Teología de la acción centrada en una praxis humana (Parte III)

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Hace casi tres meses terminé un artículo en el cual pretendía llevar a cabo aquello que personalmente entendí como compromiso de gratitud con el Instituto y con mis pacientísimos profesores de la Universidad. A saber, el haber cumplido con la tarea de llevarme a las puertas angostas de la faena apostólica, concretamente referida - la primera misión/destinación, llámela como sea!

Quizás por el lapso de tiempo transcurrido desde el último articulo, valdría la pena retomar donde habíamos quedado, con una síntesis de lo que se pretendía con las tres etapas de desarrollo del articulo que ahora termino.

Se buscó enfatizar el enfoque holístico que propugna por una teología con una seria reflexión sistemática, a partir de la experiencia Cristiana desde un contexto comunitario, tomando conciencia de la realidad circundante, que desemboque en una respuesta espiritual y permita una liberación integral. Esta teología fue y es considerada como mediación, que pasa por la triple responsabilidad: pastoral, teológico- académica y profética con sus matices culturales propios y con consecuencias trasformadoras contextualizadas en lugares definidos. En fin, ésta sería la Teología de la Acción como una acción integralmente liberadora. Marcada por seis palabras consideradas claves: Praxis humana, Acción, Liberación integral, Signos de los tiempos, Memoria y Evangelización. Dicho esto, seguimos a modo de conclusión, nuestro esbozo.


FUNDAMENTACIÓN DEL QUEHACER TEOLÓGICO DE LA ACCIÓN A TRAVÉS DE LA TRIPLE RESPONSABILIDAD.

Se hace esa fundamentación teológica a partir del magisterio y específicamente desde los documentos seleccionados, a saber, Lumen gentium Gaudium et Spes, y Dei Verbum.

a) La Palabra de Dios, criterio fundamental del evangelizador, (DV 2, 21) Para que el teólogo de la acción sea eficaz y se mantenga fiel a su misión evangelizadora, debe ser un hombre de oración, un hombre que se alimenta de la Palabra, la medita y, desde allí, encuentra su fuerza y la razón de compartir su propia experiencia de Dios con el otro. De manera que, dejándose regir por ella, toda su predicación como cristiano y pastor de la comunidad, se nutre de la Sagrada Escritura y se deja iluminar por ella en sus quehaceres.. “para que ninguno resulte predicador vacío y superfluo de la Palabra de Dios, sin escucharla en su propio interior” (DV 25).

La Sagrada Escritura, ha de ser entonces, como el alma de la teología, del ministerio de la Palabra, de la predicación y acompañamiento pastoral, de la catequesis y de toda instrucción cristiana con pretensión evangelizadora (DV 24), ya que el pastor y su comunidad oyen con piedad la Palabra de Dios, la acogen con exactitud y la exponen con fidelidad, y de ella sacan lo que se proponen como verdad revelada por Dios, que se ha de creer y asumir como modo de vida comunitaria.

La importancia de la Sagrada Escritura en el quehacer teológico no es solamente de carácter iluminador al quehacer desde la fe; sino que, más allá de esto, garantiza la íntima unidad y compenetración entre la Escritura y la Tradición, ya que ambas surgen de la misma fuente, el Espíritu Santo.

“…la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin los otros, y que juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación…” (DV 10).

b) La promoción humana1 constituye una de las respuestas a las aspiraciones más profundas y universales de las personas y grupos sociales, sedientos de una vida plena, libre, digna, sirviéndose de las inmensas posibilidades que ofrece el mundo (GS 9). Para la propuesta de la teología de acción, se trata de un modo de “liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente” (GS 13), de tal manera que, luchando contra la esclavitud que le impide al ser humano lograr su propia plenitud, es una manera de abrazar al necesitado y, en él, servir al Señor (LG, 8).

Es decir, cuando se ayude a los necesitados, se busque una promoción integral basada en un humanismo verdadero, que no se queda únicamente en la ayuda económica, sino que busca el crecimiento de las personas desde el interior. La promoción humana como obra evangelizadora se vuelve de esa manera un quehacer participativo, salvífico y liberador, como debe ser y no simplemente asistencialista o paternalista.

Pues, la promoción humana, en el quehacer evangelizador, se fundamenta en el mensaje central de Jesús que es el Reino de Dios y de vida. El Reino de Dios no es sólo un mensaje para la otra vida; sino que además y antes, es un proyecto para la vida actual, en el mundo, que se consumará en la otra2.

He ahí que la misión de la Iglesia mediante el quehacer evangelizador, no puede ser sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a la humanidad; sino también impregnar y perfeccionar las luchas por la justicia y la participación en la liberación integral del ser humano y la transformación del mundo, como elemento constitutivo de la fe (GS 9).

Se puede constatar que, cuando favorecemos la promoción humana, seguimos el propósito evangelizador de Jesús quien, en su proyecto del Reino de Dios, se solidarizó con grupos de personas, necesitadas de salvación. Esto, necesariamente, debe marcar el quehacer teológico de la acción, planteado desde la triple responsabilidad del pastor acompañante del pueblo de Dios, el profeta defensor y promotor de la dignificación de la vida, y el teólogo-pensador y lector hermenéutico de los signos de los tiempos.

El sentido último de la promoción humana entonces, no se agota en su realización terrenal. Sabemos que en términos escatológicos, el plan definitivo de Dios sobre el ser humano, se cumplirá en el más allá de manera que toda la creación de Dios tiende a la plenitud escatológica3 y, por consiguiente toda promoción humana: porque el fin último de todo lo creado es ser nueva creación, nuevos cielos y tierra nueva (Is 67,17). En conclusión, todo quehacer teológico de la acción tiende a este fin escatológico a medida que promueve al ser humano.

c) Mediación profética. El Concilio Vaticano II, a través de los documentos mencionados, hace caer en cuenta sobre la situación mundial tal como está en nuestros tiempos; enfatiza el hecho de que el mundo nos impone una nueva forma de pensar en Dios, una nueva manera de comprender a Jesús y de acercarnos a la Palabra. En definitiva, se trata de una nueva forma de interpretar y explicar la revelación que Dios nos ha comunicado en Jesucristo, el profeta por excelencia (DV 2).

Surge entonces, una invitación al ser profético, para denunciar los males de la sociedad, y al mismo tiempo, anunciar la esperanza de una vida mejor. A acompañar al pueblo de Dios en medio de sus angustias y situaciones injustas; pero también a brindar una verdadera presencia consoladora, un grito de aliento para el bien de los afligidos.

Es precisamente por eso, que la teología no se la puede seguir elaborando, sólo o principalmente, a partir de ideas, verdades absolutas, dogmas de fe, teorías teológicas; sino, que ante todo, a partir de la vida, desde una conciencia viva y clara de la realidad del hombre de hoy. Es decir, la elaboración teológica debe estar coordinada a la vida de los seres humanos, con sus cambios y retos, de hecho, determinada y condicionada en millones de personas, en sus diversas realidades de desigualdad para unos y para otros; amenazas sociales, económicas y culturales; vida carente de la más elemental dignidad en los excluidos de la sociedad.

1.1.Las características correspondientes al ser Pastor, Profeta e Intelectual.

Guiados por dos preguntas fundamentales: ¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? y ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre? (EN 4). Es importante subrayar que, conscientes de las insuficiencias que pueda tener este triple personaje, y dadas las inclinaciones propias, por carismas e intereses particulares, lo ideal es que para proclamar con autoridad al pueblo de Dios la Palabra, para reunirlo en medio de su dispersión, para alimentarlo con los signos de la acción de Cristo que son los sacramentos, para acompañarlo en el camino de la salvación, para mantenerlo en la unidad de los hijos de Dios, para animarlo sin cesar en torno a Cristo siguiendo la línea de la vocación cristiana de cada quien, se requiere la caridad perfecta, el amor profundo por Dios, el pueblo y por la Iglesia, la modestia y la humildad del aprendizaje. El teólogo siempre corre el riesgo de equivocarse, pero gracias a Dios, tiene a alguien que se lo diga….

En base de lo dicho, a continuación sintetizamos la triple responsabilidad en sus correspondientes manifestaciones:

a) Pastor: Desde una fe que ilumina la vida y la practica de la comunidad con la Palabra, el pastor debe ser un personaje acompañante, en medio de las comunidades, cuya presencia inspira este fin, como modelo de convicción y total entrega a la tarea del Reino, con amor. (EN, 43), pues más habla el ser que el hacer...

Es un hombre o mujer de Dios que conmueve la vocación y la espiritualidad misionera, el celo de la oración por las misiones en sus tres niveles: La misión, teología; el cómo hacerla, pastoral y el con qué vivencia o estilo de vida, espiritualidad4.

De modo que a groso modo, ese teólogo de la acción- pastor, se caracteriza bajo esa responsabilidad por la predicación; la catequesis (formación de los discípulos, misioneros -cfr. Aparecida: catequesis, educación, iniciación cristiana encuentro con Cristo); y la mistagogia – explicación del “misterio” (los sacramentos)

b) Profeta: Siendo lector hermenéutico de la realidad y los signos de los tiempos,5el profeta-teólogo de la acción, es aquel hombre o mujer que se siente sobrecargado ante la responsabilidad tremenda de su misión; que siente miedo por la Palabra que tiene que proclamar y también por aquellos a quienes tiene que llevarla. Lee los acontecimientos como materia en la cual el pueblo de Dios discierne los signos de la presencia y de la acción de Dios, lo cual implica fundamentalmente tres obligaciones:

Vigilancia. “hay que estimular en la Iglesia una atención siempre despierta a los signos de los tiempos, y una apertura indefinidamente joven que sepa probarlo todo y quedarse con lo bueno (1Tm 5, 21) en cualquier tiempo y circunstancia”6

Lectura hermenéutica de los acontecimientos. Dar testimonio de la comunicación recibida y, de acuerdo con ella, delatar o impeler, es decir, tomar conciencia clarividente, y a su vez, transmitirla a los demás.

Compromiso. Hacer una invitación masiva a comprometernos a fondo en esas grandes aspiraciones de la humanidad; trabajar incansables por el establecimiento de la justicia, de la paz, de la hermandad. En una palabra, hacer un mundo mejor, transformarlo.

a) Académico: Desde esta perspectiva, el teólogo de la acción hace reflexión crítica, sistemática de la fe, desde la Escritura, de tal manera que se ajusta a lo que decía Michael Schneider, que lo importante, en efecto, no es tanto ser teólogo intelectual, como llegar a ser teólogo/a pertinente a realidades correspondientes7. De manera que este hombre teólogo de la acción, pertinente a las realidades garantiza el nexus y la importancia debida al vínculo antropológico evangelizador, ya que el hombre a quien se dirige el hecho evangelizador no es abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales, económicos, culturales y políticos y por supuesto espiritual.

Este teólogo intelectual de la acción, equipado con la formación teórica, metodológica y hermenéutica de descifrar de manera pertinente, debe contribuir, en medio de su comunidad, a la toma de conciencia de esos vínculos en la evangelización, pues tampoco ese pensador en contexto vital, debe reducir la liberación evangélica al simple y estrecho análisis técnico de las dimensiones económica, política, social o cultural de la realidad del pueblo de Dios, sino abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones,8incluida su apertura al absoluto, que es Dios.

Esta misión que será entonces circunscrito tanto al terreno religioso como a los problemas temporales del hombre, y de esta manera reafirmando la primacía de la vocación espiritual se sintetizaría en tres puntos, a saber, la interpretación interdisciplinaria; la hermenéutica a partir de una reflexión del misterio, de todas las realidades desde el proyecto de Dios; y reflexión y explicación del misterio (la mistagogia).

De este intelectual-teólogo de la acción, por tener seriamente en cuenta el contexto vital, afirmaríamos con Gutiérrez, que lo que viene después es una teología, no el teólogo. De manera que en este contexto y sentido, el teólogo es un intelectual orgánico, orgánicamente ligado al proyecto popular de liberación integral, a las comunidades cristianas que viven su fe habiendo hecho suyo su proyecto.9

Es evidente entonces, que esa triple responsabilidad, tiene en cuenta la renovación de la humanidad, el testimonio, el anuncio explícito de la Palabra, la adhesión del corazón, el contacto vital con las comunidades correspondientes, la acogida de los signos, e iniciativas de apostolado hacia a una formación participativa. Esto nos lleva a concluir que, para la teología de la acción, hablar de un primer, segundo y luego el tercer acto, no es sólo cuestión de metodología teológica, sino una criteriología y un asunto de estilo de vida como deja entre ver.

El teólogo de la acción, su ser y hacer”- propuesta

Se pretende dejar claro el modelo del teólogo de la acción, y cuanto encaja en su quehacer teológico: la comunidad, el contexto donde se realiza este quehacer, marcado por los hechos y acontecimientos históricos diarios, como también los retos y desafíos que quedaron revelados en la ubicación del contexto.

También, aunque implícitamente, la importancia del diálogo interdisciplinar para el acercamiento a los contextos pastorales ha quedado insinuado, de tal modo que se cree que con eso esta suficientemente sustentado la necesidad de ello como componente imprescindible en la tarea del teólogo de la acción.

Teniendo en cuenta lo que simbolizamos como las dos columnas primordiales e innegables del planteamiento de la teología de la acción en cualquier contexto dado, a saber, la Palabra y la promoción humana. Las cuales incluyen la esencia de la evangelización como: el anuncio del reino de Dios, el anuncio de la salvación liberadora, los sacrificios que la evangelización implica para el misionero, la predicación anunciadora –explícita e infatigable–, la formación y promoción de una comunidad evangelizada y evangelizadora, la importancia primordial del testimonio, la adhesión vital y comunitaria10.

Se hace hincapié en el hecho de que la mayor divergencia a la hora de determinar la identidad, vocación y misión del teólogo puede encontrarse en el punto de partida, es decir, dónde se sitúa y dónde parte la reflexión teológica y el propio teólogo. En nuestro caso, se ha partido desde la verdad y libertad de todo hombre –ya que nuestra referencia teológica, como fuente constitutiva, está dada por el magisterio. Éste, de cierto modo, ha condicionado incluso el estatuto epistemológico de nuestra teología.

Eso nos lleva a precisar el teólogo, en una definición más escueta, es un creyente inmerso en la comunidad, al servicio de la Iglesia; es un hombre o mujer de fe; científico y eclesial, y a la par, un hábil dialogante y presentador del mensaje a los hombres de su tiempo; en fin, es un puente entre la comunidad creyente y la sociedad en general, incluida su cultura.

De modo que se puede decir que el teólogo, en cuanto creyente insertado en la Iglesia y en su misión, realiza su quehacer en dos momentos: –contemplación y acción (vida y misión). Este se manifiesta en dos formas a la vez:
El momento hermenéutico, o de urgencia por hacer descubrir a todo hombre su verdad total e integral, aspecto antropológico fundamental de la teología.

El momento antropológico, la relación teología- teólogo: cuando el teólogo es un hombre de diálogo con su tiempo, de manera que se abre paso en la triple línea de compañía lúcida, memoria creativa y profecía atrevida, señaladas por Bruno Forte11.

A raíz de lo dicho, podemos sintetizar, con santo Tomás, que el teólogo, es aquel que reflexiona acerca de los misterios y de todas las realidades, desde el proyecto de Dios, de tal manera que, inmerso en el mundo, fiel a la Iglesia y su misión, vibra con la mistagogía, motivado por la fides quaerens intellectum, y comparte su ser profético, pastoral e intelectual, con miras a una liberación integral con el propósito del Reino. Es más, desde su humildad y modestia intelectual, el teólogo vive su responsabilidad cristiana desde el pasado, en el presente, hacia el futuro salvífico.

El amor que el teólogo nutre en si, por su Iglesia y la misión, entonces, resulta ser el fundamento de su praxis como cristiano, de su presencia activa en la historia. Pues, para la biblia la fe es la respuesta total del hombre a Dios que salva por amor. En esta perspectiva, la inteligencia de la fe aparece como la inteligencia no de la simple afirmación y casi recitación de verdades, sino de un compromiso, de una actitud global, de una postura ante la vida12

Dicho esto, nuestro modelo del teólogo de la accion, es aquel hombre o mujer, motivado por la fides quaerens intellectum, y comparte su ser profético, pastoral e intelectual, con miras a una liberación integral con el propósito del Reino, emprende su quehacer teológico desde la acción, y así, logra hacer de ésta una fides praxim ecclesiae in societate illuminans et dirigens13, y como discípulo, está a la escucha de la Palabra, para encarnarla y dejarse experimentar el fides verbo vitam iluminans.

En fin, el teólogo de la acción debe ser un hombre o una mujer de todo terreno, que tiene una fidelidad a toda prueba al proyecto de vida de Dios, y anunciarlo con toda valentía. Debe ser un hombre de Dios por excelencia, que invoca constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo, y se deja guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, y de sus quehaceres teológicos de la acción integralmente liberadores (EN, 75).

De manera que recalcando la triple responsabilidad, podemos sintetizar el ser y hacer del teologo de la acción a partir de su ser pastor, profeta e intelectual de la siguiente manera:

Como se dijo, en principio, ser pastor, según el marco de la propuesta de la teología de la acción, contempla una vida de testimonio y la catequesis formativa y mistagógica para volver vida lo aprendido e interiorizado.

Dado el contexto optado para la investigación teológica, Ser profeta trata de hacer una lectura, según la fe cristiana, el sentir auténticamente religioso de las culturas de los pueblos y el análisis socio-cultural de la realidad que se está viviendo. Es una hermenéutica que parte de la experiencia cristiana, contrastada y puesta de relieve a la luz de la Sagrada Escritura y la Tradición más auténtica de la vida de la Iglesia.

Se ha hecho más hincapié en este rol profético en comparación con los otros dos roles de pastor e intelectual, porque se percibió que el contexto escogido (El vicariato apostólico de San Vicente del Caguan) lo requiere más. Esto no implica, sin embargo, una minusvaloración de la necesidad de involucración del teólogo de la acción a profundidad, en el Caguán, con todos sus otros roles.

Sin embargo, para los mismos fines, en contextos distintos o variados, cabe notar, que esta confrontación y contraste proféticos irán apareciendo, a través del discernimiento, y diversas preguntas: ¿Qué nos pide el Señor? ¿cuáles son sus interpelaciones en este momento de la historia? ¿a qué cambio personal y social nos invita? ¿qué ídolos debemos cuestionar y destronar? ¿qué tareas debemos emprender?, etc.

Ser intelectual destaca la relevancia de la interdisciplinariedad: Para hacer lectura en profundidad o análisis crítico, debemos valernos de todas aquellas mediaciones hermenéuticas que nos permitan ir más allá de las simples apariencias que nos conducirían a apreciaciones subjetivas, para llegar a las causas históricas y estructurales que aporten comprensión auténtica. Estas mediaciones son, en primer lugar, las ciencias histórico-sociales críticas, para comprender las sociedades y su historia, las ciencias antropológicas, para estudiar sus culturas, y en general todas las ciencias que favorezcan la comprensión del actuar humano y de los fenómenos sociales.

Cabe notar que el ser intelectual, implica el empeño hermenéutico del teólogo de la acción para descifrar los hechos transmitidos por la colectividad y que son relevantes ajuicio de la misma comunidad. De esta manera, por medio de la memoria se acerca a la realidad descrita.

En fin, el tejido de la memoria permite ir leyendo los signos de los tiempos. Entonces, se descubren elementos que facilitan la escucha de los clamores de los pueblos; se pueden vislumbrar los antecedentes y las consecuencias; de dónde venimos, qué ha pasado, hacia dónde vamos. Ésta es una manera de valorar la tradición característica cristiana. La memoria es, en fin, un requisito para la recuperación y acercamiento al cómo somos y por qué somos así.

Ahora, el teólogo de la acción no se queda en este conocimiento teórico de su campo misional (memoria construida o reconstruida), da otro paso: ausculta y discierne en oración fervorosa e interpreta, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces - varias loquelas nostri temporis, de la realidad de su entorno misional (GS, 44); las valora a la luz de la Palabra Divina. Así, las logrará percibir, entender, expresar y comprometerse en la práctica en forma cada vez más adecuada.

Queda comprometido el teólogo de la accion así, junto con la comunidad, en la acción/praxis liberadora, manifestándola en hechos concretos de predicación de la Palabra y promoción humana cuyas manifestaciones conctretas son: el anuncio profetico, el servicio solidario – diakonia, la comunión fraternal – koinonia y la celebración liturgica.

Ahora bien, a menara propositiva se destaca algunos criterios que se ha planteado como orientadores para una praxis de la teología de la acción en un dado contexto vital. Pues se advierte que vale la pena aclarar con énfasis, que la praxis propuesta no descarta del todo cuanto se pudo haber hecho en un lugar definido en donde se la quisiese aplicar un teólogo de la acción. No se trata ni se aconseja hacer “borrón y cuenta nueva”. Siempre es y será urgente rescatar el procedimiento propuesto por la teología de la acción en cuanto contribuya a vigorizar la evangelización en el lugar dado.

Eso dicho, a continuación se destaca, de manera sintética, los criterios que deben regir en principio, la evangelización, la acción teológica. Son tres grupos de criterios que, se cree han de operar el quehacer teológico de la acción en un contexto definido. Claro que se debe nutrir la convicción de que el anuncio e instauración del Reino sólo es realizable a partir de la unión con Cristo, de la espiritualidad de aquel que sabe abandonarse a la voluntad del Espíritu. Se trata de una teología contextual, hecha de rodillas....

i)Criterios que brotan de la continuidad de la misión de Cristo.

Criterio teándrico: en la acción pastoral evangelizadora, se debe asegurar la sana mezcla de la acción divina y la acción humana, análogamente al modo como la naturaleza humana y la divina se han unido en Cristo, en una unión personal.

Criterio sacramental. La estructura sacramental de la Iglesia está en relación análoga al Verbo encarnado, entonces la administración de los sacramentos no debe ser imbuida de convencionalidad, sino de verdadera eficacia mistagógica, mediante una preparación y celebración adecuadas.

Criterio de conversión. El hombre conserva íntegra su libertad y su responsabilidad en la acción pastoral y, no exento de pecado, puede llegar incluso a velar más que a revelar a Dios, si su actuar no es coherente. El testimonio de vida no es una exigencia simplemente exterior, sino que brota de la convicción interior, de la intencionalidad propia –que, de todas maneras, no escapa a la constatación del pueblo.

i)Criterios que brotan del ‘camino hacia el Reino’

Criterio de historicidad. Dios, en Cristo, se presentó en la tierra como ser histórico temporal; también la Iglesia se presenta de esa forma al mundo. Por tanto, la historia –la memoria– juega un papel importante en la teología, para escudriñar la manifestación reveladora de Dios en su pueblo.

Criterio de apertura a los signos de los tiempos. Para que la Iglesia cumpla su misión, es necesario que escrute los signos de los tiempos, y que, a la vez, conozca el mundo y su acontecer. Queda, como tarea de todo evangelizador, valorar y llevar a su cumplimiento esta aspiración profética, comenzando con las Iglesias locales. Y con prudencia, no se ha de tener miedo a innovar. Por las equivocaciones de los mayores hemos sabido mejorar…

Criterio de universalidad. La universalidad de la salvación es imperativa. Es criterio de acción de una Iglesia que, gracias al Espíritu del Resucitado, interioriza, actualiza y universaliza el misterio de Cristo como oferta para todos los hombres.

i)Criterios que brotan de la presencia y misión en el mundo.

Criterio del diálogo. Respetando las diferentes cosmovisiones y permitiendo convergencia, en una historia compartida, de manera que fomente la interculturalidad, la interreligiosidad, y el ecumenismo (cf. Aparecida 56 y 95), el evangelizador se hace padre, amigo y hermano, siempre abierto. Se caracteriza por la apertura interior, sin reserva, y por la tolerancia, en medio de los desafíos implicados en el encuentro con el otro.   

Criterio de encarnación. Para que el mensaje de Jesús y su misión puedan entrar en contacto dialogal con el mundo es necesario que se encarne, en las dimensiones culturales propias.

Criterio de misión. “Gracias al Espíritu del Resucitado […] la misión del Hijo es continuada en la Iglesia y por la Iglesia.”14 Él es, justamente, la razón última y, a la vez, el principio motor de todo el impulso misionero de la Iglesia. 

CONCLUSIÓN

Después de esta seria reflexión teológica y propositiva de la Teología de la Acción, haciendo énfasis en su carácter holístico que propugna por una liberación integral y que a su vez pasa por la triple responsabilidad, se puede afirmar lo siguiente a manera conclusiva.

La Teología de la Acción, como disciplina, presupone no sólo una determinada ubicación social, histórica y cultural, sino también una actitud práctica que intente generar una ruptura con el contexto vigente y un apasionado amor por la vida digna y gratificante, como posibilidad real para todos y para la creación entera. Todo eso irá acompañado por un pensamiento y desarrollo a partir de una buena dosis de la mística y la ascética.

La reflexión teológica parte de una profunda experiencia de Dios. Solamente en la experiencia de la fe es posible llegar a una reflexión teológica capaz de influir en la realidad sobre la que se reflexiona. Y toda reflexión teológica debe estar inspirada en la Palabra revelada que nos ayuda a comprender la voluntad de Dios y su deseo para este mundo; un Dios que ha entrado en nuestra historia y desde ella se nos revela e interpela. De modo que la teología es un acto de fe.

Dicho en otras palabras, es un teologizar, según la perspectiva de la Teología de la Acción, como el ser y hacer orientado al propósito salvífico para la humanidad; como una vida testimonial basada en la continua búsqueda de la voluntad de Dios, de una mayor y más clara captación de este Dios que se revela en la historia y en la comunidad. Es un hacer que parte de la auto-experiencia consciente en cada individuo, que conforma la comunidad y contribuye a su transformación.

La opción transformadora del teólogo de la acción debe ser consciente de los elementos fundamentales de la teología, en términos de fuentes constitutivas, sin descuidar los principios de la mediación hermenéutica, ya que Toda la teología cristiana es, consciente o inconscientemente, una teología de mediación porque trata de acomodar el mensaje cristiano recibido al horizonte de comprensión actual de los hombres. La mediación entre la tradición cristiana y la cultura de la actualidad es la tarea más importante, sin duda alguna, de la teología. Sin una referencia viva a las necesidades y problemas de los hombres de hoy, la teología cristiana resulta estéril e irrelevante. Pero, sin relación a la tradición cristiana, la teología se vuelve oportunista y acrítica15.

Por el procedimiento metodológico propuesto en el quehacer teológico de la acción, es evidente que ella bebe de la misma fuente de una teología de liberación. Destaca su sentido universal en el hecho de que implica una actitud integradora y una práctica inserta en la realidad, para generar una ruptura con el contexto vigente en el cual se busca dicha transformación liberadora. De manera que, sin lugar a dudas, la Teología de la Acción, como es teología de liberación, está atravesada por un apasionado amor por la vida digna y gratificante como posibilidad real para todos y todas en vista anticipatoria del Reino de Dios y sus valores correspondientes.

Entonces pues, no habría una mejor forma de concluir este articulo sino afirmando que, nutrir la convicción de que el anuncio e instauración del Reino sólo es realizable a partir de la unión con Cristo, de la espiritualidad de aquel que sabe abandonarse a la voluntad del Espíritu; es un imperativo. Se trata de una teología contextual, hecha de rodillas....

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