El África, con sus colores chillones, la alegría de su gente y su hospitalidad. El África con sus trajes, cantos y costumbres típicos, que tanto llama la atención a un recién llegado… Pero también empecé a descubrir el África de los grandes flagelos como la pobreza, el sida, la malaria y otras enfermedades que hacen estragos por todas partes; la falta de agua, gas o electricidad es un común denominador.
“Polepole”, poco a poco voy insertándome en la vida pastoral y de la gente; poco a poco voy enriqueciéndome como persona al entrar en relación dialéctica con una nueva cultura; poco a poco voy compartiendo las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de mis hermanos africanos; poco a poco voy descubriendo el rostro de Cristo sufriente y resucitado en aquellas personas que Dios pone en mi camino: cristianos, musulmanes o animistas; poco a poco voy aprendiendo a comprender y a amar a este pueblo tanzaniano; poco a poco voy haciéndome uno de ellos, trasformándome en un Cristo cercano que visita, vive, llora, trabaja, consuela, enseña, aprende, juega, ríe, reza, ama…
Sé que, las dificultades y los desafíos no son pocos.
Sé que, soy misionero porque he recibido un bien que no puedo retener en la intimidad, lo que he visto y oído, reclama que lo trasmita a quienes quieran escuchar; porque una vida compartida con los demás, vale la pena ser vivida.
{mosimage}Sé que, en estos días no desaparece en el mundo cercano ni lejano el dolor, la injusticia, las catástrofes, las guerras, las enfermedades, la angustia, la soledad… Pero pequeños gestos de solidaridad, de perdón, de esperanza, de serena alegría, de consuelo, hacen que otro mundo sea posible, que nuestro mundo sea diferente. Solo hace falta la voluntad firme y el deseo de hacer el bien, de amar y dejarse amar. Es decir, dar prioridad a los valores del espíritu y reconocer y aceptar la presencia de Dios en nuestras vidas. «Sólo quien vive la experiencia personal del amor del Señor es capaz de hacer un gesto amigo, fraterno, solidario, para que los que están caídos se levanten”.
Sé que, si fui llamado para prestar este servicio a la Iglesia, recibiré también de Aquél que me llamó la fuerza, la luz y la gracia” para vivir y llevar a cavo la misión que me encomendó. Pongo mi vida cotidiana en las manos de nuestra madre Maria Consolata, quien me sostiene, anima, consuela y me lleva de la mano a la presencia misteriosa de su Hijo en cada Eucaristía.