La dificultad de todo esto está en el hecho de que uno llega a otra cultura cargado con su historia, su mundo, su forma de ver las cosas y lo que se encuentra al frente es otro mundo con toda su complejidad y otro sistema de vida con aspectos tan variados y complicados como la economía, la política, la sociedad, las inevitables ideologías...
Interpretando mi experiencia en Venezuela, país en el que estoy trabajando desde hace ocho años, puedo decir que la inculturación exige en un primer momento un esfuerzo grande para conocer con profundidad la cultura del otro y que la inserción es un medio privilegiado para llegar a adquirir este conocimiento necesario para evangelizar. Uno tiene que insertarse como huésped (no como patrón); haciéndose uno de tantos, hermano con el otro. La humildad, la cercanía y la escucha al pueblo son necesarias para aprender su idioma y conocer costumbres, problemáticas, maneras de entender la realidad, incluso la misma realidad histórica y social. Para andar este camino sin estrar in “shock” cultural se necesita paciencia con uno mismo, prudencia, valor, buena voluntad, pasión, ética misionera y disciplina pero, sobretodo, mucho amor a la gente.
Es sumamente importante despojarse de los prejuicios y preconceptos que uno tiene. Existe un dicho en mi tierra que reza así: “nadie cocina mejor que a mi mamá”. Si queremos entrar en los espacios de otras culturas hay que romper estos esquemas para aprender a compartir incluso la "cocina" de la gente a la que somos enviados. Esto cuesta y duele pero es a la vez muy enriquecedor. El misionero se vuelve un poco como un niño y va aprendiendo de sus errores. En el aprendizaje de la lengua, por ejemplo, la gente, cuando se siente libre y no es atemorizada por la autoridad del misionero, corrige con mucho gusto los errores que hagamos y eso es de mucha ayuda.
Todo eso no se puede hacer en pocos días, lleva tiempo y depende también de la metodología, los logros y los límites del misionero, las condiciones sociales e históricas. En ningún momento estaremos total y completamente inculturados también porque cada misionero lleva siempre consigo su propia herencia cultural de la que no puede prescindir: simplemente se trata de ir cada día más aproximándonos lo más que podamos, de forma metódica a las personas y a las culturas a las que somos enviados. No importa el esfuerzo que yo haga, yo que soy Keniano nunca llegaré a ser un Afro Venezolano. Mi historia personal está marcada por mi cultura y mi pasado. La fuerza del evangelizador está también en la alteridad y la diferencia. El evangelio no se puede asemejar a ninguna cultura y a todas las llama a la conversión.
Esta es la tarea de la evangelización. Para ello, a la luz de la fe cristiana y utilizando los valores culturales del pueblo, el misionero sabrá anunciar el proyecto de Jesús como Buena Noticia relevante para ese pueblo y para esa cultura. En todo esto hay que confiar siempre en el amor y fuerza del Espíritu Santo el último protagonista de la Misión y en la compañía del Cristo Jesús de la historia el primero Misionero del Padre.