El pasado 12 de mayo, la parroquia Inmaculada Concepción de María La Baja (Bolívar), se alegró con la ordenación sacerdotal de su hijo Danilo Caraballo, misionero de la Consolata. El día siguiente, la solemnidad de la Ascensión del Señor, el P. Danilo presidió su primera misa en el mismo templo parroquial.
A seguir, él nos comparte la vivencia de este momento, un poco de su historia y sus expectativas en su camino misionero.
P. Danilo, ¿cómo fue su ordenación y la celebración de la primera misa?
Mi ordenación fue un momento gratísimo y lleno de la presencia de la Ss. Trinidad. Sentí mucha alegría en ser acompañado, en esta celebración, por muchos familiares, fieles y amigos, entre ellos por religiosos, religiosas, sacerdotes y seminaristas. Esto demuestra el sentido en comunión con toda la Iglesia, igual como hace muchos años estoy fuera de este pueblo. Al mismo tiempo, desde la distancia, sentí el acompañamiento de muchas comunidades y personas de los lugares donde pasé. Solo tengo que agradecer.
Fue ordenado por la imposición de las manos y oración de Mons. Jorge Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo de Cartagena, y con la concelebración del P. Armando Olaya, Superior Regional IMC Colombia-Ecuador, P. Mario Guglielmin representando la Región Argentina y por algunos sacerdotes de la Consolata y diocesanos.
Este momento fue vivido en un clima de alegría expresado en palabras y en carteles de la comunidad recordando mi misión: “ser sacerdote para la Iglesia, para el mundo y para los pobres”.
La primera misa la he presidido el domingo, 13 de Mayo, fiesta de la Ascención de Nuestro Señor Jesucristo, y también de Nuestra Señora de Fátima… Me alegró poder realizarla en la misma parroquia Inmaculada Concepción, lugar donde fui bautizado, hice mi primera comunión y la confirmación hace varios años.
En todo puedo decir que sentí la presencia de Dios, iluminado por el lema de mi ordenación: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero…” (Jn 15,16)
Para conocerte mejor, cuéntenos un poco de su historia…
Mi nombre es Danilo Darío Caraballo Carmona, nací en Venezuela el 22 de marzo de 1982, pero crecí junto a mis padres y abuelos en María La Baja (Bolívar – Colombia). Empecé a tener una cercanía con la Iglesia a partir de la convivencia con los padres carmelitas en la catequesis, en las misas y participando de grupos de adolescentes. De ahí comenzó algunas inquietudes vocacionales de estar en la Iglesia y compartir con los hermanos de fe. En 1988, cuando llegaron los misioneros de la Consolata a María La Baja, su estilo de vida y la vivencia comunitaria de ellos, especialmente por vivir juntos con los africanos, europeos y latinoamericanos, poco a poco, me interesó su estilo y fui conociendo quiénes eran José Allamano y La Consolata… ¡y me fui enamorando!
Terminando el secundario, quise entrar al Instituto, pero mis padres recomendaron que era bueno primero terminar una carrera profesional. Pasado el tiempo, continuaba compartiendo con los misioneros y estudiando la carrera de ingeniero de sistemas. Trabajé algún tiempo en Bogotá, pero sentía que me faltaba algo, pues no me sentía plenamente realizado.
A los 29 años decidí acercarme a la Casa Regional de los Misioneros de la Consolata y, conversando con el padre Alonso Álvarez, le conté mi situación, comenzando un proceso de discernimiento. Dejé mi trabajo y fue a un periodo de misión a Sucumbíos, en la Amazonía ecuatoriana, junto a los kichwas. Continuando el proceso ingresé a la Filosofía en Bogotá, siendo admitido posteriormente al postulantado.
En 2013 realicé el noviciado en Argentina, que fue un año de mucha vivencia de Dios, de conocer al Instituto y me consagré a Dios por medio de los votos. Fui destinado a hacer mis estudios teológicos en la Comunidad Apostólica Formativa (CAF) de Mendoza – Argentina. Esta destinación me alegró mucho porque ya tenía un afecto por el pueblo argentino, conocía y me daba la experiencia de vivir en una parroquia con hermanos de distintos países. Ahí estudié la Teología, trabajé en una parroquia acompañando los jóvenes y el canto, participé de la Animación Misionera y Vocacional del Instituto y de varios eventos de la Diócesis de Mendoza. En octubre de 2017 realicé los votos perpetuos y fui ordenado Diácono en Mendoza.
El 12 de mayo fui ordenado sacerdote y estoy preparándome para regresar a Argentina, donde fui destinado a trabajar como misionero. No sé lo que me espera, pero tengo mucha expectativa de poder compartir mi vida y ministerio con los hermanos que Dios ponga en mi camino, en la comunidad donde viviré ahora como presbítero misionero de la Consolata.
¿Qué significa para usted ser sacerdote misionero de la Consolata?
Ser misionero de la Consolata para mí es:
1) Un don, una gracia que Dios me ha regalado, y un compromiso donde puedo responder a Dios con fidelidad y gratitud.
2) Sentirme orgulloso de pertenecer a una familia en la cual entrego mi vida y servicio a la misión ad gentes, dándome la alegría de llevar de la alegría y la consolación a los sitios donde estamos de forma ordinaria y extraordinaria.
3) Entregar mi vida a los hermanos al cual Dios me da la oportunidad de compartir y en la comunidad donde Dios me pone para comunicar su Palabra.
4) Ser hijo de María, la que consuela y lleva al propio Jesús consolador a aquellas personas que se encuentran tristes y agobiadas.
5) Compartir los gozos y las alegrías desde los dones que Dios ha regalado a mí y que regala a todas las personas que se entregan a Él.
Por otro lado, pero unido a todo lo que ya dije, ser Sacerdote es asumir el don, gracia y ministerio regalado por Dios. Me siento indigno porque sé que llevo un gran tesoro en vasijas de barro. Ser presbítero, para mí, es:
1) administrar los sacramentos instituidos por Jesús;
2) acercar a nuestros hermanos que se congregan, en comunidad, en torno a la Eucaristía;
3) hacer que nos reconciliemos con las personas que conozco y con Dios;
4) servir, entregarse y despojarse de muchas cosas para darse al otro y para el otro;
En pocas palabras, ¿cómo te sientes ahora?
En este momento, para mí, ser un presbítero misionero de la Consolata me hace ser más consciente de lo que debo ser y hacer de ahora en adelante. Siento que es un compromiso que debo estar muy alerta para seguirle entregando a Dios mucho de lo que Él me ha regalado: los dones que están en mí y que debo seguir despertando, pues las personas precisan de presbíteros y religiosos que sean partícipes y activos en la misión ordinaria y extraordinariamente.