Oración inicial:
Madrecita del cielo: Madre de Dios y Madre mía.
¡Cómo me gusta llamarte así!
Como llamo a mi mamá todos los días.
Con la misma sencillez,
Con la misma seguridad,
Con el mismo cariño.
¡Qué lindas las palabras de Jesús cuando te dijo:
“Aquí tienes a tu hijo”!
Ese hijo era Juan, el amigo predilecto, y era también yo.
Y todos los hombres del mundo.
¡Qué lástima que muchos no lo saben!
Y qué pena que a veces olvidamos lo que Jesús nos dijo:
¡”Aquí tienes a tu Madre”!
Hoy te rezo con más confianza que nunca.
Quiero agradecerte que seas mi madre,
Que me acompañes y cuides, que me sostengas y formes.
¡Ya sabes cómo te necesito!
Me siento a veces tan pobre que sólo la seguridad de tu cariño me tranquiliza.
¡No me dejes Madre mía!
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.(Lc. 1,34-35)
María pregunta, intenta entender, pero en el fondo tiene una actitud de profunda confianza en Dios y así sigue escuchando con docilidad la voz de Dios a través de su mensajero, el ángel.
La Consolación es fruto de la experiencia de Dios y María nos enseña a conversar con Dios, a compartir con Él nuestras esperanzas y nuestros dolores; nuestras fuerzas y nuestras dudas, pero confiando en Él y en su providencial respuesta.
El Beato José Allamano nos invita a escuchar las inspiraciones del Espíritu Santo. Debemos seguirlas con generosidad y constancia. Y continúa diciendo que “muchas almas en los momentos de fervor escuchan sus invitaciones, pero se cansan pronto y abandonan el bien y la propia santificación a medio camino. En ellas no puede realizar el Espíritu Santo sus maravillas, las que en cambio realiza en las almas que lo siguen con entusiasmo y generosidad... Cuando el Espíritu Santo viene a un alma, echa fuera todo lo demás para quedarse él sólo. Es difícil que quien vive bajo el influjo del Espíritu Santo no se haga santo. Cuando un alma recibe el Espíritu Santo con sus dones y con sus frutos, necesariamente se transforma”.
Propósito: Pidamos al Espíritu Santo la docilidad a sus sugerencias y que nos dejemos conducir por Él.
Oración
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Nuestra Sra. de la Consolata Ruega por nosotros
Beato José Allamano Ruega por nosotros