Acción misionera de la Iglesia

Category: Missione Oggi
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Al comenzar la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano, tengo muy presentes en la mente y en el corazón a toda la sociedad colombiana y en especial a todos los cristianos católicos de Colombia, hombres y mujeres, niños y jóvenes, a quienes deseo invitar a ser siempre jóvenes, con la juventud del espíritu de Cristo que renueva todas las realidades y en primer lugar los corazones.

CON LA FUERZA Y EL PODER DEL ESPÍRITU

Nuestro país ha avanzado significativamente en la exigencia de los derechos humanos, en sensibilidad hacia las víctimas de la violencia y del conflicto armado, en la búsqueda de la verdad y en su crecimiento económico que esperamos se transforme en desarrollo incluyente.

Pero necesitamos de la fuerza y el poder del Espíritu que nos empuje, como Pastores y como Iglesia a infundir desde nuestra condición de discípulos de Jesús, un nuevo aliento en nuestra sociedad que va capitulando, perezosa e inconscientemente, ante los valores que tienen que ver con la vida, la familia, la educación, la ética, la justicia social y la fe en Dios.

HACIA UN FUTURO MÁS HUMANO
Necesitamos esta juventud de Cristo que nos llene de esperanza hacia el futuro pero un futuro humano, no un futuro engañoso. No un ídolo que sacrifica la felicidad del presente en aras de un bienestar posterior que nunca llega, como anotaba el Papa Benedicto XVI al afirmar que no se puede promover el futuro renunciando por el momento a comportarse de manera humana ; un futuro que no imponga sacrificios hoy con el pretexto de un mejor mañana, pues ésta ha sido la historia de la pobreza y de la miseria en Colombia desde hace mucho tiempo.

EL PAPA BENEDICTO XVI Y LA PAZ DE COLOMBIA
Queremos manifestar nuestra solidaridad con el Santo Padre en su tarea de promover la no violencia en el mundo, el diálogo entre las religiones y las culturas, la libertad religiosa y el valor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

Al iniciar el año, Benedicto XVI ve en la lucha contra la pobreza y a favor de la democracia, los dos grandes retos para Colombia y el resto de Latinoamérica.

Evocamos sus recientes palabras sobre Colombia y su preocupación “por el largo conflicto interno que ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por lo que se refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas. Tales señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados en la lucha armada” (Encuentro con el Cuerpo Diplomático, enero 8 de 2007).

Necesitamos llenarnos de esta juventud de Cristo para que infunda en nosotros mediante su Espíritu la valentía y la fortaleza que se requiere para superar los obstáculos del camino hacia la paz para todos, como fruto del diálogo y la negociación, y que ponga fin a las hostilidades y a todas sus consecuencias.

Así mismo estamos llamados a acompañar e iluminar el desafío nacional de la reconciliación, desde la fe y la práctica del amor, a partir de la fuerza transformadora del perdón y orientada por los principios del Evangelio, así como a reconocer la existencia de una dimensión política de la reconciliación nacional, para llenarla de sentido humano, de tal forma que ésta sea una experiencia profunda y verdadera.

EL ACUERDO HUMANITARIO
La búsqueda de una seguridad efectivamente basada en principios democráticos, va más allá de nuestra seguridad personal y familiar, pues si bien ésta es importante, no puede olvidar o sacrificar a ningún ciudadano o ciudadana, y debe contemplar también una dimensión social y humana que amplía la concepción sobre la misma.

Por ejemplo, si nuestra seguridad exige que los secuestrados políticos permanezcan en las selvas y aceptamos que así sea, nos hacemos cómplices de su destrucción. No podemos dejar de insistir en que se haga cuanto antes el acuerdo humanitario y que se evite poner en riesgo la vida de los secuestrados.

Igualmente, es necesario que otros acuerdos humanitarios se hagan realidad para acabar con el secuestro extorsivo, con las minas antipersonal, con la agresión a la sociedad civil, con el desplazamiento y sean como una ventana que se abra a los diálogos efectivos hacia la paz con justicia social.

LA VERDAD DESEADA, LA VERDAD SOPESADA
Reafirmamos la urgencia de que la verdad siga subiendo a flote y que la misma sea sopesada cuidadosamente por el Estado para merecer credibilidad y confianza. No nos basta un relato que haga de verdad sino una verdad sólida que favorezca la reconciliación y no una cadena de venganzas.

Instamos a los grupos de autodefensa, sus miembros desmovilizados y aquellos que se rehúsan a abandonar la violencia armada, a que continúen el proceso de verdad, justicia y reparación, esenciales para la reconciliación.

La verdad representa una condición para curar las heridas de la violencia y restituir la dignidad de las víctimas, victimarios y sociedad en general, avanzando hacia una reconciliación nacional, en un escenario democrático transparente y con instituciones judiciales eficaces.

Nos preocupa la proliferación de grupos de tipo mafioso que aunque pequeños son numerosos y van copando territorios y regiones de Colombia.

Sin embargo, tenemos la seguridad de que no tendrán los apoyos. Esperamos que la acción integral del Estado pueda frenar este nuevo fenómeno inspirado por viejos anhelos de poder al margen de la institucionalidad.

Sigamos luchando, cada uno desde su lugar y según sus posibilidades y todos desde la acción pastoral, contra el narcotráfico, ese pulpo de tantos brazos letales que no solo fomenta la guerra fratricida sino la degeneración de muchas personas, el crecimiento del ansia de dinero fácil, abundante y a cualquier costo y la corrupción a todos los niveles.
Vemos con dolor el aumento del consumo de drogas psicodependientes en nuestra niñez y juventud. Al mismo tiempo, constatamos e impulsamos el aumento creativo de métodos preventivos y curativos para proteger y orientar a quienes están en alto riesgo de caer en este problema o que ya están en él.

APOYO A LA INSTITUCIONALIDAD Y A SUS PROCESOS
Estamos con la institucionalidad. De allí que rechazamos cualquier forma de penetración ilegal y corrupción al interior del Estado. Al mismo tiempo, animamos los esfuerzos de purificación de las instituciones democráticas.

Queremos apoyar todos los procesos que conduzcan a una Colombia reconciliada y en paz. Por ello, mientras que seguimos con profundo interés los diálogos del gobierno y el ELN en La Habana, al mismo tiempo invitamos a los desmovilizados de los grupos de autodefensa a retomar sin vacilación pero con valentía y transparencia, los espacios de solución política y las oportunidades de la verdad, la justicia y la reparación. Reconocemos que todo ese proceso ha sido fatigoso y ha requerido una acción continua y compleja del Comisionado de Paz y de su grupo de colaboradores que ha dado frutos positivos. La Iglesia, a través de Monseñor Germán García Isaza, de Monseñor Julio César Vidal y de otros Obispos se hizo presente en términos de apoyo solidario.

Nuevamente invitamos a las FARC a que desistan de identificar la paz con la toma del poder por las armas y a que se planteen decididamente una forma de reinserción y de colaboración política ajena a la violencia. Los invitamos a que se dejen tocar por la palabra reconciliadora de Jesucristo, del cual muchos fueron revestidos el día de su bautismo, haciéndose sensibles al dolor de tantos compatriotas desplazados, secuestrados y huérfanos.

Invitamos a todos los que han sido privilegiados con la riqueza a que sean cada vez más sensibles ante los pobres y marginados; a globalizar la solidaridad, a contribuir a la creación de un país más justo y equitativo.

LA COMUNICACIÓN DE LA FE
Ante los vacíos que vivimos en relación con los procesos de formación en la fe y frente a la desconcertante corrupción de la inteligencia que trae consigo nuevas crisis en la verdad, la ética y la moral del pueblo colombiano, en especial de las nuevas generaciones, y frente al desconocimiento que tenemos de nuestra propia fe, hemos recibido con interés y beneplácito el Decreto 4500 de diciembre 19 de 2006, emanado del Ministerio de Educación Nacional.

El mismo se refiere a la obligatoriedad de la educación religiosa escolar en los establecimientos oficiales y privados de educación preescolar, básica y media, para el cual la Conferencia Episcopal de Colombia y el Departamento de Educación, Cultura y Universidades, hicieron aportes que, en gran parte fueron, acogidos por este Decreto.

Esperamos que el Decreto sea estudiado y aplicado con seriedad por todas las instituciones educativas, tanto oficiales como privadas, de tal forma que incluyan en sus proyectos educativos institucionales el mencionado Decreto.

Iniciaremos, con la colaboración de las Universidades Católicas un proceso de formación de los docentes en esta área obligatoria y fundamental, para que los Señores Obispos puedan así otorgarles el Certificado de Idoneidad.

Al esfuerzo de los educadores para que la razón se abra a la fe, hay que unir el trabajo de los papás en los hogares, para que la comunicación de la fe, usualmente con su fuerte carga de emotividad, sea más efectiva desde el testimonio cristiano, la oración y la acogida de la palabra de Dios.

Al mismo tiempo, deseamos que la acción pastoral y catequística, no solo sacramental sino continuada, lleve a que la fe se abra a la razón, esto es, a la inteligencia de la misma fe.

Para alcanzar este deseo es necesario no sólo enriquecerse con medios y métodos sino también presentar los contenidos de la fe en una unidad y cohesión tal que faciliten su comunicación, su comprensión y su vivencia a las nuevas generaciones mediáticas, globalizadas y más concentradas en su corporalidad.

De ello nos dio ejemplo la Iglesia primitiva con su regla de fe y toda la tradición eclesial sostenida en los símbolos de la fe y el credo.

Se trata de superar cuanto antes una crisis de la comunicación de la fe que puede ir creando una preocupante brecha entre nuestra generación y la siguiente. Es una tarea urgente favorecer el crecimiento de la vida cristiana desde el hogar y desde la escuela, para que así resplandezca la juventud de Cristo en cada corazón.

LA ACCIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA
La Conferencia Episcopal, reunida en su Octogésima Segunda Asamblea Plenaria, centra su reflexión durante esta semana en el tema de la propagación del influjo de Cristo en el mundo, lo que solemos llamar la acción misionera universal de la Iglesia o misión ad gentes, según el Concilio.

En tiempos anteriores, especialmente después de la profunda crisis misionera causada por el patronato, la Revolución Francesa, la expulsión de los Jesuitas y otros factores, y superada maravillosamente por la acción magistral de Gregorio XVI, la acción misionera se veía sólo en términos geográficos y jurídicos y se le llamaba las misiones.

Hoy el campo es más vasto como bien lo anota Benedicto XVI: “El campo de la missio ad gentes se ha ampliado notablemente, y no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas o jurídicas; en efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas, sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones” .

ACCIÓN DE JUVENTUD MISIONERA
Es siempre una acción de juventud como quiera que es la tarea a la que hemos sido llamados desde el bautismo de hacer presente a Cristo y su evangelio del Reino, que es justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo (Rom 14,17), allí donde brilla por su ausencia, sea ese “allí” un corazón, un pueblo, una institución o una estructura, una realidad cercana o una realidad lejana. La misión nos mueve más allá de las fronteras de la fe hacia donde ésta no se manifiesta de una manera explícita.

TODO CRISTIANO ES MISIONERO
Un cristiano es misionero cuando acepta ser enviado para dar a conocer y obedecer a Cristo en medio de aquellos que no lo conocen ni lo reconocen como Señor, ya sea un viaje corto o largo. Por eso, el campo de la misión hoy está en cada Jurisdicción Eclesiástica y en el resto del planeta y tanto ella como éste, deben ser vistos como posible plataforma de nuestra acción misionera local, nacional e internacional.

NO SOLO TAREA DE ESPECIALISTAS
Cuando en forma valiente y sacrificada los monjes organizaron la acción misionera en los primeros siglos, llegando a levantar una cadena de monasterios que iba desde Siria hasta la India facilitando la llegada a China, la misión de la Iglesia empezó a verse como tarea de especialistas. La idea fue reforzada por la presencia y la acción misionera extraordinaria y necesaria de las nuevas comunidades llamadas mendicantes y luego por la acción admirable de la Compañía de Jesús.

Pero antes de estas apariciones, no era así. La misión en los inicios del cristianismo, esto es, en los tres primeros siglos, era tarea de todo cristiano que desde su trabajo, desde su hogar, desde sus viajes, desde su círculo de amistades, vivía el entusiasmo de propagar el influjo de Cristo.

No era un especialista, era simplemente un bautizado, discípulo del Señor Jesús y enviado por él y por la Iglesia. La juventud de la Iglesia se reflejaba en su ardor misionero que no era frenado ni siquiera por la persecución y el martirio. Bien lo reconocía Tertuliano con su famosa expresión: La sangre de los mártires de los cristianos es semilla. Debemos retornar a esta forma de ser misioneros, sin descuidar el apoyo a los misioneros consagrados para este servicio de por vida.

Hoy estamos llamados a retomar esta juventud misionera sin más títulos para actuarla que nuestra condición de bautizados, confirmados y enviados por la Iglesia.

Estamos llamados a retomar la acción misionera universal como una realidad que está en el corazón de la pastoral y no en la periferia de la misma, a la manera de una arandela sin importancia. Y debemos hacerlo en eficaz colaboración con las Obras Misionales Pontificias, que ocupan un primer puesto en la acción misionera de la Iglesia.

OBJETIVO DE LA ACCIÓN MISIONERA

Cuando la teología empezó a profundizar la tarea misionera en los tiempos modernos, algo que había olvidado por completo durante la edad media, se dio cuenta de que debía fijar unos objetivos muy precisos. Las escuelas de misionología se alternaron para ofrecer estas metas misioneras. Para unos el objetivo único era el primer anuncio del Evangelio, para otros era la implantación de la Iglesia. Al llegar el Vaticano II se esperaba que escogiera uno de estos, pero no procedió así. Los escogió a ambos y además le añadió un tercero como es la promoción de los valores del Reino de Dios.

OBJETIVO DE LA PROMOCIÓN DE LOS VALORES DEL REINO
Este objetivo de la promoción de los valores del Reino abrió un nuevo espacio de amplio respiro a la acción misionera de la Iglesia. En un momento como el presente, en el que los antivalores toman fuerza en personas, sociedades, culturas e instituciones generando ilícitas idolizaciones por un lado y devaluación de la vida ajena por el otro, es necesario enfatizar el sembrar estos valores del Reino proclamados por Jesús con su vida y con su mensaje evangélico, tarea misionera formidable en la que los laicos ocupan hoy el primer lugar.

Precisamente, en el año anterior, la defensa del valor de la vida y de la familia, en la que tantos laicos tomaron parte valientemente, nos hizo impopulares y objeto de muchos ataques. Pero más terrible sería que por callar, todos nos aplaudieran, pues estaríamos siendo infieles al Evangelio de la vida.

Cuando los ataques son consecuencia de nuestras propias faltas, las reconocemos en la medida en que sean objetivas y tomamos las oportunas correcciones y aceptamos la necesidad de purificación.

OBJETIVO DEL PRIMER ANUNCIO
Es urgente promover los valores del Reino de Dios pero no menos urgente es el primer anuncio y dentro del primer anuncio el mensaje que Cristo nos dio con toda su vida: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” Este es el mensaje más olvidado hoy, cuando los medios de comunicación hablan de Dios en términos de filosofía cristiana o de visión religiosa del mundo, pero no de fe y tanto menos de revelación.

Es un Dios sometido a las ventajas de la antropología y reducido a las exigencias de la razón utilitarista que lo acepta no por él mismo sino por la utilidad que tiene en un momento y lugar para el hombre y para la sociedad. Dios es bueno –se piensa- para pacificar las costumbres y promover la benevolencia humana.

OBJETIVO DE LA CONSTRUCCIÓN DE NUEVAS COMUNIDADES
Igualmente, sigue siendo importante la acción de construcción de comunidades cristianas en todos los lugares del orbe. La fe se vive y se expresa comunitariamente. Es necesario que surjan donde no existen las comunidades reconciliadas y reconciliadoras, eucarísticas y marianas, profundamente espirituales y al mismo tiempo sensibles al máximo al desarrollo de los pueblos y a la opción por los pobres.

Invito a todos los católicos de Colombia a acoger con entusiasmo juvenil esta tarea misionera universal, no como un deber impuesto sino como un deseo enorme de dar a conocer a Jesucristo, hasta en los rincones más lejanos de nuestro globo.

Los invito a colaborar para que de los aproximadamente 6.477 millones de seres humanos que hay en el mundo , reciban el influjo de Cristo muchos más y no sólo los 2.136 millones de cristianos actuales entre los que se cuentan los 1.118 millones de la Iglesia Católica y entre estos los 512 millones de latinoamericanos.

LOS OBISPOS, PRIMEROS MISIONEROS
Desde la Conferencia Episcopal, todos los Obispos animamos el compromiso misionero en primer lugar en nosotros mismos que nos hemos reunido en esta Asamblea para hacer una reflexión profunda sobre la acción misionera en Colombia y en la cual invocamos la presencia del Espíritu que sopla donde quiere y es el primer protagonista de la misión.

Deseamos sentir nuevamente el mandato misionero, vibrar con sus exigencias, luchar por sus objetivos y realizar todo esto como Iglesia, en comunión para la misión, todos juntos, Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Laicos, que unidos nos aprestamos a vivir nuestra identidad de discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida.

Al iniciar la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal les deseo a todos los señores Obispos y demás participantes que tengan una maravillosa ocasión de animación misionera que se refleje en sus Jurisdicciones.

Invocamos la presencia del Espíritu Santo en nuestra reflexión y nos acogemos a la maternal guía de María reina de la evangelización.

+ Luis Augusto Castro Quiroga
Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal

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