Año de la Vida Consagrada: Consagrados y Enviados

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Consagrado, conócete a ti mismo! Me sale espontáneo comenzar estas reflexiones en el Año dedicado a la Vida Consagrada, parafraseando la clásica escrita que se encontraba en el frente del templo de Apollo en Delfi: “Conócete a ti mismo”. Este año, en efecto, deberíamos tomarlo como una grande gracia - un kairós – para retornar a la fuente de nuestra vocación, un año especial para re-saborear “la seducción del primer amor y el ardor de nuestra misión”. Pero, cómo? Redescubriendo quiénes somos: consagrados y enviados.

** Ungidos por el Espíritu de alegría

En Cristo, el Ungido por el Espíritu con “oleo de alegría” , fuimos bautizados para ser testigos de alegría y de profecía y de comunión. Ser testigos de alegría y recuperar nota principal que nos caracteriza, la profecía…: a esta misión nos exhorta el Papa Francisco, en este Año de la Vida Consagrada. En el bautismo,– nuestra consagración ontológica - fuimos incorporados a Cristo Señor, que, en su Bautismo fue ungido por el Espíritu Santo, con oleo de alegría. La consagración de los Religiosos es la radicalización, la plenitud del bautismo. El propio Papa Francisco, una que otra vez, ha exhortado a los feligreses a que hiciesen memoria de la gracia de su bautismo, a comenzar de buscar la fecha en que recibieron aquel sacramento. Sabemos que el Padre Fundador, en el aniversario de su bautismo, se recogía en un retiro de gozo y de gratitud. Nosotros, me pregunto, conocemos aquella fecha? “La vida religiosa desarrolla en nosotros la consagración bautismal y nos configura de un modo especial con el misterio de la muerte y resurrección de Jesús “ (Const, 20) .

Se cuenta que una mañana, estando la Madre Teresa de Calcuta cerca de la puerta por la cual las Hermanitas de Caridad desfilaban una tras otra, presurosas para recomenzar la labor apostólica, quedó impresionada por una de ellas. Le notó una cara triste, malhumorada. La llamó. ¿Qué te pasa, hija?...La hermanita, en su turbación, no sabía qué contestar. “Mira, hija, prosiguió la Madre, con acentos de cariño y de energía a la vez:- con esta cara de funeral, no se puede salir al encuentro de los pobres! “

La alegría no se improvisa, no es efecto de una pintadita de cosmético. No se compra la alegría. La alegría no es cuestión de un temperamento alegre, un resultado de herencia genética…La alegría nace con la vida que hay en ti! Pregúntate cuánta vida hay en ti y tendrás la medida de tu alegría. Pregúntate cuáles sueños habitan tu alma y en aquellos sueños encontrarás tu alegría. Pero, cuidado!.. Los sueños del alma son como semillas, son “deuda y obligación” que tenemos con el Creador y con sus hijos: Hija no puedes salir al encuentro de los pobres con esta cara de funeral!.. Deberíamos preguntarnos a menudo: yo, soy testigo de alegría? Y deberíamos ser guardianes severos para con nosotros mismos a fin de que no arraiguen en nosotros las venenosas yerbas que desecan la verde pradera de la alegría: la superficialidad, la melancolía, la acedia, la apatía… A nadie sabremos anunciar la alegre noticia que está por despuntar el sol si no estamos vigilando en el puesto de centinela: “Centinela, cuánto queda de la noches?”

** Ungidos por el Espíritu de profecía

El Papa, en su exhortación apostólica, afirma que nosotros, los consagrados, tenemos – por así decirlo – una ventaja para ser testigos de profecía. En síntesis se expresa así: Ustedes hicieron profesión de servir a un solo Señor, no “a muchos amos”. “Servir a un solo Señor” : qué ventaja la nuestra. Qué gracia y qué compromiso ! Esa libertad que “ganamos” con nuestra profesión religiosa nos habilita a una entrega radical, afrontando con alegría el riesgo de la profecía.

Era el 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de Adviento. Aún faltaban siglos para el “adviento” de la teología de la liberación. Sin embargo en la Isla llamada La Española (Santo Domingo). Tras leerse el evangelio de San Juan, donde se dice: «Yo soy una voz que clama en el desierto» (Jn 1, 23), fray Antón de Montesinos subió al púlpito y dijo: “Esta voz dice que todos ustedes están en pecado mortal y en él viven y mueren por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. Digan, ¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, ustedes han masacrado? ¿Cómo los mantienen tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, en que incurren por los excesivos trabajos que ustedes les ponen y se les mueren, y por mejor decir, los matan ustedes, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tienen de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No están ustedes obligados a amarlos como se aman a ustedes mismos? ¿No entienden esto? ¿Es que no tienen sentimientos? Cómo están dormidos en un sueño tan letárgico? Tengan por cierto que en el estado en que están no se pueden salvar”.
El sermón causó el desasosiego de los conquistadores y autoridades que estaban presentes y la reacción en contra de los frailes, a quienes quisieron reprenderlos y exigirles a desdecirse públicamente de sus afirmaciones. Sin embargo, en el sermón del siguiente domingo fray Antón de Montesinos ahondó aún más su prédica anterior, como habían acordado en comunidad”.

** Ungidos por el Espíritu de comunión…

La comunión en la vida fraterna; la comunión en el apostolado misionero: qué gracia y qué tormento! Un chiste de los consagrados .Alguien preguntó: cuando una monja rezara mucho, pero mucho…qué pensaría Usted? Por cierto, es una santa monja, contestó. Y cómo definiría Usded una monja mártir? La que le vive a lado, contestó! En los Capítulos Generales celebrados en los últimos 40 años ha sonado, casi inalterada, la voz del autoconciencia de los Misioneros de la Consolata: el individualismo ha sido pecado capital de los Misioneros de la Consolata. Ser sinceros es el primer paso para el cambio! Pero todo cambio duradero no procede de un imperativo categórico. Una persona cambia cuando conoce y se enamora de su identidad, de su misión que “le exige el cambio”. El bautismo, la profesión en la Familia de los Misioneros de la Consolata para la misión ad gentes, nos reclama ser hombres de comunión. En el día dichoso de nuestro bautismo, hemos sido arrancados al individualismo e incorporados a Cristo: “nos hemos revestidos de Cristo“. Y en Cristo hemos sido incorporados a los hermanos y a las hermanas de todo el mundo…a comenzar de “este hermano del convento… de este mi hermano de mi comunidad!..”     La comunidad, o mejor, la vida en comunión fraterna, a la que hemos sido llamado, en la exhortación apostólica Vita Consecrata, ha sido descrita como “espacio humano, habitado por la Trinidad…”. En este año de la Vida Consagrada debemos saborear estas palabras…debemos dejarnos encantar y provocar: somos “espacio humano, habitado por la Trinidad…”!

Una comunión destinada a madurar en amistad. Sí, la consagración non hace amigos: amigos para la misión y dentro la misión.        

En los años ’96-98 fui responsable de nuestra Casa de Alpignano. La casa che acoge a nuestros Hermanos enfermos y ancianos. Linda experiencia que me llevó a estar muy de cerca a personas que habían gastado su vida en la misión. Unos cuantos de ellos habían salido – por así decirlo - de la mano del propio Padre Fundador , José Allamano. Recordaban sus gestos, sus palabras, su sonrisa. Entre otros conocí a P. Antonio Bazzacco. Hablaba muy poco y la enfermedad le repercutía en el rostro serio y sufriente. No lograba interesarlo mucho con mis chistes, con mi humor. Una vez nos encontramos casualmente los dos solos aguardando el ascensor para bajar desde el segundo piso a la Capilla para el rezo de la Hora Media. Me propuse de echar mano a un argumento para tantear su reacción. “Padre Antonio, porque no me cuenta algo del Padre Fundador?” . “Hay tantos libros que hablan de él”, fue la respuesta escueta. Intenté una segunda vez: “Es verdad, hay tantos libros, pero yo quisiera que Ud. me aludiera a algún episodio que tiene grabado en su memoria. Sea bueno, cuénteme algo”. Se quedó mirándome a los ojos. El ascensor, mientras tanto, subía y bajaba solicitado por otros hermanos del primer piso. El Padre Antonio, con fatiga, como pesando cada palabra que le salía de la memoria del alma me dijo: “ Mi mamá y yo, luego de un largo viaje en tren, llegamos al fin al Instituto de Corso Ferrucci. Después de unas horas, se nos presentó el Sr. Canónigo, José Allamano. Pocas palabras de presentación y mi mamá, escondiendo su inmenso dolor, casi fuese una debilidad, me entregó, niño, al cuidado del padre Allamano. Y repartió. El Fundador, leyendo en mi rostro la turbación y la conmoción que era imposible refrenar, posándome dulcemente la mano en el hombro me dijo: Mañana mismo escribirás una carta a tu mamá. Le dirás que aquí has encontrado otro padre que te quiere”. En mis adentros , iba reflexionando: “encontró a otro padre? Sí, encontró un padre y un amigo..!”  Mudos de palabra y el corazón hinchado bajamos los dos solos en el ascensor... Los ojos nos ardían de lágrimas no manifiestas…Nos dirigimos al comedor…

Muchos misioneros, con sus escritos, han evidenciado esta característica del Padre Fundador: ¡Era un padre y un amigo!

Los de la antigua generación, no hemos sido educados a la amistad. Eran otros tiempos. Tiempos de guerra y posguerra. Había que educarse a la energía, a aguantar, apretar los dientes y esforzarse en todo para prepararnos al apostolado misionero ad gentes. Nos educaban, sí, a ser buenos compañeros. Nos exhortaban a comportarnos como hermanos. Hermanos: palabra sagrada, ciertamente. Palabra cristiana y de incalculable peso. Palabra que, encarnada en la vida, pone en crisis pesantes estructuras que corren el riesgo de cristalizar situaciones de “status quo”, mecanismos sin alma entre “superiores y súbditos” (Mt 23,8). Sin embargo, esta palabra, este sublime valor, “somos todos hermanos”, debemos advertirlo, en nuestra existencia, como una realidad dinámica que urge, que impulsa a una plenitud mayor que ya es portadora del germen: El Maestro les dijo: “ustedes son mis amigos… les he llamado amigos…” (Jn 15,15).

Si notásemos que nuestras jornadas de hermanos, que viven codo a codo, sufren de cansancio, usura, desencanto, hay que sospechar que una causa, probablemente la más responsable, o sea que no estamos dando el paso de crecimiento de hermanos a amigos. Nuestra fraternidad no crecerá en toda su extensión y vitalidad si no desemboca en amistad. Y el peligro que incumbe es grave . El P. Allamano se definía a sí mismo “el hombre de los miedos”. No que fuera un cobarde. Era un realista, y por un fino sentido de realismo advertía que si no se vive de verdaderos hermanos-amigos, no se vive. El mundo ya nos ha descalificado y sentenciado como inservibles. Y aquí citaba el dicho popular, que nos pone la piel de gallina: “entran sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse”. El Allamano mismo cultivó la amistad. Ejemplo preclaro, pero no único la amistad con Camisassa. Y como padre de mirada que escrutaba el horizonte, misionero del “Ad Gentes”, educaba a los aspirantes a la vida apostólica: Ustedes tienen que aprender a amarse aquí, en los años de la formación, tanto hasta el punto de que un día sabréis dar la vida por el hermano. Está claro el mensaje: “Nadie tiene un amor más grande que el que está dispuesto a dar la vida por el amigo que ama” (Jn 15,13).

A este punto quisiera dirigirme a las nuevas generaciones de misioneros. Me pregunto: queridos jóvenes, ¿se están educando, desde los años de la formación al valor de la amistad? Miren que no es así de sencillo como se cree. La amistad es encanto del alma y compromiso que te hace sudar, es silencio y palabra, es palabra y gesto. Amigos son corazones que no se juzgan pero se perdonan y capacidad siempre nueva de revestir al amigo de la dignidad de hermano y de incorporar al hermano en la intimidad del amigo. Es viaje cotidiano fatigoso y apasionado, en la búsqueda del hermano (Cf Gn 37,16). Porque el hermano te ha nacido en las vísceras del Amor… de la Amistad.

Queridos jóvenes misioneros, permítanme decirles con mucha discreción y afecto que: WhatsApp, Facebook, Celular, son instrumentos de comunicación útiles y eficaces de vez en cuando, per ayunen de esta técnica. Ayunen para re-encantarse de la amistad. Ayunen para poder saciarse de una verdadera fraternidad, de miradas auténticas, de silencios que escuchan el alma. No se afanen por conseguir muchos títulos universitarios. No carguen muchas fotos en el Facebook. Usen mejor el tiempo libre, no se enquisten en una privacidad que desgasta y enmohece, que destiñe y aplana. ¡Salgan! ¡Salgan y carguen al hermano y a la hermana de carne y hueso en los profundos pliegues de su existencia! Si les costase mucho recorrer estos itinerarios, retomen su libertad y ábranse a otras perspectivas de vida. Perdónenme. Les he hablado así porque los quiero mucho!

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