Santa María de Iquique: Centenario de una matanza (III)

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La autoridad máxima de Tarapacá resolvió actuar para reprimir la huelga, utilizando si fuera preciso las armas. Pedro Montt, presidente del país, había telegrafiado su autorización plena para adoptar todas las medidas que fueran necesarias a fin de que cesara inmediatamente la huelga.


A la una y media de la tarde se dictó el decisivo decreto: “En bien del orden y salubridad pública, concéntrese a la gente venida de la pampa en el Club Sport (Hipódromo), en el camino de Cavancha”. Esta disposición buscaba desalojar a los pampinos del interior de la ciudad, reunirlos en las afueras, y forzar su regreso a las salitreras.


El general de brigada Roberto Silva Renard, después de recibir el referido decreto, tomo rápidamente medidas para darle inmediato cumplimiento. Movilizó tropas bajo su mando desde la Plaza Prat hasta la Plaza Manuel Montt y calles adyacentes. El jefe militar señalaba que la escuela Santa María, se hallaba repleta de huelguistas, que los cabecillas estaban instalado en la azotea, frente a la plaza, y en medio de banderas de los diversos gremios y naciones. Calculó que en el interior de la escuela habrían 5.000 personas y afuera 2.000, añadiendo que los congregados oían los discursos y las arengas de los oradores, en medio de los toques de cornetas, vivas y gritos de la multitud.

Como los pampinos se negaron a acatar la orden de evacuar el local escolar y la plaza para dirigirse al hipódromo, el general hizo avanzar 2 ametralladoras para disparar sobre la azotea donde se encontraba el Comité.

La tragedia se desató cuando el general de brigada Roberto Silva Renard, agotando las instancias para obtener el acatamiento de la orden oficialista, y tomando en cuenta que no era posible esperar más abrió el fuego a las 3,45 horas de la tarde. El jefe militar ordenó al piquete del regimiento O'Higgins que hiciera una descarga hacia la azotea de la escuela, y al piquete de la marinería situada en calle Latorre donde estaban los huelguistas más rebeldes y exaltados. A esta descarga se respondió con disparos de revolver y aún de rifles, hiriendo a 6 hombres de sus tropas. Entonces, ordenaron 2 descargas más y fuego de ametralladoras con puntería fija hacia la azotea donde vociferaba el Comité. Hechas las descargas, que no duraría más 30 segundos, la muchedumbre se rindió. Hicieron evacuar la escuela y todos los huelguistas, entre 6.000 y 7.000, rodeados por las tropas, fueron conducidos por la calle Barros Arana al hipódromo. Ésta es la versión oficial.

El cónsul Británico señala que el fuego sobre los pampinos duró un minuto y medio. La gran masa obrera, desalojada violentamente de la plaza y escuela, fue conducida bajo una fuerte escolta militar hacia el sitio fijado por la autoridad. El cónsul de los Estados Unidos de América informó a su gobierno que la escena después fue indescriptible. En la puerta de la escuela los cadáveres estaban amontonados, y la plaza cubierta de cuerpos. El cuerpo médico de la ciudad acudió presuroso a atender a los heridos.

Sobre los muertos y heridos se barajaban diversas cifras. Desde las que dio el general Silva Renard (140 muertos), pasando por las ofrecidas por el periódico El Comercio (300 muertos), hasta historiadores contemporáneos que la sitúan entre 2.000 y 2.500.

El Vicario Apostólico, Rucker, comenzó a recibir donaciones de empresas salitreras para ayudar a las familias de los trabajadores muertos y heridos. Los dirigentes máximos del movimiento de los pampinos, José Briggs y Luis Olea, murieron. Según el cónsul americano, el vicepresidente y un director de los huelguistas intentaron asilarse en el consulado de los Estados Unidos. Esos dirigentes se presentaron a las 12 de la mañana del 21, pidiendo protección de esa nación, asilo que fue denegado. R. Hana manifiesta que a las 4 de la tarde ambos estaban muertos.

Después de la Tragedia

Los pampinos, abatidos y defraudados, en su casi totalidad regresaron en trenes a las oficinas. Un gran número de sus compañeros quedaron para siempre bajo tierra iquiqueña. Había terminado su terrible odisea en la Capital del Salitre. El 24 de diciembre abrió sus puertas todo el comercio mayorista. Volvió la actividad en casi todas las fábricas locales, y se regularizó el servicio de trenes al interior. Para consolidar la normalidad en Iquique y la pampa, el crucero Esmeralda se dirigió a Coquimbo para traer al regimiento Arica. En el transporte Maipo llegó una fuerza del regimiento de Carabineros destinada a cubrir la guarnición en las salitreras.

En enero de 1908 los salitreros se comprometieron al sostenimiento de los carabineros encargados del mantenimiento del orden en la pampa. El 25 de diciembre salió de Montevideo el crucero Sappho rumbo a Iquique, en donde atracó el 7 de enero de 1908. La llegada de ese buque de Su Majestad produjo gran satisfacción en la colonia británica.

Después del cruento acontecimiento muchos obreros bajaron a Iquique con sus familias para dirigirse al sur. Comenzó también la emigración de trabajadores peruanos, bolivianos y argentinos. La tragedia del 21 causó mucha impresión en Lima. El diario El Tarapacá, en su edición del 26 de diciembre, condena la forma y desarrollo revolucionario y sedicioso impreso por sus cabecillas a la huelga de los trabajadores de la pampa. También expresó que no puede censurarse a la autoridad por las medidas violentas que tomó para hacer cesar ese estado de cosas, tan profundamente irregular y pernicioso para el orden social establecido.

Conclusión

Los huelguistas no cometieron ningún desorden importante, ni amenazaron a la población, los patrones o la autoridad; ni pretendieron sustituir a ésta. Se hallaban además, desarmados. En fin, lo pedido por los huelguistas no era irrazonable, ni se mostraron inflexibles discutiéndolo. El pampino era solidario pero le faltaba la unidad y ésta la logró en el crítico año de 1907. Tras largos años de ser refrenados sus impulsos de reivindicación social, al fin estalló la gran huelga en la provincia de Tarapacá.

La acción militar del 21 de diciembre de 1907 significó un golpe doloroso y paralizante para el movimiento obrero del salitre de Tarapacá y una advertencia para el de la provincia de Antofagasta, donde estalló el movimiento huelguístico. De esta forma, el desarrollo de la industria salitrera, vital para la economía nacional continuó sin perturbaciones de este tipo por muchos años.

(3 - Fine)
Last modified on Saturday, 07 February 2015 21:02

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