4 Tema - Espiritualidad de la consolación

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ESPIRITUALIDAD DE LA CONSOLACIÓN

I. El significado de la espiritualidad

Una forma amplia de comprender la espiritualidad la presenta como un conjunto de principios y valores capaces de dar sentido a la existencia humana. En este sentido es espiritual toda persona que tiene ideales nobles y lucha por ellos. Hay quien presenta la espiritualidad como algo que realiza en el hombre un cambio interior. En muchos ambientes es hoy común el uso de la palabra “mística” prácticamente como sinónimo de espiritualidad. Conforme a esta connotación la espiritualidad indica una experiencia espiritual que genera fuerza interior y capacidad de compromiso perseverante en favor de una causa justa, una experiencia que da lugar a utopías y crea capacidad para luchar por ellas.

Una visión cristiana

En oposición a la concepción de la filosofía griega, san Ireneo, situándose en una perspectiva claramente cristiana, define al hombre espiritual como alguien que se compone de cuerpo, alma y Espíritu Santo. Este último es algo así como el alma de nuestra alma. El Espíritu Santo se une a nuestro yo y da fuerza a todo lo que en nosotros es humano. Con tal sentido, espiritual es la persona en la que habita el Espíritu Santo. La vida espiritual es, pues, la vida en y con el Espíritu Santo. En este sentido es espiritual toda persona capaz de integrar todas las dimensiones de su vida (las que forman su persona al igual que el conjunto de sus relaciones), permitiendo que éstas sean penetradas por la fuerza del Espíritu.

Las múltiples caras de la espiritualidad cristiana

Las múltiples espiritualidades cristianas que han ido apareciendo durante dos mil años de cristianismo y las numerosas expresiones con las que convivimos hoy nacen de una forma particular de mirar y comprender el misterio de Dios. La tentativa de hablar de la espiritualidad de la consolación en perspectiva cristiana nos exige escrutar el misterio de Dios desde este punto de vista, para comprender cómo se manifiesta consolador y, por lo mismo, cómo nos llama a ser hoy presencia de consolación en medio de su pueblo. Vivir la espiritualidad de la consolación comporta hacer presente en nuestro modo de ser las actitudes fundamentales de Dios como consolador de su pueblo.

II. Experiencias de consolación

Escucha atenta
Dios dice a un Moisés que contempla asustado la zarza ardiente: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arranca su opresión y conozco sus angustias. Voy a bajar a liberarlo de la mano de los egipcios...” (Éx 3,7-8). Dios se revela como el Dios cercano, de oídos atentos, de mirada perspicaz. La consolación sigue los caminos de la liberación.

Dios consuela a su pueblo
La consolación que da Dios en el Antiguo Testamento encuentra una rica expresión literaria en Is 40-46. El destierro de Babilonia causa una profunda aflicción y sufrimiento al pueblo de Israel. La primera Lamentación expresa la deplorable condición de Jerusalén. La desolación se hace súplica. La petición es que el Señor considere la angustia y la desesperación de su pueblo (1.1-22). Humanamente, nada cabe esperar. Sólo queda una alternativa: invocar al Señor. La oración no se pierde en el vacío. Las palabras del profeta revelan la decisión de Dios de intervenir en la historia, como hizo con ocasión de la esclavitud en Egipto. Esta intervención de Dios es llamada por Isaías “consolación”.

Una presencia que consuela

Con breves pinceladas, el libro de Job describe la rápida transformación de la vida del protagonista. A la pérdida de los bienes materiales siguen las tribulaciones físicas que desfiguran su rostro y lo apartan de la sociedad. Job vive la experiencia de verse despojado de todo lo que puede formar parte de las normales aspiraciones del hombre. Delante de su desgracia, algunas personas sabias, movidas por sincera amistad y por compasión, se le acercan con la intención de compartir su dolor y consolarle. Su actitud es sencilla: “Luego se sentaron en el suelo junto a él, y estuvieron así siete días y siete noches sin dirigirle ninguno la palabra, porque veían que su dolor era muy grande” (Job 2,13). La consolación sigue los caminos de la escucha sencilla y atenta, del compartir y de la solidaridad.

Jesús, la consolación de Israel

El Hijo es la Palabra que el Padre tiene que decir a la humanidad: “Este es mi hijo, el elegido, escuchadlo” (Lc 9,35). Es Él por excelencia quien, con sus palabras y acciones, nos revela el rostro del Dios consolador. El evangelista san Lucas nos lo presenta como la consolación de Israel (Lc 2,25). Algunos iconos pueden ayudarnos a comprender cómo Él se hace consolación para los desolados de su tiempo.

El misterio de la encarnación nos muestra que Dios no se quedó en el lugar que le corresponde por ser quien es, sino que, conmovido por las condiciones de sufrimiento de la humanidad, abandonó su sitio en el cielo y asumió la humilde condición de los hombres.

Para presentárselo a sus lectores, san Lucas elige el episodio de la sinagoga de Nazaret: Jesús es el ungido del Espíritu para anunciar la buena nueva a los pobres, para dar la libertad a los presos, para dar la vista a los ciegos, para liberar a los oprimidos y para proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,18ss.).

Con una parábola cargada de inspiración y belleza, Jesús nos enseña que la consolación de Dios está ligada a la misericordia. En la parábola del hijo pródigo nos dice que el Padre, cuando el hijo estaba todavía lejos, se compadeció de él. El Padre participa profundamente en el drama de su hijo, lo que le lleva a salir a su encuentro y abrazarle con brazos paternos. La consolación pasa por los caminos de la reconciliación, tanto en lo personal (en la propia historia y en el conjunto de las propias experiencias) como en lo social.

Cuando llegaba a la puerta de la ciudad de Naim, Jesús encontró a una mujer que, seguida de numerosa multitud, acompañaba a su hijo muerto al cementerio. Jesús se conmovió y dijo a aquella madre: “¡No llores!”. Luego se acercó a la comitiva, tocó al joven muerto y le dijo: “Joven, yo te lo digo, ¡levántate!”. Y seguidamente se lo entrega a su madre (Lc 7,11-17). La consolación pasa a través de la sensibilidad que nos hace intuir y comprender el sufrimiento del otro, como también nos hace próximos en las situaciones más duras de la vida.

El grito del ciego de Jericó sentado a la orilla del camino y pidiendo que se compadezca de él, no deja de ser escuchado por el Maestro. Jesús ordena que le llamen y le anuncia: “Anda, tu fe te ha curado” (Mc 10,52). La consolación recorre los senderos de la acogida de los que piensan que no tienen otra posibilidad que permanecer sentados a la orilla del camino mendigando su supervivencia y observando el paso de los demás, a los que consideran los verdaderos protagonistas de la historia.

Jesús, llegando a la casa de unos amigos, encuentra a Marta y María que, acompañadas de un grupo de personas, lloran la muerte de su hermano Lázaro. Ante esta situación, el Maestro se conmueve interiormente varias veces. Su corazón, profundamente humano, le hace partícipe del dolor de las personas a las que ama. Se acerca al sepulcro y dice en alta voz: “¡Lázaro, sal fuera!” (Jn 11,43). La consolación se expresa como compromiso para cambiar totalmente lo que realmente puede ser cambiado.

Al acercarse la hora en que debía volver al Padre, Jesús promete enviar otro consolador (Jn 14,16-26). Por eso exhorta a sus discípulos a no estar tristes. El consolador no les liberará de las persecuciones, de las calumnias, de los tribunales (Mc 13.9), pero en todas esas situaciones, tan adversas, Él estará presente en su vida cono fuerza y consolación

III. La consolación en nuestro carisma, en nuestra vida y misión

Algunos de los rasgos de la consolación que hemos visto en los textos bíblicos nos parecen singularmente actuales y significativos para nuestra vida. Este mundo que globaliza y, por eso mismo, acerca en cierto modo, es también un mundo que crea distancias y exclusiones. Es aterradora la previsión de que, en un futuro próximo, el 80% de la población mundial estará al orillas del camino, como incontables Bartimeos desolados y postrados, sin fuerza para caminar.

La consolación es el modo característico con que Dios mira a la humanidad. Este sentimiento se convierte en fuente de misión porque lleva al mismo Dios a salir de sí mismo, a revelarse próximo, sensible al sufrimiento, dispuesto a intervenir en la historia para liberar a su pueblo. Partiendo de esta actitud de Dios, hay quien dice que la compasión es la fuente, el método y el objetivo de la misión. Estamos llamados a mirar el mundo a través del lente de Dios.

Es este mismo sentimiento, forjado a los pies de la Madre que, siendo la Consolata, es la Consoladora de los afligidos, el que despierta en Allamano el sueño de misioneros dispuestos a dejarlo todo, a imagen del Hijo de Dios, para hacerse próximos de los demás pueblos y ser para ellos presencia de consolación.

Mejor teorizada, especialmente a partir del concilio Vaticano II, la intuición de Allamano de que la misión y la promoción integral de la persona deben avanzar juntas, sigue siendo plenamente actual. Este es el camino de la misión también en el presente, cada vez más sensible a los valores humanos y cada vez más reticente ante las propuestas de vida que aparecen carentes de humanidad. Quizá nunca como hoy supo apreciar la gente una religión que no solamente promete la salvación futura, sino que es ya experiencia de salvación. Los hombres de nuestro tiempo reconocen en Dios al Señor de la historia y de la vida, que rechaza las prácticas religiosas puramente formales que no promueven la vida y no demuestran un respeto profundo hacia la humanidad. Aman, por el contrario, todo lo que ayuda a ser más decididamente lo que de verdad somos: humanos.

Misión y consolación, como experiencia que libera y promueve la vida, forman un binomio inseparable en nuestro modo de ser misioneros y en la forma más profunda de entender la misión hoy. Esto es don del Espíritu que recibimos. Permitir que el Espíritu impregne toda nuestra vida, a el fin de vivir la misión como personas espirituales, nos compromete a interiorizar los sentimientos y las actitudes del Dios consolador.

Alimentar hoy la misión con la espiritualidad de la consolación nos compromete a vivir en profundidad estos aspectos que caracterizan la actitud de Dios hacia la humanidad. Esa espiritualidad, que se encuentra en la raíz de nuestro carisma, es el espíritu que forja nuestra vida y nuestro modo de ser misioneros. En nuestra realidad de seres humanos, siempre tentados a cerrarnos en nuestros proyectos e intereses, vivir la misión con el espíritu de Dios exige de nosotros una continua conformación al espíritu del Señor. Para tener su espíritu necesitamos ser hombres de oración que confrontan constantemente con Dios su proyecto personal de vida. Sólo en la medida que vivamos una profunda intimidad con Él podremos ser contemplativos en lo cotidiano de nuestra vida, haciendo presente a las personas de nuestro tiempo el eterno rostro consolador de Dios.

IV. Preguntas para la reflexión

1. ¿Cuáles son las situaciones de mayor desolación de la gente confiada a los servicios de nuestra comunidad?

2. ¿De qué modo nuestra comunidad es presencia de consolación?

3. ¿Podemos decir que las actitudes fundamentales del Dios consolador están presentes en nuestra espiritualidad y, por consiguiente, en nuestro modo de vivir la misión?

P. Luiz Balsan

Last modified on Thursday, 05 February 2015 16:55

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