Desafíos del diálogo interreligioso

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1.- Apuntes sobre la Misión

Me refiero al concepto de Misión tal como aparece definido en la declaración “Ad Gentes 2”: “La Iglesia es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y del Espíritu, según el designio de Dios Padre”. Esta visión nos sitúa en la dinámica de un designio de amor que san Pablo define muy claramente en 1Tim 2,4-6 así: “Dios quiere que todo el mundo se salve y llegue al conocimiento de la Verdad”. Esta es, de alguna manera, la Misión del Padre, su deseo de Comunión con toda la humanidad, de donde surgen toda una serie de líneas específicas de espiritualidad, entre las que esta el Diálogo Interreligioso.

2.- Apuntes sobre Espiritualidad Misionera

Cuenta el jesuita Anthony de Mello en “El canto del pájaro” que una vez preguntaron al maestro: ¿qué es la espiritualidad?

- La espiritualidad, respondió, es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior.

- Si aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los maestros, ¿no es eso espiritualidad?

- No será espiritualidad si no cumple esa función para ti; una manta ya no es manta si no te da calor.

- ¿De modo que la espiritualidad cambia?

- Las personas cambian y también sus necesidades, de modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es; la espiritualidad muchas veces no es más que la constancia escrita de métodos pasados. Hay que cortar la chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona y no al revés”.

Mucho ha cambiado el mundo y las necesidades de las personas y los pueblos. En estos años asistimos a un fenómeno importante, el cruce y encuentro de pueblos y personas con lo que eso supone, no solo, de transformación exterior, sino también interior, es decir, de llamada a renovar o reinventar una espiritualidad que responda a los interrogantes que se nos plantean.

Cuando la Redemptoris Missio desarrolla las diferentes dimensiones de la espiritualidad misionera: pneumatológica, cristológica, eclesiológica y antropológica, insiste frecuentemente en la fidelidad al Espíritu Santo, porque de ahí surgen «los dones de fortaleza y discernimiento», como «rasgos esenciales» que ayudan a comprender el contenido evangélico de la Misión.( Cfr. 87)



3.- Apuntes sobre el Diálogo Interreligioso

“El diálogo significa el conjunto de las relaciones interreligiosas positivas y constructivas con personas y comunidades de otras confesiones, tendentes a un conocimiento y enriquecimiento mutuos. Esto incluye tanto el testimonio como el descubrimiento de las respectivas convicciones religiosas” (Diálogo y Anuncio, 9)

Los obispos africanos, en su Documento de Trabajo para el Sínodo de África de 1994, lo definían así: "El diálogo es el espíritu que subyace en toda misión cristiana, es un cambio de óptica del espíritu, una actitud de respeto y amistad hacía los que tienen un punto de vista diferente. Es flexibilidad y apertura a la verdad, sin mirar de que lado viene, para que la búsqueda de la Verdad sea más libre. La persona en diálogo trata de eliminar todo prejuicio, intolerancia y malentendidos inútiles. Muestra la apertura a la acción del Espíritu en cada persona, religión o grupo, y de ahí una disponibilidad a aceptar la profundidad de la experiencia religiosa de los otros".

Redemptoris Missio dice que “El diálogo es un camino para el Reino que seguramente dará sus frutos, aunque los tiempos y momentos los tiene fijados el Padre” (57)

4.- Los retos del Diálogo Interreligioso a la Espiritualidad Misionera

Son innumerables, pero me voy a centrar en aquellos que yo mismo he experimentado.

4.1 “La cara oculta de Dios”

Hay textos de la constitución dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, que nos sitúan en un ambiente misionero. “Dios habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (DV 2). “Dios tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras” (DV 3)

Redemptoris Missio lo expresa así: “Dios llama a sí a todas las gentes en Cristo, queriendo comunicarles la plenitud de la revelación y de su amor; y no deja de hacerse presente de muchas maneras, no sólo en cada individuo, sino también en los pueblos mediante sus riquezas espirituales, cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque contengan lagunas, insuficiencias y errores” (55).

En estos textos intuimos que en las riquezas espirituales de los pueblos está presente el rostro de Dios, un rastro de su Amor y Presencia que aún siendo un pobre fruto de la experiencia interior de las personas, nos dan una pista para ponerse en actitud de búsqueda de un Dios que nunca deja de sorprendernos.

Por eso, la mejor respuesta que el Espíritu puede sugerir o susurrar en los corazones de los que buscan el rostro de Dios, es tener una actitud contemplativa. Juan Pablo II lo afirma como fruto de su experiencia misionera: «El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: “Lo que contemplamos acerca de la palabra de vida, os lo anunciamos” (1Jn 1, 1). El misionero ha de ser un contemplativo en la acción.

Todo misionero, todo creyente, desea comunicar y compartir esa vida y para ello lo mejor es el cultivo de relaciones amistosas y fraternas con las personas y los pueblos. “Los discípulos de Cristo, inundados profundamente por su Espíritu, deben conocer a los hombres entre los que viven y conversar con ellos para advertir, en diálogo sincero y paciente, las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes”(LG 11).

Cuando se hace uno sensible a esas riquezas espirituales, distribuidas generosamente por Dios y que tantas veces nos quedan ocultas, es posible comprender lo que dice este musulmán: "Si sientes en lo más profundo de ti mismo que lo que te incita al bien es tu amor por Dios y tu amor por los hombres que Dios ama; si piensas que el mal consiste en apartarse de los hombres, porque Dios los ama como te ama a ti, y que perderás tu amor por Dios si haces daño a aquellos a quien Él ama, es decir, a todos los hombres, entonces, tú eres discípulo de Jesús, cualquiera que sea la religión que profeses". (Mohamed Kamil Husyan en Al Wadi).

Lo que este creyente musulmán nos sugiere es que buscar el rostro de Dios supone ir al encuentro del otro con una actitud positiva, libre de prejuicios, abierto para conocer y reconocer a Dios en él. Lo cual nos hace humildes, audaces, porque aunque sabemos que nuestra fe es justa y verdadera, y debe ser proclamada, no lo haremos como jueces, sino como testigos; no como soldados, sino como mensajeros de paz; no como vendedores que someten a presión al comprador, sino como embajadores de un Dios que es más de lo que podamos decir o pensar.

La presencia de Dios en el diferente nos invita a la empatía, a entrar en su experiencia y comprenderla desde el interior. Pero para ello hay que superar el nivel de los conceptos en los que expresamos imperfectamente la experiencia misma. "Conocer la religión del otro es algo más que estar informado sobre su tradición religiosa. Implica entrar en la piel del otro, caminar con sus sandalias, ver el mundo como el otro lo ve, hacerse las preguntas del otro, penetrar en el sentido que tiene el otro de su ser musulmán, cristiano, budista". Y es aquí donde surgen las dificultades y los problemas. ¿Hasta qué punto es posible y legítimo entrar en el corazón del otro para vivenciar sus experiencias religiosas, para compartir una fe diferente de la nuestra? Lo que debe estar claro es que no se puede prescindir o dejar de lado la propia fe. Hay que ser honrados para aceptar y respetar las diferencias. El diálogo busca la comprensión en la diferencia, la estima sincera de las convicciones diferentes de las propias; incluso debe acoger los interrogantes que la fe personal del otro provoca en la vivencia de mi experiencia personal.

El desafío está en que una actitud así nos lleva a relativizar las propias convicciones para que lo relativo no se convierta en un absoluto, porque el único Absoluto es Dios mismo. La búsqueda del rostro de Dios va hasta el encuentro, en el interior de una misma persona, de dos maneras de pensar y de ver, liberando la propia experiencia de toda sobrecarga, para que mi interlocutor pueda reconocer en mi su propia experiencia, la presencia oculta de Dios.

La búsqueda del rostro oculto de Dios nos ayuda a caer en la cuenta de que las diferencias de confesión religiosa que nos mantienen separados tienen, a los ojos de Dios, menos peso que las realidades profundas en las que estamos unidos. En el encuentro interreligioso, el diálogo de valores no es suficiente, lo esencial es el diálogo que Dios instaura, desarrolla y lleva a su término, con cada uno de nosotros, en el cuadro de su propia tradición religiosa.

4. 2 “La kénosis de Jesús”

Toda experiencia religiosa auténtica es un encuentro de Dios con el hombre. La salvación consiste en esa comunicación personal entre Dios y el hombre, tal como se realiza en Jesucristo y de la cual su humanidad es el signo. Las prácticas religiosas son la manera de hacer concreta esa experiencia personal. Por ello podemos decir que son caminos de salvación en Jesucristo que como humanidad está presente en esa experiencia humana. Dios encuentra a los hombres en Cristo, aunque su rostro humano les sea desconocido; para nosotros cristianos, Dios nos encuentra en el rostro humano de Jesús que refleja el rostro del Padre.

Acostumbrados a creer que tenemos la totalidad de la Verdad, los cristianos tendemos a olvidar que la plenitud está sólo en Dios. Los creyentes estamos en camino, en búsqueda. Sin embargo, contemplando a Jesús, no debería sernos difícil entrar en su dinámica de encarnación, expresada por san Pablo en Fil. 2,5-8: “Siendo de rango divino, no retuvo para sí el rango que le igualaba a Dios, sino que se hizo uno más en todo, hasta la muerte y muerte de cruz”. El encuentro con otros creyentes es una invitación a ejercer esta kénosis de Jesús, poniéndonos a la altura del otro creyente, siendo “uno más”, sin querer retener para nosotros, como un privilegio, lo que hemos recibido gratuitamente, sino dándolo gratis, sin condiciones, sabiendo que a través de la encarnación, el Hijo de Dios se une con todos los miembros de la raza humana y desde esa kénosis, la salvación se abre a todos. Como dice Gaudium Spes: “Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre, en realidad, es una sola, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS, 22).

El reto que esta actitud kenótica supone para la espiritualidad misionera es la aceptación espontánea de la coexistencia de credos diversos, sin dejar de estar comprometidos por el Evangelio, pero creyendo que avanzamos en el encuentro de un Dios que está también presente, kenóticamente, en mi interlocutor. Para ello, se precisa una gran humildad porque la fe es un don, lo que supone ser vulnerable, como lo fue Jesús.

Una dimensión de la kénosis de Jesús es la presencia de la cruz en el diálogo interreligioso. El encuentro y la amistad con otros creyentes no deben condicionar nuestra mirada sobre las otras religiones. El diálogo exige respetar la verdad, apreciando lo que es bueno y siendo lúcido ante las propias debilidades y las de los demás. La arrogancia, la autosuficiencia, la sospecha y la intolerancia impiden el encuentro en espíritu y en verdad. La espiritualidad misionera debe ser capaz de acoger esos momentos de cruz y oscuridad con paciencia, perseverando siempre en el encuentro con el otro.



4.3 “El Espíritu que sopla y lleva”

Qué fácil nos resulta hablar e invocar al Espíritu y qué poco preparados estamos para dejarnos conducir por Él. Sin embargo, cuando se practica la relación asidua con creyentes de otras religiones, se descubre que esa experiencia es un don del Espíritu a los creyentes, a los buscadores de Dios. Monseñor Duval quien fuera arzobispo de Argel, decía a sus sacerdotes (1964): “Los hijos de la Iglesia, cuando dialogan con los no-cristianos, deben ir al encuentro del Espíritu Santo. La vida de la Iglesia va más allá de sus límites. El Espíritu del Señor trabaja en el corazón de cada persona y suscita abrirse a la luz plena. A menos que neguemos la universalidad de la Redención, tenemos que afirmar que en todas las partes del mundo existen valores sobrenaturales. Pertenece a los hijos de la Iglesia descubrirlos y acogerlos. El diálogo entre cristianos y no cristianos se sitúa en el plano sobrenatural, por su contenido, por su espíritu y por sus métodos. El diálogo debería hacer descubrir a todas las personas y comunidades que la fuente única de los valores que todos conllevan vienen del Espíritu de Dios; de esta manera tomarán conciencia de la convergencia, sin duda imperfecta, pero real y sincera, de sus esfuerzos en el plano espiritual”.

Es esta práctica del diálogo la que nos ayuda a descubrir que el Espíritu abre caminos a la Iglesia. Que no es la Iglesia la que planifica los caminos del Espíritu, sino que el Espíritu nos conduce por caminos que nos resultan extraños, paradójicos y desconcertantes porque nos impulsan a dar pasos audaces, nos sugieren abrir caminos nuevos que a veces cuestionan incluso convicciones muy arraigadas. El diálogo interreligioso nos ayuda a comprender que para escuchar al Espíritu hay que escuchar al otro, sobre todo al diferente, el que nos puede des-identificar porque tiene algo nuevo que decirnos. Por eso, el misionero suele ser el primer sorprendido por el susurro del Espíritu y comprende que hay que ser dócil, como Felipe, Pedro y Pablo que por serlo estuvieron en el origen de que el eunuco, Cornelio y algunos atenienses, descubrieran un nuevo rostro de Dios.

"Dios, conocedor de corazones, testificó en favor de los paganos, dándoles el Espíritu Santo como a nosotros" (AA 15,8). Si el Espíritu está presente en todo hombre, los cristianos debemos aceptar que no tenemos el monopolio de esos dones. Por su parte, el decreto Ad Gentes y la constitución pastoral Gaudium Spes reconocen la acción del Espíritu en el mundo, antes de la glorificación de Cristo y fuera de la Iglesia. "El Espíritu está presente no sólo en las iniciativas religiosas de la humanidad, sino en las culturas, las aspiraciones universales, seculares incluso, que caracterizan al mundo actual". Por lo tanto el Espíritu está presente y actúa en cada etapa de la Historia de la Salvación, manifestando a un Dios que se revela de múltiples maneras. El Espíritu Santo actúa no sólo entre los cristianos, sino también más allá de las fronteras de la Iglesia. Por esta razón hay que reconocer el bien que se encuentra sembrado no sólo en las mentes y corazones de los individuos, sino en los ritos y costumbres de los pueblos (LG, 17).

Los que practican el diálogo interreligioso comparten el respeto de Dios a la libertad humana y su paciencia con las criaturas que caminan juntas hacia la verdad, cada una a su modo y de acuerdo con su propio ritmo. Para los cristianos, la proclamación del Evangelio es la comunicación de la Buena Nueva del amor de Dios, sabiendo que "El Espíritu nos guía, respetando nuestra libertad, hacia el Reino, donde las relaciones entre las personas se transforman a medida que aprenden a amarse, perdonarse y ponerse al servicio los unos de los otros" (RM.15).

Como sugiere GS 92, un diálogo confiado puede conducir a todos a aceptar francamente las llamadas del Espíritu y a seguirlas con ardor". Quizá en ese sentido, se entiende que Juan Pablo II, en su primera encíclica Redemptoris Homini (1979), valorase "la fuerza del testimonio de otras religiones, efecto del Espíritu de verdad que opera más allá de las fronteras visibles de Cuerpo Místico"(6). De donde concluye que "la misión de la Iglesia debe respetar lo que el Espíritu, que sopla donde quiere, opera en los miembros de otras fes religiosas" (12).


4. 4 “Una vida inútil”

En un mundo como el actual en el que lo importante es la eficacia y los resultados, los misioneros corremos el peligro de caer en la tentación de centrar nuestra vida en la actividad, es decir, en lo eficaz, lo inmediato y concreto, olvidando o dejando de lado lo contemplativo. El cambio es tan grande que a muchos puede parecer, y de hecho les parece, que una vida misionera “sin activismo”, es una vida inútil.

Sin embargo, experimentar la ineficacia, la inutilidad, es un buen camino para acoger y gozar con la gratuidad, desde donde es posible la apertura, porque “el pobre es aquel que tiene su puerta abierta todo el día”. En el diálogo interreligioso se da un hecho importante y muy bíblico, la hospitalidad. Según la tradición hebrea (Abrahán y el encinar de Mambré) que los cristianos hemos heredado, “el extraño es un sacramento de la presencia divina”. En general, los misioneros hemos estado más atentos a dar y darnos que a recibir y acoger, quizá porque recibir supone dar la iniciativa al que da y capacitarle para establecer una relación y eso suena a pasividad.

Es desde la experiencia del fracaso, de la pobreza, de la inutilidad, del no saber y del no entender, de donde surge muchas veces la oración humilde. Juan Pablo II, en un discurso a la Curia, en diciembre de 1986, decía: “toda oración auténtica está suscitada por el Espíritu Santo, el cual está misteriosamente presente en el corazón de cada hombre”.

“El diálogo no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu(...) El diálogo se funda en la esperanza y en la caridad, y dará frutos en el Espíritu. Las otras religiones constituyen un desafío positivo para la Iglesia(...) El interlocutor debe ser coherente con las propias convicciones religiosas y abierto para comprender las del otro, sin disimular o cerrarse, sino con actitud de verdad, humildad y lealtad, sabiendo que el diálogo puede enriquecer a cada uno”(RM 56)

Muchos misioneros aceptan racionalmente que Dios quiera que todo el mundo se salve, pero eso supone un desafío para su espiritualidad ya que lo que les desorienta es el hecho de que se puedan salvar fuera de la Iglesia. A esta inquietud, los Padres del Vaticano II respondieron diciendo que "el Espíritu Santo ofrece a todos, de una manera que sólo Dios conoce, la posibilidad de estar asociados al misterio pascual" (GS. 22). Porque como dijo Kharl Rahner: “quien se confía a Dios en la fe y la caridad está salvado, aunque su manera de conocer a Dios sea imperfecta, porque la salvación depende de la respuesta del hombre a la comunicación personal que Dios le hace”.

Con el testimonio de san Pedro: "Dios, conocedor de corazones, testificó en favor de los paganos, dándoles el Espíritu Santo como a nosotros"(Hech.15,8) constatamos que el Espíritu está presente en todo hombre y los cristianos no tenemos el monopolio de sus dones. AG 4 y GS 11, 22, 26, 28 reconocen la acción del Espíritu más allá de los confines de la Iglesia. "El Espíritu está presente no sólo en las iniciativas religiosas de la humanidad, sino en las culturas, las aspiraciones universales, seculares incluso, que caracterizan al mundo actual". Por lo tanto el Espíritu está presente y actúa en cada etapa de la Historia de la Salvación, manifestando a Dios que así se revela de múltiples maneras.

El diálogo interreligioso ayuda a pasar de una discusión sobre la religión, donde podemos estar seguros y ser fuertes y útiles, a un diálogo de fe, a una búsqueda de Dios, donde siempre seremos inútiles. Es una invitación a pasar de un diálogo inter-religioso a un diálogo intra-religioso, para que como dice Jesús: “a vosotros se os ha comunicado el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta enigmático, de modo que: por más que miran, no ven, y, por más que oyen, no entienden; a no ser que se conviertan y Dios les perdone” (Mc 4,11)

5. CONCLUSIÓN

Ante estos desafíos, la espiritualidad misionera debe ser capaz de formar a los misioneros y a todos los cristianos para que sean:

• Personas de este mundo, abiertos a la realidad concreta presente y actual.

• Personas del más allá, es decir, capaces de encontrar al otro más allá de su familia, de su cultura, de sus valores, de su religión...

• Personas globales que cruzan toda clase de fronteras y establecen toda clase de vínculos, de puentes entre culturas, religiones, valores...

• Personas abiertas a toda clase de sorpresas, capaces de maravillarse en un mundo complejo, variado y dinámico con tantas inter- influencias.

• Personas convencidas de que:

- Dios ama a todos los pueblos

- Toda persona está ya salvada en Jesucristo

- El Espíritu trabaja en cada ser humano y en cada sociedad

- Encontrar a la gente con espíritu evangélico significa:

* Ser conscientes de que estamos marcados por profundos prejuicios y necesitamos una conversión continua.

* Permanecer abiertos a todos sin excepción.

* Arriesgarse a dar el primer paso sin calcular el coste.

* Reconocer la dignidad de cada persona y tratarla con respeto.

* Amar a la gente sincera y gratuitamente

* Admirar la obra de Dios en ellos, reconociendo las
“Semillas de la Palabra” en sus culturas.

* Escucharlos y aprender de ellos.

* Buscar juntos la verdad.

* Trabajar juntos por los derechos fundamentales.

* Aceptar ser cuestionado y estar dispuesto a cuestionar

* Estar dispuesto a perdonar y a pedir perdón.

* Buscar el momento de gracia para orar juntos.

Vividos con intensidad, estos retos producen a la larga frutos de tal contenido que pueden renovar nuestra propia experiencia religiosa. Dos me parecen los frutos principales:

• la profundización de la propia experiencia de fe, porque el diferente en religión te muestra aspectos del Misterio divino que tú percibes menos claramente.

• la purificación de la propia fe, que lleva a aceptar que tu manera de ver y juzgar las personas y la historia están marcados por prejuicios culturales que deben ser rechazados porque atacan la persona.

Pero por encima de todo, el mayor reto para la espiritualidad misionera es comprender y vivir gozosos sabiendo que lo que está detrás del verdadero diálogo no es la conversión de una religión a otra, sino la conversión profunda de los dos interlocutores al único Dios. Un Dios que habla al corazón de cada uno, un Dios cuyo Espíritu actúa en todos. Este desafío supone acoger humildemente la experiencia de que a través del testimonio del otro creyente, es Dios mismo quien me está interpelando. Un diálogo así se convierte en una verdadera evangelización, una evangelización mutua ya que cada interlocutor se convierte para el otro en una Buena Noticia.

Todo lo dicho podríamos recogerlo en esta oración:

“Enciende en nosotros, Señor, el fuego de tu amor.
Lleva en tus alas la oración de todos los hombres y mujeres
Que anhelan la verdad que nos hará libres.

Ven, Espíritu de Dios,
Acompáñanos por los caminos de la vida,
Abrázanos con la amistad de tu amor,
Destruye las barreras que nos dividen
Y haznos rezar juntos en espíritu y verdad.

Ven, Espíritu de Dios,
Acerca a todos los pueblos,
Y tráenos al misterio de tu vida.
Enseñamos, a través de las oraciones de los otros creyentes,
Que tú eres Dios y nadie más.
Y permite que alabemos juntos tu nombre por siempre jamás”. Amén

(Ref.: Misiones extranjeras, n. 210, January_February 2006, pp. 79-89)
Tratto da: www.sedos.org

Juan Manuel Pérez Charlín es Misionero de África que trabaja actualmente en Burkina Fasso después de haber pasado unos años en España donde fue Provincial de los Padres Blancos. Miembro del Consejo de Redacción y colaborador de la revista Misiones Extranjeras.
Last modified on Thursday, 05 February 2015 16:55
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