Un movimiento continental

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La misión de la Iglesia en el documento conclusivo de Aparecida

Sumario:

Siguiendo, paso a paso, el Documento de Aparecida, el autor afirma que Latinoamérica y El Caribe se reconocen como una iglesia en misión, donde la dimensión misionera es esencial a su realidad eclesial. Se trata de una iglesia discípula de Jesucristo que continúa, por voluntad de su fundador, la misión de Él y no una misión propia. El artículo presenta, en forma rigurosa, los distintos aspectos de la misión: su ser y quehacer como acción pastoral, como nueva evangelización y como acción misionera ad gentes; sus destinatarios; la responsabilidad de los discípulos misioneros; los lugares propios como son la diócesis, la parroquia, las comunidades de base, las pequeñas comunidades, los nuevos areópagos; las pruebas y dificultades; el viraje misionero en la pastoral; la pastoral con dimensión universal; y lo que significa una misión continental como imperativo de Aparecida.

1. LA MISIÓN, ¿SUSTANCIA O ACCIDENTE?


Cuando se pasa de hoja en hoja el documento de Aparecida, se descubre que el término “misión” y sus derivados aparece continuamente. Esta presencia global y casi diría capilar del término misión, me trae en primer lugar a la memoria una frase muy utilizada a veces con sentido polémico: “Donde todo es misión, nada es misión”. Es algo así como lo que dicen los chinos: “Donde todo es azul, el azul no existe”.

Sin embargo, no hay que dejarse impresionar. Donde todo es misión quiere decir que esa misión no es un accidente pasajero al lado de una sustancia imperecedera, no es una hoja del árbol que se puede caer y nada pasa, no es arandela que adorna durante un fugaz y festivo período.

Donde todo es misión quiere decir que esa misión es la sustancia de la realidad a que se refiere. En efecto, todo cristiano que tenga vida y toda comunidad eclesial que no esté muerta, es iglesia en misión o no es iglesia.

Lo primero que aparece en las páginas de Aparecida, es que Latinoamérica y el Caribe se reconocen como una iglesia en misión, donde su ser misionera es esencial a su realidad eclesial. Cuando éramos estudiantes de filosofía teníamos que definir la esencia como aquello por lo cual algo es y sin lo cual no sería. Esto es la misión para la iglesia. Sin misión no hay Iglesia. ¿Por qué?

2. ¿MISIÓN DE LA IGLESIA O MISIÓN DE CRISTO?

Una pequeña frase nos da la respuesta:

“Conscientes y agradecidos porque el Padre amó tanto al mundo que envió a su Hijo para salvarlo (Jn 3,16), queremos ser continuadores de su misión ya que ésta es la razón de ser de la Iglesia y define su identidad más profunda” (DA 373)

Ante todo aparece el origen de la misión tanto en el corazón del Padre que nos ama como en el acto de enviar a su Hijo para cumplir una misión de salvación.

“Queremos ser continuadores de su misión” es una frase interesante. No se dice: “Queremos continuar nuestra misión” ni “queremos continuar la misión de la Iglesia”. El motivo es muy sencillo: la iglesia no tiene una misión suya, una misión propia como podría escribirla en la pared cualquier ONG o empresa de este mundo.

La misión de que hablamos es la misión de Cristo, esa iniciada por el Padre cuando envió a su Hijo, y la Iglesia ha sido creada por Cristo para continuar esa misma misión. La única misión de la Iglesia es la misión de Cristo. Continuarla es su razón de ser. Desistir de esta misión es declararse totalmente sin sentido, sin oficio, sin vida. Por todo lo anterior, justamente Aparecida define la misión como la identidad más profunda de la Iglesia.

En más de una ocasión, la Iglesia ha perdido esta visión y se ha concebido como una sociedad perfecta que tiene una misión propia. Surge entonces el sentido de prepotencia, la falta de humildad, la autosuficiencia máxima, la excesiva confianza en los medios humanos, el logro de los fines por cualquier medio y sobre todo la débil comunión con Cristo cuya necesidad no se siente con fuerza, así como se dejan de notar la pérdida del vigor evangelizador y la audacia apostólica. Todo lo contrario de cuanto está implicado en ese formidable acto de Jesús resucitado: “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Jn 20,21).

3. ¿CUÁL ES ESTA MISIÓN, SEGÚN APARECIDA?

Claro está que el término “misión de la Iglesia” aparece continuamente pero el sentido es el de una iglesia discípula de Jesucristo que continúa, por voluntad de su fundador, la misión de Él y no una misión propia. ¿Cuál es esta misión según Aparecida? Un texto inicial nos da la pauta para toda nuestra reflexión ulterior:

“Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo resucitado, podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de América Latina y de El Caribe, y a cada una de sus personas.” (DA 18)

La misión de la Iglesia tiene que ver ante todo con nuestra fe. Una vela apagada no transmite el fuego a otra vela. Necesitamos sentir el gozo de la fe. No se trata de una situación intelectual sino muy afectiva. Las vivencias están del lado del gozo no de las ideas claras y distintas. La vivencia cristiana es un gozo en el corazón que se transmite a otro corazón que también se llena de gozo. No se puede transmitir el carisma, el encuentro con Jesucristo vivo, Signo del amor del Padre, Salvador, Señor y Santificador, si no se está viviendo con gozo, con pasión, con esperanza.

No podemos mostrar el camino, si no estamos de camino ni en el camino. Por eso, no puede haber misión sin seguimiento. Pero este seguimiento no es el fruto de una decisión personal, de una opción propia de seguir a un maestro más o menos iluminado, ni de un escoger un modelo que se sigue según las propias condiciones y confiando en las propias fuerzas.

El seguimiento es una gracia. Gracia es el ser llamados para ser enviados. Gracia es el haber sido hecho discípulos para ser constituidos misioneros. Gracia es el caminar en pos de Cristo, requisito indispensable de testimonio para que los otros reciban la gracia de ver el camino. Gracia es dejarse llevar por el Espíritu Santo hacia los caminos de la misión:

“En este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Él es el verdadero camino hacia el Padre, quien tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (cf. Jn 3, 16). Esta es la vida eterna: “que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado” (Jn 17, 3).” (DA 101)

Transmitir este tesoro que es Jesús y su evangelio a los demás, con la fuerza del Espíritu, es un encargo que el Señor nos ha confiado. A este punto, es bueno preguntarnos: ¿Quiénes son los demás? Esto es, ¿quiénes son los destinatarios de este tesoro?

4. DESTINATARIOS DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Miremos a los destinatarios desde el punto de vista de la misión. La misión de la Iglesia es una pero los destinatarios son muy diferentes y entonces la misión adquiere una diversa modalidad según sean estos destinatarios.

¿Por qué hay que hacer esa distinción? Porque a diferentes destinatarios diferentes métodos, medios e inclusive contenidos. Basta acordarse de ese gran misionero llamado Pablo quien a unos daba alimento sólido y a otros solamente leche muy suave.(1 Cor 3,2)

Si miramos el conjunto del documento, pareciera que Aparecida no entra mucho en estas distinciones y quisiera como mirar a todos los destinatarios al mismo tiempo. Hay una mezcla de destinatarios y un salto continuo de los unos a los otros porque los mira a todos con una misma preocupación: la misión de la Iglesia.

El asunto es más que comprensible y lo advierte la misma encíclica Redemptoris Missio: “No es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica (ad gentes) y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados…Hay que subrayar además, una real y creciente interdependencia entre las diversas actividades salvíficas de la iglesia: cada una influye en la otra, la estimula y la ayuda. El dinamismo misionero crea intercambio entre las iglesias”

Pero una mirada más atenta nos lleva a darnos cuenta de que en realidad hay tres tipos de destinatarios pero advirtiendo de que están muy mezclados, geográfica, cultural y socialmente. A veces la mezcla se da dentro de una misma familia, cuando no dentro de un mismo corazón. Con razón un gran predicador (Mazzolari), decía que somos un poco cristianos y un poco paganos y que la línea que divide al cristiano del pagano pasa por el centro de nuestro propio corazón.

5. MISIÓN COMO ACCIÓN PASTORAL

Un primer grupo de destinatarios son los discípulos misioneros de Jesucristo comprometidos dentro de la Iglesia:

“Esta V Conferencia se propone “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” . (DA 10)

Al mirar a este primer grupo de destinatarios, Aparecida percibe luces y sombras. Por un lado, el panorama es alentador:

“Los esfuerzos pastorales orientados hacia el encuentro con Jesucristo vivo han dado y siguen dando frutos.” (DA 99).

“Debido a la animación bíblica de la pastoral, aumenta el conocimiento de la Palabra de Dios y el amor por ella. Gracias a la asimilación del magisterio de la iglesia y a una mejor formación de generosos catequistas, la renovación de la catequesis ha producido fecundos resultados en todo el continente” (DA 99)

“La renovación litúrgica acentuó la dimensión celebrativa y festivas de la fe cristiana centrada en el misterio pascual, en particular en la eucaristía. Crecen las manifestaciones de la religiosidad popular, especialmente la piedad eucarística y la devoción mariana.” (DA 99)

Por otra parte, hay también preocupaciones y no pocas:

“Tal como lo manifestó el Santo Padre en el discurso inaugural de nuestra conferencia, “se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la iglesia católica” (DA 100 b)

“Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el sacramentalismo sin el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastorales. De igual forma nos preocupa una espiritualidad individualista. Verificamos asimismo una mentalidad relativista en lo ético y religioso” (DA 100)

“En la evangelización, en la catequesis y, en general, en la pastoral, persisten también lenguajes poco significativos para la cultura actual y, en particular, para los jóvenes… Los cambios culturales dificultan la transmisión de la fe por parte de la familia y de la sociedad” (DA 100 d)

De manera que la misión de la Iglesia asume ante estos destinatarios una modalidad específica como es la de la acción pastoral con nuevo ardor, con valentía, con audacia, con creatividad para reforzar la fe, la esperanza y la caridad que viven los católicos latinoamericanos y caribeños quienes requieren ser mejores discípulos y más aguerridos misioneros.

6. MISIÓN COMO NUEVA EVANGELIZACIÓN

Un segundo grupo es el de los discípulos y misioneros que eran tales pero que ya no lo son más, por diversos motivos. Aparecida lo constata de diversas maneras:

“Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar respuestas a sus inquietudes. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia.” (DA 225)

La misión de la iglesia reviste ante estas situaciones la forma de “Nueva Evangelización” y es nueva porque se dirige a quienes ya fueron evangelizados y han perdido su fe, el sentido trascendental de sus vidas o sólo la pertenencia a la Iglesia.

“En las últimas décadas vemos con preocupación, por un lado, que numerosas personas pierden el sentido trascendental de sus vidas y abandonan las prácticas religiosas, y, por otro lado, que un número significativo de católicos está abandonando la Iglesia para pasarse a otros grupos religiosos” (DA 100 F)

No es fácil esta forma de misión. Hablarle a un joven del amor es algo que le interesa porque él se está abriendo a ese horizonte fantástico que lo llevará a unir su vida a otra persona amada. Pero hablarle del amor a un divorciado cuyas experiencias lo han llenado de pesimismo y tal vez de dolor y de rabia, es otra cosa, es tarea más difícil, más delicada, con menos posibilidades de dar fruto.

El fenómeno del indiferentismo religioso no nos es extraño y el trabajo de la cultura adveniente busca fomentarlo por todos los medios posibles, a la par que busca introducir una antropología que lo facilite:

“Se verifica a nivel masivo, una especie de nueva colonización cultural por la imposición de culturas artificiales, despreciando las culturas locales y tendiendo a imponer una cultura homogeneizada en todos los sectores. Esta cultura se caracteriza por la autorreferencia del individuo que conduce a la indiferencia por el otro, a quien no necesitando se siente responsable. Se prefiere vivir día a día, sin programas a largo plazo ni apegos personales, familiares y comunitarios. Las relaciones humanas se consideran objetos de consumo, llevando a relaciones afectivas sin compromiso responsable y definitivo” (DA 46)

7. MISIÓN COMO ACCIÓN MISIONERA AD GENTES

Un tercer grupo de destinatarios está formado por personas, grupos o pueblos que no han sido nunca discípulos misioneros de Jesucristo o porque pertenecen a pueblos donde la evangelización no se ha realizado, o porque pertenecen a otras tradiciones religiosas o porque están bajo el influjo de estructuras totalmente contrarias al evangelio, o porque pertenecen a familias que habiendo dado la espalda a Cristo y a la Iglesia no pusieron en acto la transmisión de la fe a la siguiente generación que es la de estos destinatarios o porque individualmente nunca se han interesado por Cristo o ni siquiera han sido desafiados con su mensaje.

La misión de la Iglesia adquiere entonces un rostro diferente como es el de la misión más allá de las fronteras de la fe, ad gentes. Es la misión hacia la otra orilla, esa donde la fe no se vive, al menos de manera explícita, “aquélla en la que Cristo no es aún reconocido como Dios y Señor y la Iglesia no está todavía presente (DA 376).

Es la misión que exige el contacto humano inicial, el diálogo, el primer anuncio del evangelio y la construcción inicial de la comunidad cristiana. Es la misión que enciende por primera vez el fuego de la fe en una persona o en un pueblo.

8. NUEVOS DESTINATARIOS DE LA MISIÓN AD GENTES

Los destinatarios de esta modalidad de misión que solemos llamar ad gentes, se abre a nuevas dimensiones como lo anota Aparecida siguiendo las reflexiones de Benedicto XVI:

“El campo de la misión ad gentes se ha ampliado notablemente y no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas y jurídicas. En efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones” (DA 375)

Las consideraciones geográficas se daban cuando se pensaba que la misión ad gentes era asunto de lejanas tierras a donde partían los misioneros especializados. Las consideraciones jurídicas asignaban estas tierras así llamadas de misión a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, de manera tal que las áreas que no fuesen adscritas a estas Congregación, no se tomaban en cuenta como desafíos misioneros.

Aparecida y el Papa nos dicen que los pueblos no cristianos son verdaderos destinatarios de la misión, pero también los ámbitos socioculturales.

En primer lugar hay que citar a las innumerables estructuras, organizaciones, instituciones que están directamente contra los valores del Reino de Dios como la vida, la libertad, la dignidad del ser humano, etc. Se trata de estructuras de muerte, no de vida. Pensemos en los regímenes que pisotean los derechos humanos, promueven limpiezas étnicas, eliminan la libertad, etc. Pensemos en instituciones poderosas e internacionales como el narcotráfico, el contrabando de armas, la trata de seres humanos. Pensemos también en ideologías totalmente cerradas a la trascendencia como el materialismo, el subjetivismo, el relativismo y su dictadura. No son caminos de vida.

“Hoy se plantea elegir entre caminos que conducen a la vida o caminos que conducen a la muerte (cf. Dt 30, 15). Caminos de muerte son los que llevan a dilapidar los bienes recibidos de Dios a través de quienes nos precedieron en la fe. Son caminos que trazan una cultura sin Dios y sin sus mandamientos o incluso contra Dios, animada por los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero, la cual termina siendo una cultura contra el ser humano y contra el bien de los pueblos latinoamericanos. Caminos de vida verdadera y plena para todos, caminos de vida eterna, son aquellos abiertos por la fe que conducen a “la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural” Esa es la vida que Dios nos participa por su amor gratuito, porque “es el amor que da la vida” (DA 13)

En segundo lugar los nuevos areópagos que son realidades nuevas que, por lo general, trascienden las fronteras y que no son ni buenas ni malas sino lo que queramos, según si nos decidimos a llevarles el Evangelio como inspirador de fondo de las mismas, o no lo hacemos.

“Queremos felicitar e incentivar a tantos discípulos y misioneros de Jesucristo que, con su presencia ética coherente, siguen sembrando los valores evangélicos en los ambientes donde tradicionalmente se hace cultura y en los nuevos areópagos: el mundo de las comunicaciones, la construcción de la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, sobretodo de las minorías, la promoción de la mujer y de los niños, la ecología y la protección de la naturaleza. Y “el vastísimo areópago de la cultura, de la experimentación científica, de las relaciones internacionales” . Evangelizar la cultura, lejos de abandonar la opción preferencial por los pobres y el compromiso con la realidad, nace del amor apasionado a Cristo, que acompaña al Pueblo de Dios en la misión de inculturar el Evangelio en la historia, ardiente e infatigable en su caridad samaritana.

Una tarea de gran importancia es la formación de pensadores y personas que estén en los niveles de decisión. Para eso, debemos emplear esfuerzo y creatividad en la evangelización de empresarios, políticos y formadores de opinión, el mundo del trabajo, dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios.

En la cultura actual, surgen nuevos campos misioneros y pastorales que se abren.

Uno de ellos es, sin duda, la pastoral del turismo y del entretenimiento, que tiene un campo inmenso de realización en los clubes, en los deportes, salas de cine, centros comerciales y otras opciones que a diario llaman la atención y piden ser evangelizadas.” (DA 491-492-493)

En tercer lugar, y como campo principal de la misión ad gentes, nos dice el texto, son sobre todo los corazones. Y estos corazones pueden estar a tres metros de nosotros o mucho más lejos pero siempre esperando, como tierra buena, que sembremos en ellos la semilla de la Palabra de Dios para que a raíz del anuncio del Señor, el Espíritu y la libertad de respuesta, hagan que surja en ellos la fe y con ella un nuevo sentido de la existencia y un nuevo estilo de vida.

La acción misionera es una comunicación de corazón a corazón. El Kerygma no se comunica como una idea sino como una experiencia de vida que brota del corazón y es necesario orar para que el Espíritu Santo abra el corazón del destinatario, como abrió el corazón de Lidia (Hch 16,14) y reciba la Palabra del Señor testimoniada por el discípulo misionero.

9. IMPORTANCIA DE LA MISIÓN AD GENTES

La misión ad gentes ocupa especialmente algunos pocos números en el documento de Aparecida (373-379) aunque de manera indirecta es considerada en muchos otros.

“Resalta la abnegada entrega de tantos misioneros y misioneras que, hasta el día de hoy, desarrollan una valiosa obra evangelizadora y de promoción humana en todos nuestros pueblos, con multiplicidad de obras y servicios. Se reconoce, asimismo, a numerosos sacerdotes, consagradas y consagrados, laicas y laicos que, desde nuestro continente, participan de la misión ad gentes” (DA 99 d)

Esta brevedad podría engañarnos sobre la importancia de la misión ad gentes. Por eso, hay que enfatizar sin descanso la importancia de esta modalidad de la misión de la Iglesia que es esencial a su vida pero que muchas veces ha sido considerada como una aventura pasajera o un elemento de adorno.

La misión ad gentes es la misión por antonomasia, es la misión que Cristo puso en práctica en su diario vivir en medio de nosotros, es la misión fundante de la Iglesia, es la misión que asegura a través de los siglos, la supervivencia de la Iglesia. Sin misión ad gentes la Iglesia no tiene futuro. La misión ad gentes hace que la Iglesia sea una realidad en continuo movimiento de amor más allá de todas las fronteras. La misión ad gentes es la sangre de la vida eclesial.

La Iglesia tiene de suyo una vulnerabilidad, una fragilidad y una dependencia que le son intrínsecas: La vulnerabilidad de la cruz, la fragilidad propia de los vasos de barro y la dependencia de las culturas siempre perecederas con las que interactúa necesariamente.

Estas tres inevitables debilidades hacen que la Iglesia no pueda sobrevivir con sus propias fuerzas. Es la misión ad gentes, la misión de Cristo como movimiento constante, urgido por el Espíritu, más allá de toda frontera, a cuyo servicio está y por la cual existe, que le permite vivir.

Por eso, la Iglesia no se identifica con ninguna civilización, con ninguna cultura, con ninguna época. Ninguna tierra es para ella su tierra sagrada. Nos lo recuerdan los primeros helenistas que dejaron a Jerusalén y se fueron a otras partes del mundo llevando de paso el influjo de Cristo a otras culturas y asegurando la universalidad de la Iglesia (Hch 11,20). En cualquier lugar donde la Iglesia esté, bien puede decir: “No tenemos aquí una ciudad permanente”, pero también puede decir, a diferencia del islamismo, no tenemos una lengua permanente porque La Palabra divina es traducible en infinidad de lenguas.

En la historia de la Iglesia aparece que ninguna iglesia local o particular tiene asegurada su existencia. Aún las más famosas iglesias, como famosos fueron sus obispos, desaparecieron. De San Agustín y de su iglesia no queda ni rastro; de las famosas iglesias de Siria y sus santos monjes no queda ni rastro; de las iglesias de Tertuliano, Cipriano y otros padres famosos no queda ni rastro; de muchas iglesias de la Europa actual no queda ni rastro.

Cuando se derrumbó el imperio romano con el que la Iglesia estaba tan identificada, ésta no se acabó sencillamente porque gracias a la misión ad gentes ya había superado las fronteras que llevaban hacia los bárbaros. De no ser así, no hubiera quedado ni rastro de esa iglesia. En cambio, al haber cruzado las fronteras, se dio vida a un nuevo modelo de vida cristiana entre los celtas y los germánicos así como otro modelo entre los pueblos eslavos.

Los ejemplos anteriores, unidos a muchos otros, nos hacen ver que el proceso de la expansión del cristianismo no es progresivo, ni muchos menos infaliblemente triunfal, sino serial. Ha habido períodos de progreso pero también períodos de retroceso, períodos de crecimiento y períodos de decadencia. El islamismo puede vanagloriarse mucho más que el cristianismo por su expansión progresiva, por su aumento numérico constante y su crecimiento geográfico incluso a costa de la destrucción de las comunidades cristianas, llámense asiáticas, siríacas, norteafricanas u otras.

Pero ninguno de estos casos ha significado la desaparición de la fe cristiana o el final del testimonio cristiano. Al contrario. Lo que ha pasado es que el centro de irradiación se ha movido de un lugar para otro. La historia de la Iglesia nos muestra que cuando la fe se marchita en la tierra en que había florecido y adquirido importancia, ya ha empezado a florecer en las áreas supuestamente marginales y olvidadas gracias a ese continuo movimiento de amor, que no de conquista ni de negocios ni de turismo, llamado la misión ad gentes. Y los nuevos centros de vitalidad eclesial son movidos hacia un nuevo compromiso con la misión ad gentes dirigido más allá de sus fronteras.

Se acabó así la iglesia de la precristiandad pero llegó la iglesia de la cristiandad no adecuadamente identificada con occidente y cuyo fin se está anunciando para dar paso a la iglesia de la postcristiandad cuyo eje, se dice, está en la llamada y poco notada iglesia del tercer mundo, esperanza misionera del futuro. Cómo será el cristianismo del siglo XXI en su teología, en su culto, en sus efectos sociales, en su penetración en nuevas áreas, dependerá de lo que acontezca en África, en algunas partes de Asia y en América latina. Aparecida está contribuyendo a esta nueva forma. “Para la Iglesia Católica, América Latina y El Caribe son de gran importancia, por su dinamismo eclesial, por su creatividad y porque el 43% de todos sus feligreses vive en ellas” (DA 100 a)

Lo triste es que los grandes historiadores de la Iglesia que se saben de memoria todos los hechos grandes y pequeños que rodearon las herejías de los primeros siglos, poco saben de las iglesias de este tercer mundo de hoy que en Aparecida nos ha mostrado su vitalidad.

No está asegurada la supervivencia de ninguna Iglesia particular, sólo la de la Iglesia como tal y ello en la medida en que mantenga vivo el movimiento continuo más allá de las fronteras, la misión ad gentes. Esta verdad escapa a más de un Obispo cuando se concentra en la particularidad de su diócesis y no hace lo posible por tener esa visión más amplia en el espacio y en el tiempo eclesial a dimensión universal, escenario del movimiento misionero. Su catolicidad debe ponerse de manifiesto y eso se lo pide Aparecida:

“Somos testigos y misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos “areópagos” de la vida pública de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo ad gentes nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia.” (DA 548)

Cuando digo misión ad gentes, hablo de movimiento misionero, no simplemente de misioneros que suelen ser vistos como profesionales de la misión con tareas de dedicación exclusiva. Ellos son importantes como quiera que hacen de detonador para que estalle el movimiento misionero, pero no son el movimiento como tal.

Al principio del siglo XX, África contaba con 8 millones de cristianos entre católicos y protestantes. Era una cifra insignificante que contaba poco a los ojos de los historiadores. Esa África cuenta hoy con 390 millones de cristianos de gran vitalidad. Es el fruto del movimiento misionero llevado adelante por misioneros profesionales, por catequistas voluntarios, por comunidades religiosas, por laicos comprometidos, por clero local, etc. Mientras que marchita un cierto cristianismo en Europa, florece esplendoroso en África que se constituye en un nuevo eje de vitalidad cristiana y dígase lo que se diga, ello ha sido posible, sencilla y llanamente, por la misión ad gentes.

América latina y el Caribe viven también un dinamismo semejante y hacen parte de ese nuevo eje de vitalidad cristiana actual. Han tenido sus altibajos y por eso la iglesia del continente quiere fortalecer la misión despertando la identidad misionera de cada latinoamericano y caribeño.

“La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu.” (DA 11)

En síntesis, Aparecida ha entendido que la vida de la iglesia toda, incluida la del continente, sólo está asegurada en la medida en que prosiga su movimiento misionero por todo el mundo, ese movimiento que va propagando, de civilización en civilización, de cultura en cultura, de pueblo en pueblo y de corazón en corazón, el influjo de Cristo y el mismo vaya ofreciendo pruebas de su efectividad.

10. LAS PRUEBAS DE LA MISIÓN

Aparecida nos recuerda algunas de estas pruebas que son a la vez prueba de la acción misma del Espíritu: la prueba del Reino y sus valores, la prueba de la comunidad, es decir, del nacimiento de nuevas comunidades cristianas, la prueba del Evangelio vivido y testimoniado misioneramente por personas de fe:

“Como discípulos misioneros, queremos que el influjo de Cristo llegue hasta los confines de la tierra. Descubrimos la presencia del Espíritu Santo en tierras de misión mediante signos:

a) La presencia de los valores del Reino de Dios en las culturas, recreándolas desde dentro para transformar las situaciones antievangélicas.

b) Los esfuerzos de hombres y mujeres que encuentran en sus creencias religiosas el impulso para su compromiso histórico.

c) El nacimiento de la comunidad eclesial.

d) El testimonio de personas y comunidades que anuncian a Jesucristo con la santidad de sus vidas” (DA 374).

Estas pruebas corren paralelas a los objetivos de la misión ad gentes ofrecidos por el Concilio Vaticano II:

• La promoción de los valores del Reino de Dios,

• El primer anuncio del evangelio de Jesucristo

• La formación inicial de las comunidades cristianas.

• La animación misionera de los cristianos


11. RESPONSABILIDAD DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS

Volvamos a los tres grupos de destinatarios. Estos tres grupos, que hemos llamados el de los discípulos misioneros, el de los exdiscípulos misioneros y el de los que nunca han sido discípulos misioneros, están estrechamente relacionados, para bien o para mal, para la vida o para la muerte.

La mayor responsabilidad la tiene el primer grupo, el de los discípulos misioneros. Su misión es doble pues se refiere a los otros dos grupos y tiene que ver, en ambos casos, con la transmisión de la fe.

Este grupo comprende tanto las personas como las instituciones. Aparecida se refiere a las unas y a las otras.

En relación con las personas, esto es, con los discípulos misioneros latinoamericanos y caribeños, se plantean dos frentes bien precisos:

En cuanto a los que han dejado la Iglesia, los discípulos misioneros deben repetir la actitud continua de Jesús que era la de buscar, la de moverse hasta encontrar la oveja perdida y la de estar atento al regreso de quien dejó la casa paterna.

En relación con los que aún no conocen a Cristo, los discípulos misioneros están llamados a anunciarles a Jesucristo por primera vez con su testimonio de vida, con su acción evangelizadora y con su acción transformadora sin miedo de ir más allá de todas las fronteras de fe o de cultura.

Aparecida manifiesta una profunda preocupación en el sentido que no está aconteciendo ni lo primero ni lo segundo, sea a nivel personal como a nivel institucional y ello por múltiples razones.

12. DESAFÍOS A LA ANIMACIÓN Y FORMACIÓN MISIONERA

A nivel personal podemos hacer las siguientes constataciones que nos desafían:

A..Hay muchos cristianos que no tienen ni idea de que por su bautismo y su confirmación han sido constituidos misioneros y que, por tanto, han recibido este doble encargo. “Esta V Conferencia se propone “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” . (DA 10)

B. Hay muchos cristianos que han perdido la pasión por ser discípulos de Jesucristo, y por ende no tienen ninguna inquietud por ser sus misioneros. Por eso, ellos deben descubrir de nuevo la belleza del Señor y la alegría de ser sus discípulos:

“Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8). (DA 145)

“Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” . Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana.” (DA 146)

C. Hay muchos cristianos que han perdido su sentido de pertenencia a la iglesia y sólo viven el encuentro con Cristo pero en forma privada, aislada, individualista. De esta manera, es imposible que puedan vivir la pasión misionera. Por ello, deben recuperar primero su sentido de comunión y su sentido de Iglesia para ponerse al servicio de la misión como quiera que no hay comunión sin misión.

“La vocación al discipulado misionero es con- vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión” .” (DA 156)

“Constatamos que, en nuestra Iglesia, existen numerosos católicos que expresan su fe y su pertenencia de forma esporádica, especialmente a través de la piedad a Jesucristo, la Virgen y su devoción a los santos. Los invitamos a profundizar su fe y a participar más plenamente en la vida de la Iglesia, recordándoles que “en virtud del bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” .

D. Hay muchos cristianos que quieren ser discípulos misioneros pero no han recibido un mínimo de formación misionera para realizar este cometido. Por ello, es necesario que se les ayude a trazar unas metas formativas misioneras y sean acompañados para lograrlas. Aparecida ha trazado algunos grandes ideales de misión que ayudan a forjarse metas más específicas, de esta manera:

“Los discípulos, quienes por esencia somos misioneros en virtud del Bautismo y la Confirmación, nos formamos con un corazón universal, abierto a todas las culturas y a todas las verdades, cultivando nuestra capacidad de contacto humano y de diálogo. Estamos dispuestos con la valentía que nos da el Espíritu, a anunciar a Cristo donde no es aceptado, con nuestra vida, con nuestra acción, con nuestra profesión de fe y con su Palabra. Los emigrantes son igualmente discípulos y misioneros y están llamados a ser una nueva semilla de evangelización, a ejemplo de tantos emigrantes y misioneros, que trajeron la fe cristiana a nuestra América” (DA 377)

Esa apertura a todas las culturas y a todas las verdades es ante todo un reconocimiento a la presencia del Espíritu actuante en todas las culturas, una realidad que también se ponía de manifiesto cuando el Vaticano II hablaba, siguiendo a los Padres de la Iglesia, de las semillas del Verbo presentes en las culturas.

Pero además, es un reconocer, siguiendo a Ambrosio y Tomás de Aquino, que toda verdad, cualquiera ella sea, venga de donde viniere, es fruto de la acción del Espíritu Santo.

E. Hay muchos cristianos que ven a la Iglesia no como plataforma de acción misionera sino como puesto de distribución de servicios para ellos y no de ellos a los demás. Su preocupación por los demás casi no va más allá de su círculo familiar. Concentrados en su propia vida, pierden la oportunidad de vivir la misión como promoción de la vida ajena. Aparecida les ha dicho:

“La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.” (DA 360)

F. Hay muchos cristianos que quisieran hacer una acción misionera pero no encuentran en la parroquia esa sensibilidad misionera que les sea de apoyo. Este tipo de cristianos nos está pidiendo una ayuda de parte de la iglesia para que puedan vivir su dimensión misionera. Pero si la iglesia ha perdido su fervor misionero, es poco lo que puede dar.

Es por ello que Aparecida ha mirado meticulosamente todas las dimensiones de la Iglesia para explicitar el poder misionero de cada una. Pasamos así de la consideración de la vida cristiana personal a la institucional.

13. LA DIÓCESIS, SU TERRITORIO Y SU MISIÓN

Ante todo hagamos una pregunta relacionada con la diócesis: ¿Por qué la diócesis se identifica con un territorio? El territorio de suyo no coincide con la porción ocupada por la comunidad cristiana. Aparecida nos da la respuesta:

“La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una “comunidad misionera” . Cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecuadamente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no participan en la vida de las comunidades cristianas. (DA 168)

Porque la Diócesis coincide con el territorio debe preocuparse de la totalidad de quienes viven en ese territorio y eso la hace de suyo una comunidad misionera. En su propio territorio encuentra ya enormes desafíos misioneros. Tiene que robustecer su conciencia misionera para salir al encuentro de los que no creen en Cristo. Frente a ellos hay el gran desafío de llegar a través del contacto humano y el diálogo, al primer anuncio de Jesucristo. Luego están todos aquellos que creen en Cristo pero no son católicos. Este es el gran desafío del ecumenismo tan necesario para que la iglesia pueda cumplir con su misión. La misión es la mamá del ecumenismo. Este nació gracias a ella que necesitaba que todos fuesen uno para que el mundo creyese. Luego están los católicos que han dejado la iglesia o se han marginado de la misma. Son la oveja perdida –que a veces llega al número de 99- a la que hay que buscar sin esperar a que regrese por su cuenta. Finalmente, la diócesis debe mirar más allá de sus fronteras para enviar a los discípulos misioneros seleccionados a otros territorios e iglesias locales donde sea necesario ayudar a que nazcan o se fortalezcan otras iglesias locales.

14. LA PARROQUIA, SU TERRITORIO Y SU MISIÓN

La misma pregunta que se dirigió a la Diócesis, se puede dirigir también a la parroquia: ¿Por qué la parroquia se identifica con un territorio? Aparecida lo explica:

“Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés” (cf. Hch 2, 1-13). (DA 171)

Al decir que todos son responsables de la evangelización en el propio ambiente, se está dando un golpe mortal al clericalismo, un golpe mortal al encerramiento de cada cristiano en su propio hogar y un golpe mortal a las estructuras parroquiales que generan exclusión a veces sin quererlo. Al mismo tiempo, se declara la parroquia como formidable plataforma de acción misionera para todos. Una acción que no se proyecta solamente de persona a persona sino que abarca una visión ambiental, estructural, así que busca, como parte de su misión, generar estructuras de vida a todos los niveles.

Es urgente que la parroquia modifique sus estructuras para que pueda ser de verdad una parroquia misionera:

“La V Conferencia General es una oportunidad para que todas nuestras parroquias se vuelvan misioneras. Es limitado el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical; es inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a Cristo. La renovación misionera de las parroquias se impone tanto en la evangelización de las grandes ciudades como del mundo rural de nuestro continente, que nos está exigiendo imaginación y creatividad para llegar a las multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo. Particularmente, en el mundo urbano, se plantea la creación de nuevas estructuras pastorales, puesto que muchas de ellas nacieron en otras épocas para responder a las necesidades del ámbito rural.” (DA 173)

Es bello que Aparecida insista tanto en la presencia actuante del Espíritu Santo en todos los miembros de la parroquia. Eso significa que la parroquia debe abrir espacios para que todos los carismas, ministerios y servicios puedan colocarse al servicio de la misión evangelizadora, sin excluir a ninguno.

Igualmente bella es la insistencia de Aparecida en que el discípulo se forme como misionero a partir de la acción del Espíritu que lo hace oyente de la Palabra de Dios. El discípulo escucha la Palabra y la asimila antes de anunciarla así que cuando la transmite lo hace desde el corazón como un testigo que anuncia su experiencia de Cristo a los demás.

Es necesario evocar los nuevos areópagos y otras realidades de nuestra sociedad que muchas veces atraviesan las parroquias transversalmente como quiera que tienen un influjo más amplio. Hemos dicho que estas realidades nuevas no son ni buenas ni malas, para usar una expresión de Juan Pablo II, pero llegan a ser buenas en la medida en que sean compenetradas con los valores del Evangelio que sean para ellas luz y guía. En este punto, aparece como indispensable, y más aún, urgente, la acción misionera de los laicos. Por eso, Aparecida le da a la parroquia el gran encargo de formar a los laicos misioneros:

“Los mejores esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. Solamente a través de la multiplicación de ellos podremos llegar a responder a las exigencias misioneras del momento actual. También es importante recordar que el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación, la vida profesional, sobre todo en los contextos donde la Iglesia se hace presente solamente por ellos .” (DA 174)

15. COMUNIDADES DE BASE Y PEQUEÑAS COMUNIDADES ANTE LA MISIÓN

Dejando para una consideración posterior la pastoral misionera requerida hoy, es oportuno hacer alusión a las comunidades eclesiales de base y a las pequeñas comunidades. Ellas son hoy más necesarias que nunca, cuando la nueva época de postcristiandad nos pide inspirarnos en una época de rasgos parecidos a la precristiandad cuando el conflicto fe y cultura era muy fuerte pero con la gracia de Dios, la calidad de la acción misionera y la inteligencia de los cristianos de esa época, se fue logrando poco a poco ese diálogo y comunión entre fe y cultura. Aparecida reconoce en muchas expresiones, un conflicto fe y cultura en nuestro tiempo por el cual cierto tipo de cultura busca reducir la fe a lo privado cuando no eliminarla del todo. Con razón relaciona las comunidades de base actuales a las comunidades de la iglesia naciente:

“Ellas recogen la experiencia de las primeras comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 2, 42-47). Medellín reconoció en ellas una célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y evangelización . Puebla constató que las pequeñas comunidades, sobretodo las comunidades eclesiales de base, permitieron al pueblo acceder a un conocimiento mayor de la Palabra de Dios, al compromiso social en nombre del Evangelio, al surgimiento de nuevos servicios laicales y a la educación de la fe de los adultos , sin embargo, también constató “que no han faltado miembros de comunidad o comunidades enteras que, atraídas por instituciones puramente laicas o radicalizadas ideológicamente, fueron perdiendo el sentido eclesial” . (DA 178)

Hoy mejor que ayer, las comunidades eclesiales de base pueden desplegar una actividad misionera como la reconocida por Aparecida:

“Las comunidades eclesiales de base, en el seguimiento misionero de Jesús, tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad y la orientación de sus Pastores como guía que asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia. Manteniéndose en comunión con su obispo e insertándose al proyecto de pastoral diocesana, las CEBs se convierten en un signo de vitalidad en la Iglesia particular. Actuando así, juntamente con los grupos parroquiales, asociaciones y movimientos eclesiales, pueden contribuir a revitalizar las parroquias haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de corresponder a los desafíos de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidarán de no alterar el tesoro precioso de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.” (DA 179)

16. PASTORAL MISIONERA PARA EL CONTINENTE

Nos es necesario enfrentar aún dos preguntas inevitables: ¿Cuál pastoral misionera y con cuáles agentes, para una iglesia latinoamericana en estado de misión? ¿Por qué Aparecida pide una misión continental y cómo se podría perfilar? Es necesario sondear a Aparecida para responder a estas dos preguntas.

17. VIRAJE MISIONERO EN LA PASTORAL

Ante todo, Aparecida es clara en la exigencia del viraje misionero que es necesario dar y que ni es puntual ni es parcial sino es algo que debe afectar positivamente a la totalidad de la pastoral:

“Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.” (DA 365)

El motivo de este viraje completo no es simplemente estratégico con miras a una mayor eficiencia. Es mucho más profundo pues obedece sencillamente a una mayor fidelidad al evangelio:

“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial” (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera.” (DA 370)

Este viraje de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera, de una pastoral que espera a que los demás se acerquen a una pastoral que sale al encuentro, tiene sus características que hemos resumido en los ocho siguientes números.

18. MOVIMIENTO CENTRÍFUGO SIN FRONTERAS EN FAVOR DE LA VIDA

La primera característica de la pastoral misionera se refiere al tipo de movimiento habitual. Se trata de pasar de un movimiento excesivamente centrípeto a un movimiento primordialmente centrífugo, proyectado hacia fuera, que sale al encuentro para que la comunión sea de verdad misionera.

Este salir o moverse hacia fuera tiene un objetivo primario y fundamental. En el discurso pastoral de Aparecida se pone de manifiesto con fuerza que cualquier organismo eclesial debe estar al servicio de la vida entendida esta en todo el arco de su realización, desde la vida cotidiana hasta la vida eterna, desde la vida del cuerpo a la vida espiritual. El motivo es uno y sólo uno: Jesucristo ha tenido para que tengamos vida y en abundancia y este programa al servicio de la vida lo desarrolló de manera precisa y clara cada día de su vida.

“Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida. Lo vemos cuando se acerca al ciego del camino (cf. Mc 10, 46-52), cuando dignifica a la samaritana (cf. Jn 4, 7-26), cuando sana a los enfermos (cf. Mt 11, 2-6), cuando alimenta al pueblo hambriento (cf. Mc 6, 30-44), cuando libera a los endemoniados (cf. Mc 5, 1-20). En su Reino de vida, Jesús incluye a todos: come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2, 16), sin importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11, 19); toca leprosos (cf. Lc 5, 13), deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7, 36-50) y, de noche, recibe a Nicodemo para invitarlo a nacer de nuevo (cf. Jn 3, 1-15). Igualmente, invita a sus discípulos a la reconciliación (cf. Mt 5, 24), al amor a los enemigos (cf. Mt 5, 44), a optar por los más pobres” (cf. Lc 14, 15-24).( DA 353)

Es obvio que cada uno de nosotros está llamado a vivir la vida en Cristo pues eso significa ser cristiano; una vida que transforma la propia existencia:

“La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural” . Para ello, hace falta entrar en un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia vida. Sólo así, se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así, manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta” .” (DA 356)

Pero no es ni problemático ni difícil asumir el servicio a la vida cuando se trata de la propia vida. Otra cosa es cuando olvidándonos de nosotros mismos, tenemos que servir a la vida de los demás, a la manera de Jesús:

“Pero, las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos cerrar los ojos ante estas realidades no somos defensores de la vida del Reino y nos situamos en el camino de la muerte: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14). Hay que subrayar “la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo” , que “invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes” . Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio, se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna.” (DA 358)

Un movimiento centrífugo a favor de la vida es la realidad más universal que se puede dar, de allí que no tiene ni barreras ni fronteras. Por ello, el servicio a la vida es característica fundamental de una pastoral misionera.

19. ATENCIÓN A LAS CULTURAS

El otro aspecto propio de una pastoral misionera sea nacional, diocesana o parroquial es la atención a las culturas para favorecer el contacto fe y cultura de manera que la fe se exprese en la modalidad propia de la o las culturas y éstas sean camino de expresión de la fe.

“La V Conferencia en Aparecida mira positivamente y con verdadera empatía las distintas formas de cultura presentes en nuestro continente. La fe sólo es adecuadamente profesada, entendida y vivida, cuando penetra profundamente en el substrato cultural de un pueblo . De este modo, aparece toda la importancia de la cultura para la evangelización. Pues la salvación aportada por Jesucristo debe ser luz y fuerza para todos los anhelos, las situaciones gozosas o sufridas, las cuestiones presentes en las culturas respectivas de los pueblos. El encuentro de la fe con las culturas las purifica, permite que desarrollen sus virtualidades, las enriquece. Pues todas ellas buscan en última instancia la verdad, que es Cristo” (Jn 14, 6).( DA 477)

La invitación a abrirse a las culturas, aún si se presentan con aspectos negativos, es una necesidad:

“Contrarrestar la cultura de muerte con la cultura cristiana de la solidaridad es un imperativo que nos toca a todos y que fue un objetivo constante de la enseñanza social de la Iglesia. Sin embargo, el anuncio del Evangelio no puede prescindir de la cultura actual. Ésta debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la Iglesia, con un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos. Solamente así la fe cristiana podrá aparecer como realidad pertinente y significativa de salvación.” (DA 480)

Hay que anotar que los grandes desafíos misioneros de hoy se lanzan desde la ciudad con toda la complejidad y pluralismo que la caracteriza. Por ese motivo, Aparecida hace un énfasis especial en la evangelización de la cultura urbana:

“La ciudad se ha convertido en el lugar propio de nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un nuevo lenguaje y una nueva simbología. Esta mentalidad urbana se extiende también al mismo mundo rural. En definitiva, la ciudad trata de armonizar la necesidad del desarrollo con el desarrollo de las necesidades, fracasando frecuentemente en este propósito.”( DA 510)

Después de analizar la complejidad de la ciudad, Aparecida invita a enfrentar los desafíos que nos lanza en el campo de la evangelización: “La Iglesia en sus inicios se formó en las grandes ciudades de su tiempo y se sirvió de ellas para extenderse. Por eso, podemos realizar con alegría y valentía la evangelización de la ciudad actual.” (DA 513)

Sin embargo, este llamado a la evangelización de la ciudad, no disminuye la urgencia de la atención evangelizadora a realidades tan importantes como el mundo de los pueblos originarios y afroamericanos.

“La Iglesia estará atenta ante los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indígenas, con lo cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión ante los embates de las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien de las mismas comunidades.” (DA 531)

“Conocer los valores culturales, la historia y tradiciones de los afroamericanos, entrar en diálogo fraterno y respetuoso con ellos, es un paso importante en la misión evangelizadora de la Iglesia. Nos acompañe en ello el testimonio de San Pedro Claver.” (DA 532)

20. MODELO PARADIGMÁTICO

La alusión de Aparecida a la iglesia en sus inicios cuando se formó en las grandes ciudades, nos lleva directamente a considerar este modelo paradigmático. “Encontramos el modelo paradigmático de esta renovación comunitaria en las primitivas comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47), que supieron ir buscando nuevas formas para evangelizar de acuerdo con las culturas y las circunstancias.” (DA 369)

Que las primitivas comunidades cristianas sean asumidas como modelo paradigmático es introducir en la pastoral un elemento misionero de primer orden que hemos aprendido de la iglesia primitiva o de la precristiandad.

La iglesia primitiva es la de los primeros tiempos. Cuáles sean estos tiempos es algo que debemos definir y hay que decir que al respecto no hay unanimidad. Cuando David Bosch, siguiendo a Hans Kung, quiso referirse a ese período lo fijó entre el año 100 y el 600 dándole el nombre de Iglesia de oriente o iglesia griega.

En realidad ni era solo de oriente ni tampoco sólo griega. Había comunidades de lengua latina como la de Cipriano en Cartago, la de Tertuliano o la de Agustín. Además, con mucha facilidad se mezclaban las lenguas y las personas, pues había una gran movilidad, así que los cristianos no se identificaban ni por lengua ni por área geográfica sino sencillamente por ser cristianos en camino.

Este período que nos parece puede ir desde el tiempo postpascual hasta entrado el siglo quinto se puede llamar precristiandad y se distingue de la cristiandad no por un corte puntual, como pudiera ser el decreto de Constantino o la legislación introducida por el emperador Justiniano, sino por una modificación paulatina de los acentos.

Es oportuno comparar los acentos que se fueron dando y que distinguieron la cristiandad posterior de la precristiandad propia de la iglesia primitiva, modelo paradigmático a la que Aparecida nos invita a volver los ojos.

Hablo de acentos, no de dos etapas de la vida de la Iglesia contrapuestas, presentadas como en blanco y negro, como si de la primera no hubiese pasado nada a la segunda. Es ésta una visión propia de teologías no católicas que quieren identificarse con una primera época llena de luz y asignarle al catolicismo una segunda época llena de tinieblas.

Veamos las características de este modelo así como las razones por las cuales debemos inspirarnos en los mismos, según Aparecida.

A. PERSPECTIVA MARGINAL

En la precristiandad , los cristianos ocupaban los márgenes de la sociedad, no su centro. Ellos eran considerados seguidores de una religión ilícita, una superstición ilegal no acogida por la cultura y la sociedad dominante y que podía dar pie a las autoridades para perseguirlos o al menos desacreditarlos. Tertuliano nos cuenta que los cristianos eran castigados a veces simplemente para aplacar a los dioses. Un convertido era alguien que pasaba de ser ciudadano normal a miembro fanático de un grupo desviado de las normas de la más amplia sociedad.

El cristianismo socialmente era incluyente así que todo el que quería podía hacer parte del mismo de forma libre. Sin embargo, a quienes estaban en la cumbre de la sociedad –a los hombres de la aristocracia- poco les atraía el cristianismo porque obviamente tenían que despojarse de bienestar y de poder, como fue el caso de Cipriano.

Los cristianos eran excluidos de los centros del poder así que las comunidades desarrollaron formas descentralizadas de vida que tenían como sede las casas mismas. Allí se leía la palabra de Dios no desde arriba hacia abajo sino desde la periferia. Esta tendencia de ubicar a la Iglesia en una periferia escondida se vuelve a experimentar en nuestro tiempo:

“Sea un viejo laicismo exacerbado, sea un relativismo ético que se propone como fundamento de la democracia, animan a fuertes poderes que pretenden rechazar toda presencia y contribución de la Iglesia en la vida pública de las naciones, y la presionan para que se repliegue en los templos y sus servicios “religiosos”. (DA 504)

Por nuestra propia culpa o sin ella, hay que decir que hoy también hemos quedado en muchos campos en una situación marginal y poco a poco, como en los primeros tiempos, debemos ir influyendo nuevamente en los ámbitos especialmente culturales de que hemos sido excluidos. Las constataciones son diversas:

“Muchos católicos se encuentran desorientados frente a este cambio cultural” (DA 480)

“La realidad actual de nuestro continente pone de manifiesto que hay “una notable ausencia en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas” . (DA 502)

“Rescatar el papel del sacerdote como formador de opinión” (DA 497)

“En la evangelización, en la catequesis y, en general, en la pastoral, persisten también lenguajes poco significativos para la cultura actual, y en particular, para los jóvenes. Muchas veces, los lenguajes utilizados parecieran no tener en cuenta la mutación de los códigos existencialmente relevantes en las sociedades influenciadas por la postmodernidad y marcadas por un amplio pluralismo social y cultural. Los cambios culturales dificultan la transmisión de la Fe por parte de la familia y de la sociedad. Frente a ello, no se ve una presencia importante de la Iglesia en la generación de cultura, de modo especial en el mundo universitario y en los medios de comunicación social”.( DA 100 d)

Todos estos datos aportados por Aparecida son una muestra de ese sentido de marginalidad o de esa perspectiva de marginalidad que se vive hoy y que debe poco a poco superarse. Aparecida da una voz de aliento en este sentido: “Queremos felicitar e incentivar a tantos discípulos y misioneros de Jesucristo que, con su presencia ética coherente, siguen sembrando los valores evangélicos en los ambientes donde tradicionalmente se hace cultura y en los nuevos areópagos” (DA 491)

Pero el esfuerzo debe tocar directamente la pastoral misionera y Aparecida indica la manera:

“Es necesario comunicar los valores evangélicos de manera positiva y propositiva. Son muchos los que se dicen descontentos, no tanto con el contenido de la doctrina de la Iglesia, sino con la forma como ésta es presentada. Para eso, en la elaboración de nuestros planes pastorales queremos:

a) Favorecer la formación de un laicado capaz de actuar como verdadero sujeto eclesial y competente interlocutor entre la Iglesia y la sociedad, y la sociedad y la Iglesia.

b) Optimizar el uso de los medios de comunicación católicos, haciéndolos más actuantes y eficaces, sea para la comunicación de la fe, sea para el diálogo entre la Iglesia y la sociedad.

c) Actuar con los artistas, deportistas, profesionales de la moda, periodistas, comunicadores y presentadores, así como con los productores de información en los medios de comunicación, con los intelectuales, profesores, líderes comunitarios y religiosos.

d) Rescatar el papel del sacerdote como formador de opinión.” (DA 497)


B. ATRACCIÓN


En la precristiandad los que no eran cristianos se sentían atraídos por la libertad, la justicia y la alegría contracultural de los cristianos. La atracción al cristianismo era consecuencia de la atracción que ejercían los cristianos. Pero esa atracción carecía de incentivos humanos e inclusive eclesiales. En cuanto a los primeros, podían enfrentar el ostracismo y agresión de los vecinos cuando no la muerte. En cuanto a los segundos, la Iglesia buscaba que no hubiese conversiones baratas por lo cual contaba con programas de formación catequística bastante largos que asegurasen la calidad de la conversión. Los sermones buscaban ayudar a los creyentes a vivir su vida cristiana de manera genuina. “Nosotros los cristianos no predicamos grandes cosas pero las vivimos” decía un apologista.

En la cristiandad, la atracción fue menor, la confianza en la gracia de Dios fue más débil así que se utilizaron también otras formas más de imposición de la fe y de conquista de los no creyentes. La opción cristiana parecía obligatoria o la atracción en algunos se debía a que era la misma religión del emperador. La tentación de recurrir a métodos impositivos o manipuladores es también de nuestros tiempos como es también el repliegue en un encerramiento temeroso, todos aspectos rechazados en la precristiandad. De allí las advertencias de Aparecida: “La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor” . La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).” (DA 159)

Esta atracción debe tener unos frutos específicos no siempre aceptados serenamente por su ser anticulturales: “esta misma fe deberá engendrar modelos culturales alternativos para la sociedad actual. Los cristianos, con los talentos que han recibido, talentos apropiados deberán ser creativos en sus campos de actuación: el mundo de la cultura, de la política, de la opinión pública, del arte y de la ciencia”. (DA 480)

C. SENTIDO DE PEREGRINACIÓN

Especialmente en los dos primeros siglos, los cristianos se describían a sí mismos como residentes peregrinos (paroikoi). Eran conscientes de estar en la casa pero también no totalmente en la casa. No se identificaban totalmente con la cultura pero sí la apreciaban y buscaban impregnarla de sentido cristiano. Este sentido cristiano que los llevaba a ser distintos y a no tener una ciudad permanente era vivido intensamente. La carta de Diogneto describía muy bien esta actitud: “Cada país extranjero es su patria y la patria de ellos es una tierra extranjera” Para mantener esta identidad que los distinguía, los cristianos eran exigentes en su formación catequética prebautismal así que la fe podía encontrar la cultura e iluminarla con fidelidad al evangelio e igualmente la cultura podía iluminar la fe explicitando sus riquezas escondidas. ¿Qué tal que nos hubiésemos quedado sólo con la fe de la comunidad judeocristiana? Las otras culturas como la griega y la asiática, enriquecieron la fe.

En la vida de la iglesia han entrado en juego dos principios como son: El de indigenización y el de peregrinación. Por el primero, uno se siente en su casa. Por el segundo uno se siente en continua movilidad, en camino. En la precristiandad el acento más fuerte se colocaba sobre el principio de la peregrinación. En la cristiandad, el acento más fuerte se colocó sobre el principio de la indigenización lo que llevó a que los cristianos se sintieran muy en su casa generando ello un debilitamiento de su sentido contracultural y de su original contribución a la sociedad.

Aparecida, realizada en un contexto de peregrinación muy propia de la religiosidad popular, acentúa ese principio de peregrinación que nos pone en camino, nos abre a enfrentar las nuevas realidades culturales y a despojarnos de antiguos impedimentos:

“La Iglesia peregrina vive anticipadamente la belleza del amor, que se realizará al final de los tiempos en la perfecta comunión con Dios y los hombres . Su riqueza consiste en vivir ya en este tiempo la “comunión de los santos”, es decir, la comunión en los bienes divinos entre todos los miembros de la Iglesia, en particular entre los que peregrinan y los que ya gozan de la gloria .” (DA 160)

Este sentido de peregrinación llevó a las primeras comunidades a ponerse en movimiento misionero para una propagación maravillosa del influjo y seguimiento de Jesús. Fue un movimiento que no se quedó en Jerusalén como en su única casa. Se extendió a Siria y Mesopotamia, a Grecia y Asia Menor, al Mediterráneo occidental, a Alejandría y Egipto. Quería llenar todos los rincones con el anuncio de Jesús.

Este mismo sentido de peregrinación nos lleva a poner en acto toda una misión que llegue hasta los últimos rincones del continente latinoamericano y caribeño.

“Es el mismo Papa Benedicto XVI quien nos ha invitado a “una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño” que es pueblo de Dios en América Latina y El Caribe: “sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, para la difusión de la verdad evangélica”. Es un afán y anuncio misioneros que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad. “En este esfuerzo evangelizador – prosigue el Santo Padre –, la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo entre las casas de las periferias urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad”. Esa misión evangelizadora abraza con el amor de Dios a todos y especialmente a los pobres y los que sufren. Por eso, no puede separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción humana integral: “Pero si las personas encontradas están en una situación de pobreza – nos dice aún el Papa –, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad.” (DA 550)

“Como hacían las primeras comunidades cristianas.”. Esta expresión de Benedicto XVI tomada por Aparecida, nos reafirma ese intuición de que las primeras comunidades sean para nosotros hoy un modelo paradigmático.

D. FIGURA Y CULTO DE JESÚS


La inconografía de la precristiandad presentó a Jesús como el buen pastor, el sanador y el maestro. Estas imágenes concordaban con la enseñanza central de Jesús como dador de vida.

El culto, como se anotó, tenía como sede las casas, en reuniones pequeñas, sin rituales impresionantes y restringido a los cristianos. Su finalidad no era impresionar a las masas sino dar gloria a Dios y equipar a los cristianos, como personas y comunidades, para vivir su fe en forma atrayente.

En la cristiandad se dejó en la sombra la humanidad de Jesús para presentarlo como el pantókrator, vestido como un emperador. El culto pasó a una sede diferente como fue la de la gran asamblea en la basílica que impresionase a las masas aunque no se dejase de dar culto a Dios. Hoy también gustamos de las grandes basílicas y de las ceremonias de amplia participación y solemnidad, pero Aparecida nos hace conscientes de las necesarias purificaciones de nuestra religiosidad popular para que vivamos según el estilo adecuado, el de Jesús.

“La fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad misionera. Invocamos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo. Él sigue convocando, sigue invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para todos. Nosotros somos ahora, en América Latina y El Caribe, sus discípulos y discípulas, llamados a navegar mar adentro para una pesca abundante. Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos, con valentía y confianza (parresía), a la misión de toda la Iglesia.” (DA 363)

E. CENTRALIDAD DE LA MISIÓN

En la precristiandad, la misión fue central en la vida de la iglesia. Acerca de esta centralidad, los primeros cristianos escribieron muy poco. En sus escritos poco aparece la palabra evangelizar y sin embargo la Iglesia crecía rápidamente porque los cristianos estaban muy atentos a los interrogantes e intereses de los que no eran cristianos, entraban en contacto con ellos y dialogaban con ellos acerca de su fe. Era algo que les brotaba naturalmente porque hacía parte de su esencia. En la cristiandad no será algo tan natural ser misionero así que el crecimiento se debía a otros factores, incluidas las leyes imperiales y la conversión de los jefes.

“Los discípulos, quienes por esencia somos misioneros en virtud del Bautismo y la Confirmación, nos formamos con un corazón universal, abierto a todas las culturas y a todas las verdades, cultivando nuestra capacidad de contacto humano y de diálogo. Estamos dispuestos con la valentía que nos da el Espíritu, a anunciar a Cristo donde no es aceptado, con nuestra vida, con nuestra acción, con nuestra profesión de fe y con su Palabra. Los emigrantes son igualmente discípulos y misioneros y están llamados a ser una nueva semilla de evangelización, a ejemplo de tantos emigrantes y misioneros, que trajeron la fe cristiana a nuestra América.” (DA 377)

Estas breves anotaciones sobre el período de precristiandad, diverso del de cristiandad donde cultura e Iglesia se acomodaron una a otra acentuando el principio de indigenización, nos llevan a otros aspectos igualmente decisivos en la pastoral.

21. EL KERYGMA O PRIMER ANUNCIO

Aparecida introduce dos elementos más, también fundamentales, para que se dé una pastoral misionera: el primero es el acento en el kerygma y el segundo es la totalidad.

No puede haber una pastoral misionera que no tenga en cuenta como punto de partida el kerygma.

Se llama también Primer Anuncio, ese anuncio que no está dirigido a la cabeza sino al corazón como quiera que no es un asunto de ideas sino de comunicación de experiencias de fe, de corazón a corazón en un contexto emotivo y a veces altamente afectivo como cuando acontece en el hogar.

“Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).” (DA 145)

“Benedicto XVI nos recuerda que: “el discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12).” (DA 146)

La experiencia de fe que se anuncia o sea el contenido del Kerygma nos lo ha ofrecido el Evangelio y las cartas de Pablo cuando él recuerda lo que recibió y se puede sintetizar en ese testimonio gozoso de Jesucristo como signo del amor del Padre, Salvador, Señor y Santificador por medio del Espíritu enviado como Maestro interior, para que en el destinatario surja la vida de la fe y la vida en comunidad.

“El anuncio del kerygma invita a tomar conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y resucitado. Esto es lo primero que necesitamos anunciar y también escuchar, porque la gracia tiene un primado absoluto en la vida cristiana y en toda la actividad evangelizadora de la Iglesia: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor 15, 10).” (DA 348)

Este anuncio vivido y proclamado llega a los otros como Buena Noticia, una noticia de vida y de comienzo de la fe como encuentro con Cristo.

“El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” . Esto es justamente lo que, con presentaciones diferentes, nos han conservado todos los evangelios como el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús (cf. Jn. 1, 35-39).” (DA 243)

“La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones.” (DA 244).

22. DIALOGO Y ANUNCIO

Cuando se trata de testimoniar y ofrecer el kerygma a quienes viven otra experiencia religiosa, este anuncio puede, y casi siempre debe, estar preparado por esos pasos ya anotados del contacto humano y del diálogo interreligioso. Diálogo y anuncio se interrelacionan estrechamente.

“El diálogo interreligioso es un encuentro de personas de diferentes religiones en una atmósfera de libertad y de apertura, para escuchar al otro, para entender la religión de esa personas, para buscar posibilidades de cooperación, con la esperanza de que haya en la otra persona reciprocidad” (Card. Arinze).

“El diálogo interreligioso, en especial con las religiones monoteístas, se fundamenta justamente en la misión que Cristo nos confió, solicitando la sabia articulación entre el anuncio y el diálogo como elementos constitutivos de la evangelización . Con tal actitud, la Iglesia, “Sacramento universal de salvación” , refleja la luz de Cristo que “ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). La presencia de la Iglesia entre las religiones no cristianas está hecha de empeño, discernimiento y testimonio, apoyados en la fe, esperanza y caridad teologales .” (DA 237)

Aún cuando el subjetivismo y la identidad poco definida de ciertas propuestas dificulten los contactos, eso no nos permite abandonar el compromiso y la gracia del diálogo . En lugar de desistir, hay que invertir en el conocimiento de las religiones, en el discernimiento teológico-pastoral y en la formación de agentes competentes para el diálogo interreligioso, atendiendo a las diferentes visiones religiosas presentes en las culturas de nuestro continente. El diálogo interreligioso no significa que se deje de anunciar la Buena Nueva de Jesucristo a los pueblos no cristianos, con mansedumbre y respeto por sus convicciones religiosas. (DA 238)

Esa sabia articulación entre diálogo y anuncio puede explicitarse un poco más mediante algunas preguntas precisas y sus breves respuestas:

¿Es el diálogo un simple medio para el anuncio? No. ¿Es el diálogo una forma de evangelización en sí mismo? Sí. ¿Entonces, puede estar sólo sin el anuncio? Sí. ¿Así que puede del todo prescindir del anuncio? No. ¿Es libremente intercambiable con el anuncio? No. ¿Exige el diálogo dejar en la sombra las propias convicciones religiosas? No. ¿Hay diversas formas de diálogo? Sí, esta el diálogo de la vida diaria, el diálogo de la acción con miras a la cooperación, el diálogo teológico entre expertos y el diálogo espiritual o de las experiencias religiosas como el que tenía lugar entre Chiara Lubich católica y Nikkyo Niwano, budista.

23. TOTALIDAD

La totalidad es un aspecto muy práctico acentuado por Aparecida para que el evangelio llegue a todos sin excluir a nadie y para que todos se sientan de verdad participantes en la iglesia, así que ninguno se considere un anónimo en la misma, una especie de cero a la izquierda. Esa totalidad exige sectorización y fomento de las pequeñas comunidades.

“Teniendo en cuenta las dimensiones de nuestras parroquias, es aconsejable la sectorización en unidades territoriales más pequeñas, con equipos propios de animación y coordinación que permitan una mayor proximidad a las personas y grupos que viven en el territorio. Es recomendable que los agentes misioneros promuevan la creación de comunidades de familias que fomenten la puesta en común de su fe cristiana y las respuestas a los problemas.” (DA 372)

24. EVANGELIZACIÓN Y PROMOCIÓN HUMANA

Otro elemento indispensable de una pastoral misionera es la unión de evangelización y de promoción humana. Son como los dos rieles por los que avanza la misión al servicio de la vida que hace opciones preferenciales por los más necesitados:

“Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación “sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad” . Entendemos, además, que la verdadera promoción humana no puede reducirse a aspectos particulares: “Debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre” , desde la vida nueva en Cristo que transforma a la persona de tal manera que “la hace sujeto de su propio desarrollo” . Para la Iglesia, el servicio de la caridad, igual que el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, “es expresión irrenunciable de la propia esencia” .( DA 399)

Benedicto XVI resumía estas exigencias en su discurso inaugural de Aparecida de esta manera: “La evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana” (DI 3)

Aparecida ha introducido un pensamiento muy insistente en la encíclica “Dios es amor” de Benedicto XVI que coloca al mismo nivel tres realidades eclesiales como son el Credo, el Culto y la Caridad. Al mismo tiempo, el Papa insiste en la dimensión universal de la caridad, que sea sin fronteras, que llegue a todos indistintamente:

“La caritas –ágape supera los confines de la iglesia; la parábola del buen samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado “casualmente” (cfr. Lc 10,31) quienquiera que sea.” (DCE, 25)

La calidad de este amor dirigido hacia todos, aún el más extraño, es posible cuando consideramos que ya no hay judío ni griego, hombre ni mujer, sino que todo ser humano es mi hermano y en él veo la presencia de Cristo, tema de fe tan querido por Teresa de Calcuta y vivido con tanta intensidad.

25. EL ESPÍRITU SANTO Y LA MISIÓN

Último de los elementos fundamentales en una pastoral misionera, pero el primero en todo sentido, es el Espíritu Santo, su presencia y su acción en la Iglesia y fuera de ella.

La Iglesia puede definirse criatura del Espíritu mas que templo del Espíritu. Lo segundo daría a entender que la iglesia ya está hecha y que sólo requiriese que venga a habitar el Espíritu en ella. La primera, en cambio, hace notar que el Espíritu le va dando forma cada día, obviamente la forma del cuerpo de Cristo. Por este motivo, es muy interesante poner de manifiesto los empujones del Espíritu, que Aparecida llama más elegantemente irrupciones, y son dos: Uno hacia arriba y el otro hacia fuera.

El empujón hacia arriba es hacia la santidad. El Espíritu mueve a la Iglesia toda y a cada cristiano hacia la santidad, prerrequisito indispensable para toda misión como lo anotaba Juan Pablo II en la Redemptoris Missio: “La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la iglesia. La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión” (N. 90). Es la vida misma de Jesús que así nos lo deja saber:

“Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por el Espíritu Santo al desierto para prepararse a su misión (cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno, discernió la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros caminos. Ese mismo Espíritu acompañó a Jesús durante toda su vida (cf. Hch 10, 38). Una vez resucitado, comunicó su Espíritu vivificador a los suyos” (cf. Hch 2, 33). (DA 149)

El empujón hacia fuera, hacia la misión, aparece en forma dramática en diversas ocasiones empezando por Pentecostés, continuando con Felipe (Hc 8,29) y con Pablo (Hch 20,22) y siguiendo siempre en la historia de la Iglesia hasta Aparecida:

“A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1Cor 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1Cor 12, 28-29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1Cor 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4, 13) y Pablo (cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben hacerlo (cf. Hch 13, 2).” (DA 150)

Aparecida no puede entrar a hacer una lista de todos esos misioneros decididos y valientes de los cuales puede enorgullecerse la acción misionera de la Iglesia, pero la historia de esta acción misionera los ha puesto de manifiesto abundantemente en las diversas épocas y Aparecida lo reconoce en forma muy bella:

“Nuestras comunidades llevan el sello de los apóstoles y, además, reconocen el testimonio cristiano de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las semillas del Evangelio, viviendo valientemente su fe, incluso derramando su sangre como mártires. Su ejemplo de vida y santidad constituye un regalo precioso para el camino creyente de los latinoamericanos y, a la vez, un estímulo para imitar sus virtudes en las nuevas expresiones culturales de la historia. Con la pasión de su amor a Jesucristo, han sido miembros activos y misioneros en su comunidad eclesial. Con valentía, han perseverado en la promoción de los derechos de las personas, fueron agudos en el discernimiento crítico de la realidad a la luz de la enseñanza social de la Iglesia y creíbles por el testimonio coherente de sus vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia y nos sentimos llamados a continuar con renovado ardor apostólico y misionero el estilo evangélico de vida que nos han trasmitido.” (DA 275)

El llamado a continuar el estilo evangélico de nuestros santos apóstoles y misioneros no se limita a unos pocos sino es general. Desde los niños hasta los adultos, desde los obispos hasta el último de los fieles, todos están llamados a convertirse en discípulos y misioneros de Jesucristo, empujados por el Espíritu, porque nadie puede excluirse de vivir su identidad en plenitud.

“La conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.” (DA 366)

Uno de los signos de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia son precisamente esos movimientos que luchan a favor del reconocimiento de todos los ministerios que responden a las exigencias de la misión.

Aparecida, iluminada por el Espíritu Santo, insistirá en todas y cada una de las categorías de agentes para que sean discípulos y misioneros de verdad como lo pide la misión de Cristo que la Iglesia continúa en la historia. Me limito, a manera de ejemplo, al llamado que hace a los párrocos:

“La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración.” (DA 201)

El párroco en su parroquia como el Obispo en la diócesis deben ser los primeros animadores misioneros, esos que generan procesos pedagógicos y pastorales, espirituales y teológicos, para que el pueblo de Dios crezca en su conciencia misionera.

26. ¿CUÁL MISIÓN CONTINENTAL SEGÚN APARECIDA?

Ante todo hay que decir que una misión continental es en primer lugar el esfuerzo por colocar toda nuestra pastoral del continente en estado permanente de misión, según los contenidos y procesos que Aparecida nos ha ofrecido y que he buscado de presentar en las páginas anteriores. Sin este estado permanente de Misión, todo otro esfuerzo de misión continental sería como construir sobre la arena y no sobre la roca firme.

“Este despertar misionero, en forma de una Misión Continental, cuyas líneas fundamentales han sido examinadas por nuestra Conferencia… buscará poner a la Iglesia en estado permanente de misión. Llevemos nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas.” (DA 551)

La misión continental como evento más particular, como bien se anotó en Aparecida, debe hacerse principalmente a nivel diocesano, sin descuidar las orientaciones nacionales, así que cada iglesia local diseñe la manera de realizar su misión sobre ese esfuerzo de colocar toda su diócesis en estado de misión.

Sin embargo, una misión no puede llamarse continental si no hay algunos elementos compartidos por todas las iglesias del continente. Ya el esfuerzo común por colocarse en estado de misión es un aspecto común, pero es necesario determinar otros aspectos más específicos que orienten en términos muy generales la misión diocesana.

Quisiera sugerir, a manera de conclusión de esta presentación sobre la misión en Aparecida, cuatro pasos (cuatro Aes) recogiendo los elementos ya anotados.

• Aceptación. (Aquí estoy, Señor, mándame a mí” Is 6,8)

El emprender una misión no solo continental sino diocesana o nacional requiere una interpelación a los cristianos para que ellos se pronuncien frente a tres puntos muy precisos: a) Aceptación del llamado de Cristo a vivir la misión; b) aceptación del movimiento del Espíritu que a la misión los empuja; c) aceptación de la invitación que la Iglesia explícitamente les formula.

Se trata entonces de generar un movimiento de animación misionera de los cristianos católicos todos a partir de la reflexión y la decisión de aceptar o no esta invitación a la misión. Esta animación misionera puede comprender enormes campañas a través de los medios de comunicación como comunicaciones muy personales a católicos muy comprometidos.

La invitación en síntesis es a entrar en un nuevo Pentecostés en el que el Espíritu los sacará a todos de su encerramiento espiritual para ir hacia los demás, especialmente los alejados de la iglesia, los que se han enfriado en la fe o los que nunca han sido cristianos.

• Acercamiento (Hoy quiero entrar en tu casa. Lc 19,5)

Una vez aceptada la invitación y asumida con entusiasmo misionero, hay que pasar a poner en práctica otros tres elementos ya anotados en este artículo:

A. Contacto humano con las personas que en el propio contexto se identifiquen como punto de llegada de la misión.

B. Diálogo con estas personas en alguna de sus diversas formas: diálogo de la vida, diálogo de las experiencias religiosas, etc.

C. Testimonio que está implícito en los dos anteriores pero que es necesario especificarlo porque se trata de generar atracción desde la propia fe y no de actuar una conquista o una manipulación.

• Anuncio (Yo soy el camino, la verdad y la vida. Jn 14,6)

Los dos pasos anteriores han creado la buena tierra sea en el misionero como en el destinatario. Ahora se trata de pasar a la evangelización explícita empezando por el kérigma o anuncio de tres realidades centrales:

A. Anuncio de la persona de Jesús. B. Anuncio de su enseñanza evangélica. C. Anuncio de la iglesia.


Este triple anuncio es fundamental porque puede llevar a quien se ha alejado a mirar con una mirada nueva, sin dejarse influir sólo por los prejuicios o las experiencias negativas que tal vez lo alejaron, a Cristo y a la Iglesia.

• Acogida. (Vamos a celebrar esto con un banquete. Lc 15,23)

La misión se realiza con fe en la fuerza del Señor y de su Espíritu. Por ello, hay que dar este otro paso que es el de acogida de aquellos que, a raíz de la misión, de forma inmediata o postergada, se deciden a volver a Cristo y a la iglesia.

Ante esa decisión, hay que responder con una voluntad de acogida sincera y entusiasta y ello en tres aspectos: A. Acogida en la comunidad de fe que ofrece un sentido nuevo de vida a quien regresa a ser discípulo de Jesucristo en forma consciente y decidida. B. Acogida en la comunidad de amor que debe ser cada grupo, parroquia o iglesia particular y que sabe crear un clima de aceptación, familiaridad y fraternidad espiritual donde quien regresa se siente amado. C. Acogida en la comunidad de trabajo apostólico porque quien regresa desea sentirse útil como discípulo misionero, capaz de aportar a la iglesia y está dispuesto a utilizar su iglesia como plataforma de acción apostólica beneficiosa para sí y para los demás.

Concluyo con las anotaciones llenas de fervor evangelizador con que Aparecida se refiere a la misión continental sea con las palabras del Papa como con las de la misma asamblea:

“Es el mismo Papa Benedicto XVI quien nos ha invitado a “una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño” que es pueblo de Dios en América Latina y El Caribe: “sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, para la difusión de la verdad evangélica”. Es un afán y anuncio misioneros que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad. “En este esfuerzo evangelizador – prosigue el Santo Padre –, la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo entre las casas de las periferias urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad”. Esa misión evangelizadora abraza con el amor de Dios a todos y especialmente a los pobres y los que sufren. Por eso, no puede separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción humana integral.” (DA 550)

Esta convocación del Santo Padre como de Aparecida nos coloca frente a una conversión apostólica, espiritual y misionera:

“Recobremos, pues, “el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo – como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” . Recobremos el valor y la audacia apostólicos.” (DA 552)

Y queda como primera invitada a la misión continental la Virgen María a quien le decimos con las palabras de un popular canto: Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven:

“Nos ayude la compañía siempre cercana, llena de comprensión y ternura, de María Santísima. Que nos muestre el fruto bendito de su vientre y nos enseñe a responder como ella lo hizo en el misterio de la anunciación y encarnación. Que nos enseñe a salir de nosotros mismos en camino de sacrificio, amor y servicio, como lo hizo en la visitación a su prima Isabel, para que, peregrinos en el camino, cantemos las maravillas que Dios ha hecho en nosotros conforme a su promesa.” (DA 553)


Monseñor Luis Augusto Castro Quiroga
Arzobispo de Tunja


CONTENIDO
1. La misión, ¿sustancia o accidente?
2. ¿Misión de la iglesia o misión de Cristo?
3. ¿Cuál es esta misión, según Aparecida?
4. ¿Quiénes son los destinatarios de esta misión?
5. Misión como acción pastoral.
6. Misión como nueva evangelización
7. Misión como acción misionera ad gentes
8. Nuevos destinatarios de la misión ad gentes
9. Importancia de la misión ad gentes.
10. Las pruebas de la misión.
11. Responsabilidad de los discípulos misioneros
12. Desafíos a la animación y formación misionera
13. La diócesis, su territorio y su misión
14. La parroquia, su territorio y su misión
15. Las comunidades de base y pequeñas comunidades
16. Pastoral misionera para el continente.
17. Viraje misionero en la pastoral
18. Pastoral en movimiento centrífugo
19. Pastoral con dimensión universal
20. Precristiandad y misión
a. Perspectiva marginal
b. Atracción
c. Sentido de peregrinación
d. Figura y culto de Jesús
e. Centralidad de la misión.
21. El kerygma o primer anuncio
22. .Diálogo y anuncio
23. Totalidad
24. Evangelización y promoción humana
25. El espíritu Santo y la misión.
26. ¿Cuál misión continental, según Aparecida?
Last modified on Thursday, 05 February 2015 16:56

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