproximación a la Palabra, en su proceso de interiorización, en la acción litúrgica, en la oración, en la vida comunitaria, el corazón de la Iglesia se reseca y no hay nada que anunciar. A su vez, si no fluyen los dones recibidos de Dios en beneficio del mundo, es porque la Iglesia endureció, paralizó el flujo vital. Así, la Iglesia explota y la sangre se derrama por todas partes. En efecto, la presión de la Gracia es gratitud, es un flujo vital que nadie puede parar.

12. Mirando a nuestra realidad eclesial, podemos percibir que, a veces, tenemos generosas comunidades que se dicen misioneras, pero que de facto están resecas, sin contenido y sin energías: no rezan, no tienen una vida en común, no tienen discípulos. Por otro lado, existen comunidades esclerosadas que, de tan cerradas sobre sí mismas, denotan riñas internas y, en la mayoría de las ocasiones, asisten impotentes al éxodo de sus miembros. El flujo de la sangre siempre tiene como objetivo el beneficio general del organismo. El corazón se abastece apenas con una mínima parte de ese flujo, que irriga un sistema autónomo de circulación. De la misma forma, la Iglesia es llamada a donar la sangre para la vida del mundo y abastecerse de eso con una mínima parte. La Iglesia, como diría Dietrich Bonhoeffer, es Iglesia solamente “si existe para los otros”: es la única sociedad del mundo que existe en beneficio de los que no son sus miembros.4

¿Parroquias misioneras?

13. Hasta aquí entendemos la pastoral misionera como una dimensión esencial, global, profunda y orgánica, que concibe a la Iglesia como un todo y que forma parte del proceso de evangelización de las personas y de las comunidades. En este sentido la Iglesia en la comunidad local o es misionera o no es Iglesia. Su ser misionera se realiza por medio de proyectos comunitarios que:

– miran la realidad del mundo y de las personas con los ojos de Dios, rezando para que el Dueño de la mies envíe operarios (cf. Mt 9,36-38);

– cuentan con la disponibilidad de todo el Pueblo de Dios, discípulo y misionero, llamado para ser enviado en Misión, en comunidad, por medio de una organización participativa y descentralizada (cf. Mt 10,1-4);

– definen los objetivos en torno al anuncio esencial y a los destinatarios específicos: lo que quiere decir para nosotros hoy es que “el Reino de Dios está próximo” (Mt 10,7); ¿quiénes son para nosotros “las ovejas perdidas de la casa de Israel”? (Mt 10,5-6)

– escogen caminos de servicio a la vida; líneas de acción de lucha contra el mal; metodologías misioneras de ir al encuentro de los otros, tornándose huéspedes en su casa; actitudes básicas ante las inevitables persecuciones (cf. Mt 10,8-23);

– buscan los medios necesarios para alcanzar metas y objetivos, sabiendo valorizar y capacitar al máximo los recursos humanos (cf. Mt 10,31), manteniendo sencillez y agilidad con los de carácter estructural (cf. Mt 10,11), dando un testimonio de austeridad, esencialidad, creatividad y justicia, a través de los recursos financieros (cf. Mt 10,8b-10).

14. Con esta base se conforman sucesivos planes y acciones a nivel diocesano, parroquial y comunitario. Mas la Misión es fundamentalmente una cuestión de corazón, no de recetas ni de estructuras. Se habla, por ejemplo, de “renovación misionera de las parroquias” (cf. DA 173). Esto más parece una contraditio in terminis que una afirmación o un deseo. En efecto, la parroquia nunca fue propiamente misionera, ni nació para ser misionera.5 Viene al caso que en sus documentos principales, como la Lumen Gentium y la Gaudium et Spes, el Vaticano II nunca habla de parroquia. La doctrina conciliar no está interesada en hablar de la institución, porque la institución no puede ser ni evangélica ni misionera (que es la mismísima cosa). Al contrario, para indicar la Iglesia visible, el Concilio usa la palabra “comunidad”. La comunidad está hecha de personas y de relaciones. Las personas tienen corazón, las estructuras no.

15. Si pensamos en la Iglesia como una estructura, puede significar el fin de la Misión: una cosa estática, burocrática, sin alma alguna, que cumple apenas con sus obligaciones. La institución es el túmulo del Evangelio y de la Misión. Si imaginamos la Iglesia como misterio, cuerpo místico, sacramento universal de salvación, pueblo de Dios en camino, comunidad viva, formada por personas convertidas, servicial y abierta a todos, entonces hay posibilidad de hablar de “parroquia misionera”.

16. Si la parroquia es apenas el párroco, como quería el Concilio de Trento en el siglo XVI, no hay posibilidad alguna de Misión: tendrá apenas ejercicio de la autoridad, que no dice nada en relación a la esencia divina6. En la Trinidad, en efecto, no hay jerarquía entre las personas, solamente amor. La Misión nace del amor y no de la autoridad: la Misión es caridad, relaciones fraternas y verdaderas, simétricas y dialogantes, extendidas a todos, sin excluir a nadie. Jesús no fundó la jerarquía: constituyó la Iglesia, proyecto del Padre para la humanidad, comunidad de hermanos y hermanas, Pueblo de Dios que anuncia el Evangelio y que lucha para que el mundo se torne una sola familia.

17. Esta transformación de mentalidad necesita procesos pedagógicos de maduración y de conversión más o menos prolongados. Las personas, las comunidades, los agentes de pastoral – incluso religiosos/as, presbíteros y obispos – no precisan ser “instruidos”, más bien ser acompañados a través de caminos envolventes y participativos de crecimiento que apuntan para progresivas aperturas misioneras. Precisan tornarse nueva y permanentemente discípulos, para convertirse en misioneros.

La tarea de la animación misionera

18. En toda esta búsqueda global de renovación de la Iglesia latinoamericana – y mundial – en el tornarse siempre más discípula y misionera, un papel especial es el ejercido por la animación misionera propiamente dicha, o, también, la “pastoral misionera” según la Redemptoris Missio y la Cooperatio Missionalis. En esta tema, y en vista del CAM 3 – Comla 8, la contribución específica de los organismos misioneros ad gentes a la Misión Continental apuntada en Aparecida es exactamente la de animar a las comunidades para que asuman la dimensión universal de la Misión, “formando una conciencia y una mentalidad misionera orientada ad gentes” (CM 2). Este proceso debe hacerse de manera encarnada y sensata, participando activamente en la renovación misionera de nuestras Iglesias en su globalidad, pero al mismo tiempo teniendo bien firmes y claros ciertos papeles y objetivos, de modo que la dimensión universal de la Misión, el aspecto fundamental de extensión ad extra y la tarea primordial de la Misión ad gentes, no “se torne una realidad diluida en la Misión global de todo el Pueblo de Dios, quedando de ese modo descuidada u olvidada” (Rmi 34).

19. En la elección de la Iglesia local como sujeto de la Misión (cf. LG 26), el Vaticano II apenas se refiere a esa como protagonista de la Misión contextual, ni siquiera de la Misión universal. El adjetivo local no significa una restricción de la universalidad, más bien indica el lugar en el cual la universalidad debe concretamente mostrarse:

“Como el Pueblo de Dios vive en comunidades, sobretodo diocesanas y parroquiales, y es en estas en las que, de cierto modo, se torna visible, corresponde a las mismas dar también testimonio de Cristo ante las naciones. La gracia de la renovación no puede crecer en las comunidades, a no ser que cada una dilate el campo de su caridad hasta los confines de la tierra y tenga igual solicitud por los que son de lejos como por los que son sus propios miembros” (AG 37).

20. Sin embargo, la tentación es siempre el que la comunidad local olvide ese compromiso y piense solamente en sí misma. En el documento de síntesis aportado para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, el Instrumentum Laboris de Aparecida, nunca se habla de Misión ad gentes. En el documento final hay una sección dedicada a la Misión ad gentes, más bien poco contundente, si la comparamos con Santo Domingo y, sobretodo, con Puebla (cf. DA 373- 379). Pocas veces se encuentra en el documento la dimensión universal de la Misión (cf. DA 99d; 380; 474a; 548). Nunca se habla de los otros continentes.

21. Tarea de la animación misionera en las comunidades locales es proponer la dimensión universal de la Misión como núcleo de la vida cristiana, no solamente porque “sin la Misión ad gentes, la propia dimensión misionera de la Iglesia quedaría privada de su significado fundamental y de su ejemplo de actuación” (RM 34), mas especialmente como eje esencial del Evangelio y compromiso primordial de toda comunidad eclesial. Esta universalidad debe articularse creativamente con la Misión contextual, de la misma forma que el aspecto del discipulado está profundamente unido con la Misión. De esta forma tendremos no dos, sino cuatro elementos articulados en dos ejes: discípulos – misioneros, como eje dinámico ad intra de camino/conversión personal y comunitaria; contextualidad – universalidad, para indicar la extensión ad extra, los ámbitos en los cuales esa Misión debe esencialmente expresarse. Estos cuatro aspectos pueden ser entendidos como puntos cardinales para una teología y una espiritualidad de la Misión, como también las coordenadas para una pastoral misionera desde la comunidad local. Aparecida trabajó bien el primer eje. Ahora falta trabajar el segundo: ¿podría esta ser una tarea del CAM 3 – Comla 8?

Pistas de acción

22. Para colocar en la pauta de las comunidades eclesiales el elemento básico de la universalidad son necesarios, antes de más nada, procesos participativos amplios, pues la animación misionera no puede presentarse como una “pastoral” que se suma a las otras pastorales, o como la Cenicienta de las pastorales, más como elemento central que supera a todos los movimientos, asociaciones y pastorales (cf. RM 83). Desde esta premisa, es preciso elaborar un proyecto, encontrando caminos viables y propuestas pedagógicas pastorales capaces de involucrar a las comunidades locales de manera simple y accesible, en un crecimiento y en un compromiso afectivo y efectivo con la Misión allende-fronteras. Estas tareas pueden constituir tanto una pauta específica que mira abrir los horizontes y el corazón de nuestras Iglesias al mundo entero, como también pueden tornarse propuestas de acción para la Nueva Evangelización, para la Pastoral de Conjunto y para la animación global de la vida de nuestras comunidades.

23. En primer lugar, es preciso incentivar la visión de todo el mundo a través de una información misionera como información alternativa en relación a los problemas de la humanidad entera, de cada pueblo y de cada iglesia. No se ama lo que no se conoce, y no se conoce lo que no es despertado por una pasión. Es verdad, pues, que la Misión resulta por excelencia “comunicación”, y que somos llamados a comunicar esta pasión de corazón por el Reino, más allá de todas las fronteras. Precisamos asumir un compromiso más serio con los medios de comunicación, con el invertimiento en personas, estructuras y organización, con la producción y divulgación de la imprenta misionera, inculcando a nuestro pueblo el hábito de la lectura, incentivando una información y comunicación abierta al mundo, que favorezca el conocimiento de las realidades internacionales y que haga surgir lazos siempre más fraternos con otros pueblos, en vista de la construcción de un mundo más justo y solidario.

24. En segundo lugar, precisamos fomentar la formación misionera para una mayor reflexión y un mayor crecimiento en la fe y en la acción de nuestras comunidades en el mundo. La formación de los discípulos misioneros es una opción clara y decidida de la Conferencia de Aparecida (cf. DA 276) y la dimensión universal de la Misión no puede quedar fuera de ese proceso. Por un lado, es preciso multiplicar los cursos de Misionología, en diversos niveles, desde la formación presbiteral (cf. DA 323). Una buena teoría es etapa fundamental de una buena práctica misionera, de la misma forma que la elaboración de un proyecto es el primer paso para la construcción de un edificio. Por otro lado, debemos llegar a una reflexión misionológica siempre desde nuestras experiencias significativas, visando nuestras prácticas misioneras, transformando continuamente nuestras posturas y convirtiendo nuestro corazón.

25. “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo toda injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Así Ernesto Che Guevara se despedía de los hijos en su última carta antes de ser muerto en Bolivia. El discípulo misionero de Jesús tendría aún más motivos para hacer propias estas palabras: todas las angustias del mundo son sus angustias, todas las alegrías son sus alegrías, todos los sueños son sus sueños. Hoy, el cristiano es llamado por vocación más que cualquiera a ser universal, o sea, una persona que asuma responsabilidad no solo sobre sí y su comunidad, sino también sobre el mundo entero, a través de sus opciones y actitudes, su conciencia y sus compromisos. En una época de globalización como la nuestra, es menos posible que pensemos en términos parroquiales, regionales, nacionales o continentales: son por demás pequeños. Se tendrá salvación, será una salvación para toda la humanidad. Se tendrá paz, justicia, fraternidad, vida plena para todos, será en términos planetarios o no será.

26. Es preciso, pues, educar para una espiritualidad universal. Muchas veces se recuerda a los cristianos que ellos son misioneros por el bautismo y por su propia vocación (cf. DA 284-285; 377), mas no se recuerda, con el mismo ánimo, que son universales, “católicos”, y que tienen compromisos con el mundo entero. Sin esa característica se desvirtúa completamente el ser misionero. La pasión por el mundo, propia de la vocación cristiana, se expresa en el sentir y en el vibrar profundamente por la humanidad entera, y en ser capaz de realizar gestos simples, osados y concretos de solidaridad y de reparto con los otros pueblos. En otras palabras, “pensar mundialmente y obrar localmente”. Solo así nos convertiremos en señal profética de una nueva humanidad mundial, fraterna y multicultural.

27. Una tercera tarea es, propiamente, la animación misionera. De la misma forma que realizamos el CAM 3 – Comla 8, podemos multiplicar estos eventos por nuestros países del exterior, en las diversas regiones, diócesis y parroquias. No faltan también oportunidades a lo largo del Año Litúrgico para aprovechar fechas importantes y promover iniciativas, tales como gincanas, concursos, festivales, vigilias, congresos, eventos, quermeses, exposiciones, conferencias, testimonios misioneros, etc. Nuestros pueblos viven de fiestas populares. De esta manera podremos ofrecer ocasiones para sensibilizarse y concientizarse para la causa misionera, que es la del Reino, de una manera simple, atractiva, dinámica.

28. Una cuarta tarea es la cooperación misionera. Toda información, formación y animación debe llegar a un compromiso concreto de solidaridad con otros pueblos y otras Iglesias, por gestos de Fe (oración), Amor (reparto de los bienes) y Esperanza (don de la vida). El surgimiento de proyectos misioneros con la Amazonia, con la África, y los proyectos Iglesias Hermanas, van en esta dirección de donación y de extensión de la caridad hasta los confines del mundo. Precisamos incentivar prácticas más cuotidianas y regulares, como el diezmo misionero,las campañas misioneras, las recitaciones del Rosario Misionero y una animación vocacional que apunte hacia un compromiso osado, en la dimensión universal de la Misión, dirigida a diferentes y específicos sujetos, como las familias, los jóvenes, los niños, los ancianos, los presbíteros, los religiosos/as, los laicos.

29. Particularmente, cuando hablamos de cooperación misionera, la animación vocacional merece destacarse. Es necesario mostrar a nuestros jóvenes la belleza evangélica y radical de la vocación misionera. Descubrir que la vida puede estar al servicio de una Misión mundial, transformar la vida en una Misión universal y donar la vida a la Misión más allá de las fronteras, puede llevar a todo el pueblo de Dios a salir de la apatía, de la acomodación y de la mera alabanza, para un protagonismo efectivo, profético y planetario. En este sentido, la animación misionera es llamada a ser una animación vocacional desde el modelo de Jesús: el Maestro no espera, va allá donde las personas se encuentran. Es preciso entender que, mientras Misión significa hacer discípulos (cf. Mt 28,19), la animación vocacional constituye el corazón de la Misión.

30. En fin, la quinta tarea es la articulación misionera. Es necesario pensar en la animación misionera como un juego de equipo que entra en el campo con una finalidad, un esquema táctico, papeles, reglas y funciones definidas. Nuestra planificación de acción precisa ser articulada, comunitaria y puntual. A veces los misioneros y misioneras parecen un equipo de fútbol lleno de buena voluntad, pero totalmente desarticulado, que entra en campo sin preparación física y sin saber seguro de que lado chutar la bola. Las Obras Misionales Pontificias y las otras instituciones y organizaciones misioneras precisan ser más y mejor conocidas, integrarse en la pastoral misionera de las comunidades locales, tener una actuación efectiva junto a las bases.

Conclusión

31. Hasta aquí podríamos no haber comentado nada nuevo, pues son cosas que ya se sabían. En la animación misionera no hay secretos y sus tareas necesitan permanentemente ser cumplidas desde nuestras comunidades locales. Es esencial tener presente tres condicionantes para que esto se realice:

1º.- El ardor misionero de los presbíteros y de los agentes de pastoral: mientras la Misión es una cuestión de corazón, la preparación teológica, la espiritualidad y la constancia apostólica son de fundamental importancia (cf. DA 201).

2º.- Gestos simples y cotidianos: con excepción de los eventos festivos y populares, la animación misionera se realiza con más creatividad en la catequesis, en las liturgias dominicales, en los grupos de oración, en las pastorales, en el atendimiento parroquial, en el estilo apostólico, etc.

3º.- Perseverancia y acompañamiento: "agua mole en piedra dura, tanto bate hasta que perfora", dice el adagio del portugués.

32. Debe quedar claro también, que la dimensión universal de la Misión es una dimensión de la fe que implica a todos los discípulos misioneros. Muchos piensan que la Misión más allá de las fronteras es tomar enseguida un avión e ir a otro país. Este envío es solamente una de las modalidades para vivir la propia vocación a la Misión Universal. Jesús dirige a todos sus discípulos y discípulas la llamada al envío misionero a todos los pueblos, que será vivida de maneras diferentes, contextualizadas, mundialmente solidarias a través de la fe, la caridad y la esperanza, en continua donación personal de sí mismo unido a toda la Iglesia.

33. Sin duda, esta pastoral misionera no podrá desvincularse de un largo proceso de maduración y de personalización de nuestras comunidades locales. Ante la misión ad gentes se tiene que presentar una Iglesia que esté consciente de su propia identidad y de los valores que puede entregar a los otros como contribución propia. En tanto una Iglesia no alcance esta experiencia que personalice su propio ser y los contenidos que puede transmitir, delega su compromiso ad gentes al ámbito de las cosas que se aceptan, pero no se viven.

34. En consecuencia no podemos olvidar este compromiso: sin recordar humildemente este compromiso, nunca la Iglesia latino-americana llegará a cumplirlo. Y si no cumple esta evangelización hacia los otros pueblos, nunca será verdaderamente Iglesia, pues la proclamación del Evangelio es el anuncio de un Reino en el que no hay confines, es para todos, no solo en el ámbito continental, sino en el universal.

“La Iglesia particular no pude cerrarse en sí misma, como parte viva de la Iglesia universal, debe abrirse a las necesidades de las otras Iglesias. Por esto su participación en la Misión evangelizadora universal no debe ser dejada a su arbitrio, aun sea generoso, más bien debe ser considerada como una ley fundamental de vida; su impulso vital disminuiría notablemente si ella se cerrase a las necesidades de las otras Iglesias, concentrándose únicamente en sus propios problemas” (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Notas Directivas Postquam Apostoli ,14)



1 Stefano Raschietti, SX, es misionero italiano hace 17 años en Brasil. Es maestro en Teología Dogmática con especialización en Misionología por la Pontificia Facultad “Nossa Senhora da Assunção”, São Paulo, SP (Brasil), asesor del Consejo Misionero Nacional de la CNBB y miembro del cuadro del Centro Cultural Misionero de Curitiba, PR (Brasil).

2 “La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. (...) No resiste a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva’ (DCE 1)” (DA 11-12).

3 “La acción evangelizadora fomenta la comunidad cristiana, primeramente en el propio territorio y, después, más allá, como participación en la Misión universal, y es la señal más clara de la madurez de la fe. Se impone una conversión radical de la mentalidad, para que nos tornemos misioneros – y esto vale tanto para los individuos como para las comunidades” (RMi 49).

4 Cf. BOSCH, D. A Missão Transformadora, p. 519.

5 “Colpisce leggere questa considerazione del teologo Severino Dianich: ‘La struttura parrocchiale ha sempre accolto credenti, ai quali la fede era già stata comunicata e ai quali la parrocchia doveva garantire la catechesi e i sacramenti. È paradossale, ma è vero, il fatto che lungo la sua storia la parrocchia non sia mai stata investita del problema dell’accesso alla fede dei non credenti. È veramente un paradosso, ma è difficile smentirlo.’” ORLANDONI, Mons. Giuseppe. Il Volto Missionario della Parrocchia. Linee Programmatiche per l'Anno Pastorale 2004-2005.
In:http://www.diocesisenigallia.it/documentiword/il%20volto%20missionario%20della%20parrocchia.doc. Acezado en el 15 de julio 2007.


6 A ese respecto el Documento de Aparecida presentado a S.S. Benito XVI fue muy enfático en deplorar un cierto clericalismo actual (cf. DA 109).
Ultima modifica il Giovedì, 05 Febbraio 2015 16:56
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