LA INTERCULTURALIDAD Y LA SOLIDARIDAD DESAFIOS DE LA MISIÓN

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  1. Una panorámica de la situación actual.

 Abrimos una ventana hacia el vasto horizonte de los temas de la interculturalidad, la solidaridad y la misión.

 

La sociedad globalizada en la que vivimos, con las facilidades de transporte y comunicaciones, nos ha llevado a la situación ya anunciada por la Gaudium et Spes n. 23 a la “multiplicación de las relaciones mutuas entre los hombres”. El texto de Benedicto XVI sobre El desarrollo humano integral en la Caridad y en la Verdad constata una “sociedad cada vez más globalizada(1), como si se estuviera produciendo un “estallido de la interdependencia planetaria”. Los crecientes desplazamientos de personas por todo el planeta: flujos de personas forzadas a nuevas maneras de vida por la urgencia apremiante de sobrevivir, esquivar la hambruna, huir de la guerra o de la persecución política, desplazamientos por necesidades de trabajo, por conocimiento de otras culturas y gentes, por motivos de investigación o sencillamente por turismo nos ha llevado a una humanidad cada vez más interrelacionada. Las migraciones no constituyen un reto más entre otros retos, sino que “tienen un efecto decisivo para el bien presente y futuro de la humanidad” (2).

 

El Primer Ministro David Cameron en su discurso del 5 de febrero de 2011 en la Conferencia de Munich sobre la Seguridad (3) señala los peligros que se derivan de posibles errores en las políticas sociales como consecuencia de la doctrina del multiculturalismo de estado que ha favorecido el aislamiento de los diversos grupos culturales sin una integración efectiva en sus nuevos contextos sociales y que favorece el antagonismo entre los diversos grupos culturales entre sí y con la sociedad que los acoge.

 

Aunque la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948 se ha convertido en un elemento legitimador de las políticas y acciones estatales e internacionales, todavía en más de tres cuartas partes del mundo los derechos humanos siguen siendo violados o no reconocidos. Existe una vinculación estrecha entre pobreza y desigualdad y las violaciones de los derechos humanos (4). Juan Pablo II hablaba en 1987 sobre el tema de los imperialismos explotadores en la Sollicitudo rei socialis que conmemoraba el 20 aniversario de la Populorum Progressio. El Banco Mundial estima que en 1998 de los 5,820 millones de seres humanos, 1,214 millones vivían por debajo de la línea internacional de pobreza, establecida en 32.74 dólares al mes o 1.08 dólares al día. En septiembre de 2000 se firmaron en la ONU los llamados “Objetivos del Milenio”, el objetivo primero se formula así: “erradicar la pobreza extrema y el hambre”. El informe de la FAO de octubre de 2010 nos habla de una población de 6,800 millones de personas de los cuales 925 millones se encuentran mal nutridos y si se mantiene el baremo de los que viven con menos de 1 dólar al día se llegaría a 1,372 millones de seres humanos.

 

Thomas Pogge en su libro “La pobreza en el mundo y los derechos humanos” nos dice: “…la historia de los fracasos de la ayuda al desarrollo ilustra como no se puede erradicar la pobreza global “inyectando dinero al problema”… la mayor parte de esa ayuda no tiene como objetivo promover el desarrollonuestros políticos la destinan a aquellos capaces de reciprocidad” (5). Otros autores como la economista Dambisa Moyo han denunciado las ayudas del Banco Mundial y otros gobiernos a los gobiernos africanos por empeorar la situación económica y política, crear dependencia, alimentar la corrupción y frenar el emprendimiento y la innovación (6). Estas críticas se refieren de modo particular a los estados, pero tampoco las ayudas dirigidas a emergencias quedan completamente fuera de esta reflexión, como en el caso de la reconstrucción en Haití después del terremoto, o los proyectos de ayuda a través de las ONGs, que no analizan suficientemente las causas del subdesarrollo y la pobreza, y el impacto a largo plazo de sus proyectos de desarrollo.

 

La instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española “Actualidad de la misión ad gentes en España” nos dice en el n. 42: “El proceso de globalización, el largo e intenso proceso de secularización, de nuestra sociedad, las nuevas tecnologías de la comunicación, las oleadas de inmigración y de emigración han suscitado un proceso histórico en el que se han desplazado las fronteras de la misión ad gentes en su comprensión tradicional. En consecuencia, los pueblos y las culturas se mezclan y la misión ad gentes ya no está solamente más allá de nuestras fronteras. ‘Nuevas situaciones relacionadas con el fenómeno de la movilidad humana exigen de los cristianos un auténtico espíritu misionero’ (Redemptoris Missio, 82)” (7) y en el n. 43: “En diferentes partes de Europa… hay ámbitos sociales y culturales suficientemente amplios como para que en ellos sea necesaria una auténtica misión ad gentes. (Cf. Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, 46). A ello hay que añadir la presencia de miembros de otras religiones en nuestro continente. Todo obliga a tomar conciencia de que la misión ad extra, tal como se entendía anteriormente, debe ser conjugada y articulada con esta urgencia que algunos denominan misión ad intra” (8).

 

A estas nuevas exigencias de la misión se añaden también algunos interrogantes a nivel teológico, de los que se hace eco Juan Pablo II en su Carta Encíclica Redemptoris Missio: “No obstante, debido también a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se preguntan: ¿es válida aún la misión entre los no cristianos? ¿No ha sido sustituida por el diálogo interreligioso? ¿No es un objetivo suficiente la promoción humana? El respeto de la conciencia y de la libertad, ¿no excluye toda propuesta de conversión? ¿No puede uno salvarse en cualquier religión? ¿Para qué entonces la misión? (Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, 4)” (9).

 

El Documento de Reflexión de la Comisión Episcopal de Pastoral Social “La Iglesia y los Pobres” se hace algunas preguntas: “¿Qué imagen daríamos de Dios si los cristianos calláramos ante la injusta situación de tantos millones de hombres en el mundo? ¿No facilitaríamos así, como dijo el Concilio, el ateismo de tantos hombres de buena voluntad, que no pueden comprender un Dios que permite que algunos derrochen mientras otros mueren de hambre?” (10).

 

 

  1. La interculturalidad o el encuentro de las culturas.

 

 

El concepto de cultura es un instrumento de análisis social que la Iglesia ha adoptado en sus documentos llegando progresivamente a reformular su propia comprensión. El n. 53 de la Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo actual “Gaudium et Spes” se hace eco de dos definiciones de cultura una más en línea con los debates surgidos en Europa desde la Ilustración y otra más de acuerdo con el pluralismo cultural recalcado por los antropólogos. Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi (1975) va a optar claramente por el concepto antropológico del pluralismo de las culturas. Benedicto XVI en la Carta Encíclica “Caritas in Veritate” n. 26 nos va a hablar del “diálogo intercultural” y en el n. 59 del “encuentro cultural”.

 

El concepto de interculturalidad o encuentro entre culturas lo propone el Cardenal Ratzinger, en 1993, en una conferencia pronunciada en Hong Kong y dirigida a los Presidentes de las Conferencias Episcopales de Asia (11). En esta conferencia se subrayan las siguientes ideas:

 

  • El individuo se va trascendiendo a sí mismo en el interior de una cultura. La sociedad camina hacia un futuro y por lo tanto la cultura está en relación con la historia.

 

  • La historicidad de una cultura significa que tiene la habilidad para progresar y por lo tanto la habilidad de apertura hacia una transformación a través de un encuentro.

 

  • Una cultura evidencia lo que hay de más valioso en ella a través de una “esencial apertura” desde sus posibilidades internas, hacia otras formas de cultura que podrían enriquecer su potencial propio o que podrían abrirla hacia posibilidades de desarrollo aún más ricas e insospechadas.

 

  • Cualquier cosa que en una cultura excluya esta apertura y este intercambio señala lo que es deficiente en esta cultura, pues la exclusión del otro (o de lo diferente) es contraria a la naturaleza humana (del hombre que es ser-en-relación).

 

  • El signo de una cultura superior es su apertura su capacidad de dar y recibir, su poder de desarrollarse, de permitirse a sí misma su purificación y tornarse más conforme a la verdad y al hombre.

 

  • Existe un “fondo de verdad” y “anhelo de unidad” que se revelan como el corazón interno de todas y cada una de las culturas. Este “fondo de verdad” y “anhelo de unidad” son propios de toda cultura porque en “la base” de cada cultura está el ser humano que, en cuanto ser humano, comparte una misma naturaleza con aquellos semejantes suyos que se encuentran en “la base” de sus respectivas culturas.

 

  • Todas las culturas son universales en potencia y están abiertas unas a otras, la interculturalidad puede conducir a un florecimiento entre las culturas.

 

Un concepto de cultura dinámico, abierto y capaz de conducir a un florecimiento en el progresivo encuentro de las culturas. Este concepto se corresponde con la universalidad del Reino de Dios que Jesús proclama y del cual él mismo se constituye en figura y centro. La universalidad es el rasgo esencial que identifica al verdadero Dios que se ha revelado en Jesucristo y está en el corazón del acontecimiento de Jesús: el Crucificado es el Hijo de Dios que muere por todos, y el Resucitado es el Señor del mundo que conduce a todo hombre creado a imagen de Dios, a la comunión con Él y a la unidad de toda la humanidad.

 

El acontecimiento de Jesús nos revela la verdad del hombre en relación con su creador. La acogida de Jesús supera toda diferencia entre los hombres y derriba las barreras que marginan. En el diálogo con la samaritana (Jn 4,1-42), la apertura hacia la mujer cananea (Mt 15,21-28; Mc 7,24-30), el encuentro con el centurión romano (Lc 7,1-10; Mt 8,5-13; Jn 4,46-54) Jesús manifiesta los rasgos de su propia cultura pero los trasciende y crea una realidad nueva en la que se hace presente el reinado, la gloria, el esplendor de Dios.

 

Jesús en la última cena se “levanta de la mesa” (Jn 13,4) y en el gesto del lavatorio de los pies a los discípulos nos muestra la necesidad de salir de nosotros mismo, de nuestras seguridades, de nuestros círculos reducidos para abrirnos y darnos a los demás. Jesús nos manifiesta la misericordia y el perdón como signos distintivos del amor de Dios que es Padre y sabe celebrar, sentarse a la mesa, y comer con los “pecadores”, aceptando su hospitalidad (Mc 2,15; Mt 9,10; Lc 5,29).

 

Las respuestas de nuestras sociedades a la diversidad cultural oscilan entre las autoritariamente monoculturales y las de no intervención cultural, o se impone la cultura dominante por creer que ésta tiene el monopolio en su territorio, o se deja a cada grupo seguir su propio dinamismo con tal de que respete las mínimas normas sociales y no moleste a los demás grupos. La nueva visión de la interculturalidad nos abre a otros criterios que orientan el pluralismo cultural:

 

  • La necesidad de reconocer el peso real de las diferencias interculturales. La naturaleza humana exige la cultura (12), “sin este enraizamiento en un humus definido, la persona correría el riesgos de verse expuesta… a un exceso de estímulos contrastantes que no ayudarían a su desarrollo sereno y equilibrado” (13).

 

  • Para prever los efectos de la anomia cultural se necesita una atención particular a las “agresiones culturales” que tienden a minimizar la importancia del patrimonio ético constitutivo de la dignidad de cada persona. Sobre todo si esa “agresión cultural” se considera causada por las autoridades sociales (14).

 

  • Evolucionar hacia una situación estructuralmente abierta a la conveniencia de que los miembros de las distintas culturas pudieran proceder en los espacios públicos con arreglo a sus formas compartidas de auto-expresión y auto-realización sin las cuales carecería para ellos de valor o sentido la convivencia social. Ello debería reflejarse en los marcos legales y en las políticas que regulan la interacción (15).

 

  • La libertad de adscripción a líneas culturales distintas, o sea dejar a los individuos la posibilidad de atenerse a las concepciones culturales que prefieran. Ello implica la necesidad de concebir nuevas formas de cohesión social creadas desde la interacción de los individuos de distintas culturas, con arreglo a marcos jurídicos que, sin dar por definida de antemano la figura de la unidad social deseable, velaran por un desarrollo cooperativo de esa interacción intercultural (16).

 

  • Aceptar otras culturas no sólo enriquece nuestra cultura de origen, sino que nos transforma a nosotros mismos. La acogida intercultural requiere de sus protagonistas un auténtico cambio y un enriquecimiento al contacto con otras culturas. Las migraciones deben verse como una oportunidad magnífica de realización humana y religiosa. “Dios ha puesto en cada pueblo y en cada cultura la semilla de la civilización del amor” (17).

 

El cristianismo trasciende toda cultura (18), y no se identifica con ninguna cultura en particular, sino que está llamado a vivificar las culturas (19). Nos dice Juan Pablo II: “La síntesis entre la fe y cultura no es sólo una exigencia de la cultura sino de la fe. Una fe que no llega a convertirse en cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada y no fielmente vivida” (20).

 

La pluralidad de culturas vista desde la teología de la Iglesia como Pueblo de Dios (Lumen Gentium 13 y 17), como comunión de Iglesias Particulares, en las cuales se hace presente la Iglesia Universal (Evangelii Nuntiandi 62 y 63) nos lleva a una intercomunicación constante entre las iglesias en donde las comunidades cristianas cobran un relieve particular. La persona en una comunidad guiada por el Espíritu sigue siendo el instrumento fundamental para el cambio de las estructuras culturales y religiosas. El mismo Nuevo Testamento es el fruto del diálogo entre el Evangelio y las diversas comunidades que lo escucharon y respondieron a él durante el primer siglo después de Cristo, la tradición cristiana es una sucesión de diálogos con las diversas comunidades a lo largo de la historia. Las comunidades cristianas se convierten en el mejor escenario para el diálogo en la vida ordinaria, el encuentro entre pueblos diversos, y la transformación de la sociedad.

 

Orientaciones para una pastoral intercultural:

 

  • Dar a conocer en nuestra pastoral ordinaria la pluralidad cultural que existe a nuestro alrededor, reconociendo las diferencias, con un espíritu de acogida y aprecio hacia lo diverso, como riqueza de la comunidad humana y como posibilidad para un enriquecimiento mutuo.

 

  • Comunicar la vitalidad del mensaje cristiano y de las iglesias jóvenes en otros continentes.

 

  • Favorecer la acogida, la aceptación y la integración de los grupos culturales diversos en las comunidades parroquiales.

 

  • Crear espacios para compartir nuestra propia historia particular y nuestra vivencia cristiana según nuestras características personales y culturales.

 

  • Apertura en nuestras iglesias para celebraciones especiales periódicas u ocasionales con un matiz cultural diverso, preparadas por un determinado grupo cultural pero abiertas a todos aquellos interesados en participar.

 

  • Participar activamente en las ONGs u otros grupos sociales comprometidos en la tarea de acogida, respeto de los derechos de toda persona, y mejora de las relaciones interculturales y religiosas.

 

 

  1. La Solidaridad. Más cercanos y más hermanos.

 

 

La caridad es el criterio supremo y universal de toda la ética social (ICor 12,31). La solidaridad se fundamenta en la dignidad de la persona humana y en su dimensión comunitaria. Cada persona es responsable del bien de los otros. La solidaridad se vive a través de la caridad vivida personal y comunitariamente. En el Magisterio de la Iglesia el término “solidaridad” expresa “la exigencia de reconocer en el conjunto de los vínculos que unen a los hombres y a los grupos sociales entre si, el espacio ofrecido a la libertad humana para ocuparse del crecimiento común, compartido por todos” (21). También los nuevos conocimientos técnicos y científicos deben ponerse al servicio de las necesidades primarias del hombre, para que pueda aumentarse gradualmente el patrimonio común de la humanidad.

 

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos dice que “la opción preferencial por los pobres… este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor” (22) y continua “los pobres quedan confiados a nosotros y en base de esta responsabilidad seremos juzgados al final (cf. Mt 25,31-46)” (23). “El amor de la Iglesia a los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa… la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del problema de la pobreza… ‘no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia” (Conc. Vaticano II. Decr. Apostolicam actuositatem, 8: AAS 58 (1966) 845; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2446)” (24).

 

El Papa Benedicto XVI en el discurso pronunciado el 3 de mayo en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales reflexiona sobre la naturaleza de la subsidiariedad y de la solidaridad y nos recuerda que el propósito final de estos principios no es ni la eficacia ni la igualdad, sino más bien “situar los hombres y las mujeres en el camino que conduce al descubrimiento de su destino último y sobrenatural”, ni la solidaridad ni la subsidiariedad tienen un sentido puramente “horizontal” (es decir terrenal), sino también un sentido “vertical” (es decir, trascendental). La solidaridad últimamente es ayudar a otros a descubrir la vida en toda su plenitud, algo que sólo se puede conseguir completamente a través de la vida en Cristo (25).

 

Jesús de Nazaret es el Hombre nuevo, solidario con la humanidad hasta la “muerte de cruz” (Flp 2,8). Jesús de Nazaret hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el nexo entre solidaridad y caridad, iluminando su significado (26). La misión de Jesús ha revelado una solidaridad real con los más pobres, ha luchado contra la injusticia, la hipocresía, los abusos de poder, el afán de lucro de los ricos, indiferentes a los sufrimientos de los pobres.

 

Jesús afirma y proclama una esencial igualdad en dignidad entre todos los seres humanos, hombres y mujeres, cualquiera que sea su etnia, nación o raza, cultura, pertenencia política o condición social… una concepción del hombre entendido como un ser social… De la fundamental igualdad en dignidad entre todos los hombres y de su intrínseca natural sociabilidad nace necesariamente la exigencia de que las relaciones en la vida social se establezcan según criterios de una eficiente y humana solidaridad, esto es, según criterios de justicia, vivificada e integrada por el amor” (27).

 

Cristo vino para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37) y esa es también la tarea de la Iglesia. Como nos dice Benedicto XVI en la Carta Encíclica Caritas in Veritate n. 1 “Jesucristo se ha hecho testigo de la caridad en la verdad con su vida terrenal”…”Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6)”. Desde la fe la dignidad humana es fortalecida. Cada ser humano es querido por sí mismo por Dios y llamado a unirse con Él por el amor y con la perspectiva de la vida eterna, y eso le da una altísima dignidad, la caridad lleva a ver la imagen de Dios en los demás, como nos dice la Caritas in Veritate n. 11. “El Evangelio es un elemento fundamental de desarrollo” (28).

 

Desde estos principios básicos podremos elaborar algunas pautas que nos ayuden a orientar nuestra tarea solidaria de una manera más efectiva y a continuar nuestra reflexión sobre las acuciantes realidades que nos presenta nuestro mundo:

 

  1. Partimos de los pobres, de su sufrimiento callado, a veces angustiado y fatalista, a veces esperanzador, realista y creativo. Debemos escuchar su dolor, su desesperación, para ayudarles a levantarse, a tomar confianza en sus posibilidades, a creer en ellos mismos y ser los protagonistas de su propio desarrollo. Ellos deben marcar las prioridades, los tiempos y el ritmo de sus proyectos. El experto debe mostrar sus cualidades y sus conocimientos en primer lugar, en la escucha, el respeto, en la cercanía, en la propuesta, y no en la imposición de sus conocimientos.

 

  1. Un nuevo pensamiento humanista es una necesidad urgente, como nos lo propone Benedicto XVI, el desarrollo necesita un pensamiento humanista que reconozca la igualdad entre los hombres y establezca las bases de una convivencia cívica entre ellos, pero sobre todo requiere la fraternidad que nace de una vocación trascendente (29). Dada la urgencia de las situaciones que vive la humanidad a este pensamiento humanista deben contribuir también los diversos estamentos educativos de la sociedad, las ciencias, los medios de comunicación, en una labor de colaboración y diálogo. Con el objetivo de presentar a la sociedad valores solidarios y pedir un cambio de actitudes y comportamientos en conformidad con un mundo más justo y humano.

 

  1. Una atención particular hacia los nuevos principios de gratuidad y don que nos presenta Benedicto XVI (30). Es necesario reconocer que la realidad se basa en tres instancias: el mercado, el Estado, y la sociedad civil. A la lógica conmutativa del mercado, y a la distributiva del Estado, debe sumarse la lógica de la gratuidad y de la solidaridad que surge en el ámbito de la sociedad civil. El límite inherente a toda acción humana, con sus efectos colaterales, hace imprescindible una dinámica correctiva a partir de la gratuidad y de la solidaridad. “Sin gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia” (31).

 

  1. Dentro de la responsabilidad de proteger a los más débiles e indefensos la ¡reforma de la Organización de las Naciones Unidas! es una petición constante en los recientes documentos sociales de la Iglesia. Francisco Vitoria avalaba las intervenciones en territorio ajeno amparándose tanto en el principio de “amistad y sociedad humanas” como en el que permite la intervención en caso de demostrarse la tiranía de los señores bárbaros” (32). Pío XII en el Radiomensaje de Nochebuena en 1944 pide “la formación de un órgano para el mantenimiento de la paz”. La Gaudium et Spes n. 82 propone la conveniencia de contar con una autoridad pública universal reconocida por todos con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. La Pacem in Terris n. 7 indica que la “constitución de una comunidad mundial de todos los pueblos… es una exigencia urgente del bien común universal” y eso requiere una autoridad mundial, n. 137 y la Caritas in Veritate n. 67 pide esta reforma de la ONU para que pueda disponer de la “facultad de hacer respetar sus decisiones”, ejerciendo un poder efectivo en el ámbito de la seguridad, la justicia y el respeto de los derechos. El “gobierno de la globalización debe ser de tipo subsidiario” (Caritas in Veritate, n. 57).

 

  1. El documento de la Comisión Episcopal de Pastoral Social “La Iglesia y los Pobres” (21-febrero-1999) n. 66, propone la creación de un foro internacional de carácter representativo que tuviera autoridad para dirimir en diversos conflictos en los intercambios económicos y comerciales de los diferentes países, o al menos como instancia moral como punto de referencia para la opinión pública. Un foro de este tipo sería también conveniente para la coordinación de las ayudas a las emergencias, y a los proyectos de desarrollo, y para la supervisión de las ayudas destinadas a gobiernos u otras organizaciones.

 

  1. La crisis económica actual pone de manifiesto como los movimientos de capital trascienden el marco estatal… la coordinación llevada a cabo por la instituciones europeas e internacionales no acaba de encontrar su lugar y destacan las respuestas políticas acordes con los intereses nacionales… se reduce el margen de decisión política de los gobiernos de los Estados más afectados por la misma… el Papa demanda un mayor protagonismo del Estado para la ‘solución de la crisis actual’… (Caritas in Veritate, 25 y 32)… la preferencia por formas de intervención pública que dejen dominio a la iniciativa social frente a las planificadoras o dirigistas, y modos de intervención del Estado central que permitan otras entidades supra e infra estatales … la economía de mercado requiere un marco institucional, jurídico y político que garantice la seguridad en el ejercicio de la libertad individual y la propiedad, un sistema monetario estable y unos servicios públicos eficientes, evitando la corrupción de los poderes públicos y las fuentes ilícitas de enriquecimiento; el Estado también vigila y encauza el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico… el Estado ejerce, además funciones de suplencia en situaciones excepcionales” (33).

 

  1. Juan Pablo II en la Sollicitudo Rei Socialis n. 16 nos recuerda “la responsabilidad de las naciones desarrolladas”. “La ayuda internacional ha de: 1)’consolidar sistemas constitucionales, jurídicos y administrativos’ en países que carecen de ‘estos bienes’; 2) ‘reforzar las garantías propias de un Estado de Derecho’…; 3) ‘consolidar instituciones verdaderamente democráticas’ (Caritas in Veritate, 41). Se advierte la falta de respeto a los derechos de los trabajadores y del desvío en las ayudas internacionales (Caritas in Veritate, 22)… el hambre en los países pobres no depende tanto de la escasez material cuanto de la ‘insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional’ (Caritas in Veritate, 27)” (34).

 

  1. La erradicación de la pobreza en los países pobres depende en gran medida de sus gobiernos e instituciones sociales, de cómo estructuran sus economías y de si existe una genuina competición democrática por los cargos políticos. Las élites corruptas con frecuencia asolan a los países pobres. La Gaudium et Spes nn. 64-66 sostiene que el desarrollo debe permanecer bajo el control del hombre y no debe quedar en manos de unos pocos o de grupos económicamente poderosos en exceso, ni siquiera en manos de una sola comunidad política, ni de ciertas naciones poderosas, sino que debe respetar los derechos personales y la cultura de cada pueblo. Esta concepción cultural del desarrollo la subraya también Benedicto XVI, en la Caritas in Veritate n. 17 donde ve necesario generar un marco cultural y legal que favorezca una actitud de responsabilidad interna.

 

  1. La actual crisis ecológica precisa no sólo medidas medioambientales o soluciones meramente tecnológicas, sino una ética global, creando un consenso en valores morales universalmente aceptados. Es fundamental la visión que tenemos de la naturaleza para relacionarnos con ella de una u otra manera y sobre todo el lugar que ocupa la persona humana que no puede perder su identidad en el conjunto de los seres vivos, y tampoco considerar la naturaleza para su propia utilidad sin respetarla en sí misma. La naturaleza está ordenada y es buena en sí misma, como una realidad creada por Dios, expresión “de un proyecto de amor y de verdad”… “que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades… respetando el equilibrio inherente a la creación misma” (Caritas in Veritate n. 48). El ser humano es cooperador de la creación, pero con dependencia del Creador.

 

  1. Benedicto XVI en la Caritas in Veritate n. 11 nos alerta del peligro de reducir la presencia pública de la Iglesia solamente a las actividades caritativas que realiza y defiende la necesidad de que la Iglesia mantenga un constante diálogo abierto y transparente con el mundo actual en todos los ámbitos y en particular en lo que se refiere a la solidaridad entre los pueblos en la búsqueda de nuevos caminos para un desarrollo humano integral.

 

 

  1. Una misión que asuma los desafíos de la interculturalidad y la solidaridad.

 

 

La Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española “Actualidad de la Misión Ad Gentes en España” n. 22 nos recuerda que “el mandato misionero del Señor tiene su fuente en el amor eterno de la Santísima Trinidad: la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre. Y el último fin de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 849-852)”.

 

Jesús, el primer misionero, enviado por el Padre, ungido por el Espíritu Santo, realizó su ministerio en la tierra entregado al anuncio del Evangelio del Reino, para que los hombres reconocieran el amor del Padre y vivieran la conversión como experiencia de filiación y fraternidad. Su filiación eterna se hace carne en la historia y la realiza como entrega constante en favor de los otros, de los más necesitados y menesterosos, participando de los dramas de la historia humana” (35).

 

El Espíritu, también presente en la creación desde sus orígenes, fue el autor principal del misterio de la encarnación en el seno virginal de María hecho “por obra del Espíritu Santo”, y acompaña a Jesús, ungiéndolo en el bautismo para la misión y la entrega de su vida en la cruz. En la fuerza del Espíritu es resucitado y en su gloria se hace presente como fuente permanente de salvación. Jesús se presenta como el ungido y enviado por el Espíritu, armonizando tres de los aspectos de la misión del profeta: ha sido enviado; con la fuerza y unción del Espíritu; para anunciar la Buena Noticia a los pobres. Esta misma misión es la que Cristo comunica a los apóstoles que son enviados con la fuerza del Espíritu para anunciar el Evangelio (cf. Jn 20,21-23; Lc 24,48-49; Hch 1,8)” (36).

 

Este Espíritu es el mismo… que actúa en la Iglesia… el Espíritu quien en Pentecostés infunde en la Iglesia Apostólica el coraje de la misión, para que mediante el anuncio del Evangelio reconcilie a los pueblos y se haga presente entre todas las razas y culturas,… el cristiano se acerca con confianza al corazón de cada persona concreta, consciente de que el Espíritu llegó antes” (37).

 

Mientras se afirma la salvación universal de todos los hombres en Cristo y la presencia del Espíritu Santo en todo hombre creado a imagen de Dios. El hombre forma parte de la Iglesia a partir de su libre adhesión y no conviene confundir la influencia pública de la Iglesia con la acción universal del Espíritu de Dios (38). “Jesús trasciende su propia historia por su resurrección, a partir de la cual su presencia toma una dimensión cósmica. Y aunque su historia tenga relación con lo que él es, no lo limita. En cuanto Cristo resucitado está presente en todas las culturas. Lo cual no es verdadero de la Iglesia. Para ella la búsqueda de la universalidad ha de realizarse a través de los múltiples encuentros a lo largo de la historia con todo tipo de culturas” (39).

 

La fe en Cristo no es producto de ninguna cultura, su origen es una revelación de Dios. El corazón del mensaje evangélico supera y trasciende toda cultura (ICor 1,22-23). Cristo mismo ha vivido en una cultura particular, y a lo largo de su historia, la Iglesia se ha encarnado en ambientes socioculturales determinados. “La construcción del Reino no puede menos de tomar algunos elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas todas sin someterse a ninguna” (40), “…la Iglesia evangeliza cuando, por la fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (41).

 

La tarea de evangelizar que corresponde a la Iglesia universal se realiza a través de las Iglesias particulares, como nos lo indica Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi n. 62 “…esta Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares, constituidas de tal o cual porción de humanidad concreta, que hablan tal lengua, son tributarias de una herencia cultural, de una visión del mundo, de un pasado histórico, de un sustrato humano determinado”. “Las Iglesias particulares son protagonistas fundamentales de la acción misionera” (42).

 

En un mundo de una creciente interdependencia entre los pueblos, con sociedades cada vez más interculturales, con el imperativo de resolver los acuciantes problemas de la creciente pobreza de gran parte de la población mundial, que viven en situaciones dramáticas ¿cuál es el modelo de relación entre las Iglesias particulares que constituyen la Iglesia Universal entre ellas mismas, con las demás religiones, y con otros grupos humanos no evangelizados, o no creyentes?

 

El Nuevo Testamento usa diversas imágenes para hablar de la Iglesia: el templo, del que Cristo es la piedra angular (IPe 2,4-5), la vid (Jn 15,1-10), el cuerpo humano (ICor 12,12-13). Estas imágenes acentúan la centralidad de Cristo y la comunión que deriva al constituirse las Iglesias en torno a este centro de unidad y vida. La Lumen Gentium n.13 nos dice: “Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios… el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó congregarlos (cf. Jn 11,52). Para esto envió Dios a su Hijo… Todos los fieles dispersos por el orbe se unen en el Espíritu Santo a los demás”.

 

Nos recuerda Juan Pablo II en la Redemptoris Missio n. 20: “La Iglesia, además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los “valores evangélicos”, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a escoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que esta viva los “valores evangélicos” y esté abierta a la acción del Espíritu que sopla donde y como quiere (cf Jn 3,8); pero además hay que decir que esta dimensión temporal del Reino es incompleta, si no está en coordinación con el reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica”.

 

Somos una comunidad de peregrinos, que buscan y avanzan hacia la plenitud en Cristo, porque tal es la promesa de Dios, pero todavía no estamos allí. Tomar conciencia de nuestros límites va junto con nuestra apertura a los demás y al hecho de estar dispuestos al diálogo con ellos. La actitud de diálogo será una de las características básicas de toda respuesta religiosa a la modernidad” (43). “Sirviendo el Reino en una situación histórica y cultural determinada la comunidad evangélica se convierte en una Iglesia local… la comunidad debe implicarse con la gente- los pobres, los marginados… Jesús anuncia que el Reino de Dios ha llegado. Pero viene en humildad, propone la visión de una comunidad con nuevas perspectivas y nuevos valores (Mt 5-7) y fortalece a la gente en su lucha por esta nueva comunidad, pero no, como esperaba el pueblo, en términos políticos de poder y violencia. La comunidad evangélica está llamada a desempeñar el mismo papel profético” (44).

 

La misión de la comunidad cristiana consiste en asegurar la transmisión y el crecimiento de la fe en Cristo, en el corazón de su propia cultura en pleno proceso de cambio y en el intercambio y diálogo con otros grupos humanos o culturales diferentes. Será necesario retomar la iniciativa apostólica y fieles al mandato de Cristo (Mt 28,19-20) salir al encuentro del otro. “El contacto humano, amable, sincero, la oración, la actitud de acogida, de escucha, de apertura y respeto, la relación confiada, la amistad, la estima y otras virtudes, son la base sobre la que es posible construir una relación humana, una pastoral en la que cada uno se sienta respetado y acogido porque es, aunque no lo sepa, una criatura amada personalmente por Dios” (45).

 

Se necesita la fuerza para construir comunidades que posean un auténtico espíritu ecuménico y que sean capaces de un diálogo con las otras religiones; urge el coraje para sostener iniciativas de justicia social y solidaridad, que coloquen al pobre en el centro de interés de la Iglesia” (46).

 

Teniendo en cuenta el drástico descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas en Europa y en Norte América, hoy no hablamos sólo de una misión de norte a sur, sino de una misión de sur a norte, o de sur a sur, ya que hoy vemos que la mayoría de los misioneros vienen de África, Asia y América Latina. El misionero (consagrado, sacerdote o laico) se establece y encuentra su nuevo hogar en la Iglesia particular que lo acoge y se pone al servicio de esta Iglesia.

 

La capacidad del misionero para inserirse en una realidad nueva y asimilar sus características culturales, creando una relación de afecto y cercanía hacia la gente hasta el punto de que se conviertan en su nueva familia, hacen del misionero el prototipo de interculturalidad. Las comunidades religiosas cada vez más interculturales se hacen en sí mismas promotoras de la nueva realidad de fraternidad que el evangelio propone a la sociedad de hoy. Nuestras comunidades cristianas abiertas a compartir su fe y vida con otras comunidades e Iglesias particulares muestran en su capacidad de acogida y de relación a una Iglesia que es modelo y fermento del Reino en el mundo. La apertura de nuestras Iglesias al diálogo, a la colaboración fraternal con otras religiones o grupos no creyentes para la construcción de una sociedad más humana nos aúnan en ese Pueblo de Dios que guiado por el Espíritu de Jesús camina hacia la fraternidad universal en el encuentro con el Padre.

 

La animación misionera de nuestras comunidades cristianas, en el seguimiento del mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a todas las gentes, presenta las nuevas realidades de la Iglesia dentro de la problemática del mundo actual, y también las propuestas de cambio y de progreso que orientan la labor misionera.

 

 

Notas

 

  1. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in Veritate, Ed. San Pablo, Madrid 2009 p. 36, n. 19.

  2. Caritas in Veritate o. c. p. 41, n. 21.

  3. Prime Minister David Cameron’s speech en Munich Security Conference, Saturday 5 February 2011, setting out his views on radicalisation and Islamic extremism. www.Number10.gov.uk

  4. Caritas in Veritate o.c. n. 28.

  5. Pogge, Thomas. La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Ed. Paidós Ibérica S.A. Barcelona, 2005, p. 21.

  6. Moyo, Dambissa. Dead Aid: Why Aid is not working and How there is a Better Way for Africa. Farrar, Straus and Giroux, New York 2009 o Ed. Penguin 2010.

  7. Actualidad de la misión ad gentes en España. Instrucción Pastoral. Conferencia Episcopal Española, XCII Asamblea Plenaria, Madrid 28 de noviembre de 2008. Editorial EDICE, Madrid 2008, p. 34, n. 42.

  8. Actualidad de la misión… o. c. p.35, n.43.

  9. Actualidad de la misión… o. c. p. 28, n. 31.

  10. La Iglesia y los Pobres. Documento de Reflexión de la Comisión Episcopal de Pastoral Social (21 de febrero de 1994) pp.31-32, n. 20.

  11. Cardinal Joseph Ratzinger, Christ, Faith and the Challenge of Cultures. Given in Hong Kong to the presidents of the Asian bishops’ conferences and the chairmen of their doctrinal commissions during a March 2-5 1993 meeting. Internet.

  12. Maritain, Jacques, Religion et Culture. Paris 1968, p. 15.

  13. Juan Pablo II, Diálogo entre las culturas para una Civilización del Amor y la Paz. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2001, 6).

  14. Tornos Cubillo, Andrés, Inculturación. Teología y Método. Editorial Descleé de Brouwer, 2001, p. 277.

  15. Inculturación. Teología y Método… o. c. p. 278.

  16. Inculturación. Teología y Método… o. c. p. 275.

  17. Caritas in Veritate… o. c. p. 65, n. 33.

  18. Religion et Culture... o. c. p. 47.

  19. Religion et Culture… o. c. p. 43.

  20. Juan Pablo II, Alocución al “Consejo Pontificio de la Cultura” 20-V-1982 L’Osservatore Romano, 6-VI-1982.

  21. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Pontificio Consejo “Justicia y Paz” B.A.C. Madrid 2009, n. 194.

  22. (Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42; AAS 80 (1988) 572-573; cf. ID., Carta enc. Evangelium vitae, 32; AAS 87 (1995) 436-437; ID., Carta Ap. Tertio millenio adveniente, 51; AAS 87 (1995) 36; ID., Carta ap. Novo millenio ineunte, 49-50; AAS 93 (2001) 302-303) en Compendio de la Doctrina Social… o. c. p. 91 n. 182.

  23. Compendio de la Doctrina Social… o. c. p. 91, n. 183.

  24. Compendio de la Doctrina Social… o. c. p. 92, n. 184.

  25. Henri de Lubach, La eminencia gris de Benedicto XVI. Por Samuel Gregg en IGLESIA. Libertad Digital – Suplemento – 28 de mayo de 2008.

  26. Compendio de la Doctrina Social… o. c. p. 110, n. 196.

  27. Orientaciones para el estudio y enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes. Congregación para la Educación Católica – 30 diciembre 1988, n. 16

  28. Caritas in Veritate… o. c. p. 34, n. 18.

  29. Caritas in Veritate... o. c. p. 36, n. 19.

  30. Caritas in Veritate... o. c. nn. 35, 38 y 27.

  31. Caritas in Veritate... o. c. p. 76, n. 38.

  32. Vitoria, F. de, Relecciones De Indis y De Iure Belli (1539), ed. Unión Panamericana, Washington DC, 1963, pp. 230-231.

  33. Melé, Doménec, Castellà Josep Mª. El desarrollo humano integral. Comentarios interdisciplinares a la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI. Editorial ITER, Barcelona 2010, pp. 133-134.

  34. El desarrollo humano integral. Comentarios… o. c. p.137.

  35. Actualidad de la misión ad gentes… o. c. p. 22, n. 23.

  36. Actualidad de la misión ad gentes… o. c. p.24, n. 25.

  37. Actualidad de la misión ad gentes… o. c. p. 25, n. 25.

  38. Rovira i Belloso, Josep M., Fe y Cultura en nuestro tiempo. Ed. Sal Terrae, Santander, 1988, p. 105.

  39. Amaladoss, Michael. Al encuentro de las culturas. Cómo conjugar unidad y pluralidad en las iglesias. P.P.C. Editorial, Madrid 2008, p. 55.

  40. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (8 diciembre, 1975) Ed. San Pablo, Madrid 1995 5ª ed., p. 25, n. 20.

  41. Evangelii Nuntiandi… o. c. p. 24, n. 18.

  42. Actualidad de la misión ad gentes... o. c. p. 41, n. 55.

  43. Al encuentro de las culturas… o. c. p. 165.

  44. Al encuentro de las culturas… o. c. pp. 94-95.

  45. ¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia. Documento final de la Asamblea Plenaria, 11-13 de marzo de 2004, www.vatican.va p. 13.

  46. Orientaciones para el Sínodo sobre la nueva Evangelización. Sínodo de los Obispos, XIII Asamblea Ordinaria 2012. La nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Lineamenta. Internet.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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