Consagrado, conócete a ti mismo! Me sale espontáneo comenzar estas reflexiones en el Año dedicado a la Vida Consagrada, parafraseando la clásica escrita que se encontraba en el frente del templo de Apollo en Delfi: “Conócete a ti mismo”. Este año, en efecto, deberíamos tomarlo como una grande gracia - un kairós – para retornar a la fuente de nuestra vocación, un año especial para re-saborear “la seducción del primer amor y el ardor de nuestra misión”. Pero, cómo? Redescubriendo quiénes somos: consagrados y enviados.

** Ungidos por el Espíritu de alegría

En Cristo, el Ungido por el Espíritu con “oleo de alegría” , fuimos bautizados para ser testigos de alegría y de profecía y de comunión. Ser testigos de alegría y recuperar nota principal que nos caracteriza, la profecía…: a esta misión nos exhorta el Papa Francisco, en este Año de la Vida Consagrada. En el bautismo,– nuestra consagración ontológica - fuimos incorporados a Cristo Señor, que, en su Bautismo fue ungido por el Espíritu Santo, con oleo de alegría. La consagración de los Religiosos es la radicalización, la plenitud del bautismo. El propio Papa Francisco, una que otra vez, ha exhortado a los feligreses a que hiciesen memoria de la gracia de su bautismo, a comenzar de buscar la fecha en que recibieron aquel sacramento. Sabemos que el Padre Fundador, en el aniversario de su bautismo, se recogía en un retiro de gozo y de gratitud. Nosotros, me pregunto, conocemos aquella fecha? “La vida religiosa desarrolla en nosotros la consagración bautismal y nos configura de un modo especial con el misterio de la muerte y resurrección de Jesús “ (Const, 20) .

Se cuenta que una mañana, estando la Madre Teresa de Calcuta cerca de la puerta por la cual las Hermanitas de Caridad desfilaban una tras otra, presurosas para recomenzar la labor apostólica, quedó impresionada por una de ellas. Le notó una cara triste, malhumorada. La llamó. ¿Qué te pasa, hija?...La hermanita, en su turbación, no sabía qué contestar. “Mira, hija, prosiguió la Madre, con acentos de cariño y de energía a la vez:- con esta cara de funeral, no se puede salir al encuentro de los pobres! “

La alegría no se improvisa, no es efecto de una pintadita de cosmético. No se compra la alegría. La alegría no es cuestión de un temperamento alegre, un resultado de herencia genética…La alegría nace con la vida que hay en ti! Pregúntate cuánta vida hay en ti y tendrás la medida de tu alegría. Pregúntate cuáles sueños habitan tu alma y en aquellos sueños encontrarás tu alegría. Pero, cuidado!.. Los sueños del alma son como semillas, son “deuda y obligación” que tenemos con el Creador y con sus hijos: Hija no puedes salir al encuentro de los pobres con esta cara de funeral!.. Deberíamos preguntarnos a menudo: yo, soy testigo de alegría? Y deberíamos ser guardianes severos para con nosotros mismos a fin de que no arraiguen en nosotros las venenosas yerbas que desecan la verde pradera de la alegría: la superficialidad, la melancolía, la acedia, la apatía… A nadie sabremos anunciar la alegre noticia que está por despuntar el sol si no estamos vigilando en el puesto de centinela: “Centinela, cuánto queda de la noches?”

** Ungidos por el Espíritu de profecía

El Papa, en su exhortación apostólica, afirma que nosotros, los consagrados, tenemos – por así decirlo – una ventaja para ser testigos de profecía. En síntesis se expresa así: Ustedes hicieron profesión de servir a un solo Señor, no “a muchos amos”. “Servir a un solo Señor” : qué ventaja la nuestra. Qué gracia y qué compromiso ! Esa libertad que “ganamos” con nuestra profesión religiosa nos habilita a una entrega radical, afrontando con alegría el riesgo de la profecía.

Era el 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de Adviento. Aún faltaban siglos para el “adviento” de la teología de la liberación. Sin embargo en la Isla llamada La Española (Santo Domingo). Tras leerse el evangelio de San Juan, donde se dice: «Yo soy una voz que clama en el desierto» (Jn 1, 23), fray Antón de Montesinos subió al púlpito y dijo: “Esta voz dice que todos ustedes están en pecado mortal y en él viven y mueren por la crueldad y tiranía que usan con estas inocentes gentes. Digan, ¿con qué derecho y con qué justicia tienen en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, ustedes han masacrado? ¿Cómo los mantienen tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, en que incurren por los excesivos trabajos que ustedes les ponen y se les mueren, y por mejor decir, los matan ustedes, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tienen de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No están ustedes obligados a amarlos como se aman a ustedes mismos? ¿No entienden esto? ¿Es que no tienen sentimientos? Cómo están dormidos en un sueño tan letárgico? Tengan por cierto que en el estado en que están no se pueden salvar”.
El sermón causó el desasosiego de los conquistadores y autoridades que estaban presentes y la reacción en contra de los frailes, a quienes quisieron reprenderlos y exigirles a desdecirse públicamente de sus afirmaciones. Sin embargo, en el sermón del siguiente domingo fray Antón de Montesinos ahondó aún más su prédica anterior, como habían acordado en comunidad”.

** Ungidos por el Espíritu de comunión…

La comunión en la vida fraterna; la comunión en el apostolado misionero: qué gracia y qué tormento! Un chiste de los consagrados .Alguien preguntó: cuando una monja rezara mucho, pero mucho…qué pensaría Usted? Por cierto, es una santa monja, contestó. Y cómo definiría Usded una monja mártir? La que le vive a lado, contestó! En los Capítulos Generales celebrados en los últimos 40 años ha sonado, casi inalterada, la voz del autoconciencia de los Misioneros de la Consolata: el individualismo ha sido pecado capital de los Misioneros de la Consolata. Ser sinceros es el primer paso para el cambio! Pero todo cambio duradero no procede de un imperativo categórico. Una persona cambia cuando conoce y se enamora de su identidad, de su misión que “le exige el cambio”. El bautismo, la profesión en la Familia de los Misioneros de la Consolata para la misión ad gentes, nos reclama ser hombres de comunión. En el día dichoso de nuestro bautismo, hemos sido arrancados al individualismo e incorporados a Cristo: “nos hemos revestidos de Cristo“. Y en Cristo hemos sido incorporados a los hermanos y a las hermanas de todo el mundo…a comenzar de “este hermano del convento… de este mi hermano de mi comunidad!..”     La comunidad, o mejor, la vida en comunión fraterna, a la que hemos sido llamado, en la exhortación apostólica Vita Consecrata, ha sido descrita como “espacio humano, habitado por la Trinidad…”. En este año de la Vida Consagrada debemos saborear estas palabras…debemos dejarnos encantar y provocar: somos “espacio humano, habitado por la Trinidad…”!

Una comunión destinada a madurar en amistad. Sí, la consagración non hace amigos: amigos para la misión y dentro la misión.        

En los años ’96-98 fui responsable de nuestra Casa de Alpignano. La casa che acoge a nuestros Hermanos enfermos y ancianos. Linda experiencia que me llevó a estar muy de cerca a personas que habían gastado su vida en la misión. Unos cuantos de ellos habían salido – por así decirlo - de la mano del propio Padre Fundador , José Allamano. Recordaban sus gestos, sus palabras, su sonrisa. Entre otros conocí a P. Antonio Bazzacco. Hablaba muy poco y la enfermedad le repercutía en el rostro serio y sufriente. No lograba interesarlo mucho con mis chistes, con mi humor. Una vez nos encontramos casualmente los dos solos aguardando el ascensor para bajar desde el segundo piso a la Capilla para el rezo de la Hora Media. Me propuse de echar mano a un argumento para tantear su reacción. “Padre Antonio, porque no me cuenta algo del Padre Fundador?” . “Hay tantos libros que hablan de él”, fue la respuesta escueta. Intenté una segunda vez: “Es verdad, hay tantos libros, pero yo quisiera que Ud. me aludiera a algún episodio que tiene grabado en su memoria. Sea bueno, cuénteme algo”. Se quedó mirándome a los ojos. El ascensor, mientras tanto, subía y bajaba solicitado por otros hermanos del primer piso. El Padre Antonio, con fatiga, como pesando cada palabra que le salía de la memoria del alma me dijo: “ Mi mamá y yo, luego de un largo viaje en tren, llegamos al fin al Instituto de Corso Ferrucci. Después de unas horas, se nos presentó el Sr. Canónigo, José Allamano. Pocas palabras de presentación y mi mamá, escondiendo su inmenso dolor, casi fuese una debilidad, me entregó, niño, al cuidado del padre Allamano. Y repartió. El Fundador, leyendo en mi rostro la turbación y la conmoción que era imposible refrenar, posándome dulcemente la mano en el hombro me dijo: Mañana mismo escribirás una carta a tu mamá. Le dirás que aquí has encontrado otro padre que te quiere”. En mis adentros , iba reflexionando: “encontró a otro padre? Sí, encontró un padre y un amigo..!”  Mudos de palabra y el corazón hinchado bajamos los dos solos en el ascensor... Los ojos nos ardían de lágrimas no manifiestas…Nos dirigimos al comedor…

Muchos misioneros, con sus escritos, han evidenciado esta característica del Padre Fundador: ¡Era un padre y un amigo!

Los de la antigua generación, no hemos sido educados a la amistad. Eran otros tiempos. Tiempos de guerra y posguerra. Había que educarse a la energía, a aguantar, apretar los dientes y esforzarse en todo para prepararnos al apostolado misionero ad gentes. Nos educaban, sí, a ser buenos compañeros. Nos exhortaban a comportarnos como hermanos. Hermanos: palabra sagrada, ciertamente. Palabra cristiana y de incalculable peso. Palabra que, encarnada en la vida, pone en crisis pesantes estructuras que corren el riesgo de cristalizar situaciones de “status quo”, mecanismos sin alma entre “superiores y súbditos” (Mt 23,8). Sin embargo, esta palabra, este sublime valor, “somos todos hermanos”, debemos advertirlo, en nuestra existencia, como una realidad dinámica que urge, que impulsa a una plenitud mayor que ya es portadora del germen: El Maestro les dijo: “ustedes son mis amigos… les he llamado amigos…” (Jn 15,15).

Si notásemos que nuestras jornadas de hermanos, que viven codo a codo, sufren de cansancio, usura, desencanto, hay que sospechar que una causa, probablemente la más responsable, o sea que no estamos dando el paso de crecimiento de hermanos a amigos. Nuestra fraternidad no crecerá en toda su extensión y vitalidad si no desemboca en amistad. Y el peligro que incumbe es grave . El P. Allamano se definía a sí mismo “el hombre de los miedos”. No que fuera un cobarde. Era un realista, y por un fino sentido de realismo advertía que si no se vive de verdaderos hermanos-amigos, no se vive. El mundo ya nos ha descalificado y sentenciado como inservibles. Y aquí citaba el dicho popular, que nos pone la piel de gallina: “entran sin conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse”. El Allamano mismo cultivó la amistad. Ejemplo preclaro, pero no único la amistad con Camisassa. Y como padre de mirada que escrutaba el horizonte, misionero del “Ad Gentes”, educaba a los aspirantes a la vida apostólica: Ustedes tienen que aprender a amarse aquí, en los años de la formación, tanto hasta el punto de que un día sabréis dar la vida por el hermano. Está claro el mensaje: “Nadie tiene un amor más grande que el que está dispuesto a dar la vida por el amigo que ama” (Jn 15,13).

A este punto quisiera dirigirme a las nuevas generaciones de misioneros. Me pregunto: queridos jóvenes, ¿se están educando, desde los años de la formación al valor de la amistad? Miren que no es así de sencillo como se cree. La amistad es encanto del alma y compromiso que te hace sudar, es silencio y palabra, es palabra y gesto. Amigos son corazones que no se juzgan pero se perdonan y capacidad siempre nueva de revestir al amigo de la dignidad de hermano y de incorporar al hermano en la intimidad del amigo. Es viaje cotidiano fatigoso y apasionado, en la búsqueda del hermano (Cf Gn 37,16). Porque el hermano te ha nacido en las vísceras del Amor… de la Amistad.

Queridos jóvenes misioneros, permítanme decirles con mucha discreción y afecto que: WhatsApp, Facebook, Celular, son instrumentos de comunicación útiles y eficaces de vez en cuando, per ayunen de esta técnica. Ayunen para re-encantarse de la amistad. Ayunen para poder saciarse de una verdadera fraternidad, de miradas auténticas, de silencios que escuchan el alma. No se afanen por conseguir muchos títulos universitarios. No carguen muchas fotos en el Facebook. Usen mejor el tiempo libre, no se enquisten en una privacidad que desgasta y enmohece, que destiñe y aplana. ¡Salgan! ¡Salgan y carguen al hermano y a la hermana de carne y hueso en los profundos pliegues de su existencia! Si les costase mucho recorrer estos itinerarios, retomen su libertad y ábranse a otras perspectivas de vida. Perdónenme. Les he hablado así porque los quiero mucho!

 Expectativas para el Año de la Vida Consagrada

¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada? Se pregunta el Papa Francisco y nos preguntamos.

1. Que sea siempre verdad lo que dije una vez: «Donde hay religiosos hay alegría». Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.

Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento». También nosotros, al igual que todos los otros hombres y mujeres, sentimos las dificultades, las noches del espíritu, la decepción, la enfermedad, la pérdida de fuerzas debido a la vejez. Precisamente en esto deberíamos encontrar la «perfecta alegría», aprender a reconocer el rostro de Cristo, que se hizo en todo semejante a nosotros, y sentir por tanto la alegría de sabernos semejante a él, que no ha rehusado someterse a la cruz por amor nuestro.

 

En una sociedad que ostenta el culto a la eficiencia, al estado pletórico de salud, al éxito, y que margina a los pobres y excluye a los «perdedores», podemos testimoniar mediante nuestras vidas la verdad de las palabras de la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,10).

Bien podemos aplicar a la vida consagrada lo que escribí en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, citando una homilía de Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción» (n. 14). Sí, la vida consagrada no crece cuando organizamos bellas campañas vocacionales, sino cuando los jóvenes que nos conocen se sienten atraídos por nosotros, cuando nos ven hombres y mujeres felices. Tampoco su eficacia apostólica depende de la eficiencia y el poderío de sus medios. Es vuestra vida la que debe hablar, una vida en la que se trasparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo.

  • QUE ES LA ALEGRIA CRISTIANA:  

 Benedicto XVI la define así: “La alegría cristiana entonces se sostiene en esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, en la alegría y el dolor, en la salud y la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece en la prueba, en el mismo sufrimiento, y no se queda solo en la superficie, sino que está en el fondo de la persona que a Dios se confía y en Él confía”. Como ejemplo de esta alegría cristiana en medio de las pruebas, el papa destaca la figura de Santa Teresa de Calcuta, quien “vivía cotidianamente en contacto con la miseria, la degradación humana, la muerte. Su alma ha conocido la prueba de la noche oscura de la fe, y a pesar de ello siempre tuvo para todos la sonrisa de Dios”. (Benedicto XVI Angelus. 16 Dic 2007).

  • LA ALEGRIA EN LA SAGRADA ESCRITURA. 

La sagrada escritura es un canto a la alegría

  • Génesis: “Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno” (Gn 1, 31)
  • Isaías. “Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te constituyó, la alegría que encuentra el esposo con la esposa la encontrará tu Dios contigo” (Is 60,15; 62, 5)
  • San Lucas. “El ángel le dijo: No teman. Miren les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo” (cf. Lc 2, 10).
  • Los evangelios. Exalta de buena gana la alegría del sembrador y del segador; la del hombre que descubre un tesoro escondido; la del pastor que encuentra la oveja perdida o de la mujer que halla la dracma; la alegría de los invitados al banquete, la alegría de las bodas; la alegría del padre cuando recibe a su hijo, al retorno de una vida de pródigo; la de la mujer que acaba de dar a luz un niño.

Estas alegrías humanas tienen para Jesús tanta mayor consistencia en cuanto son para él signos de las alegrías espirituales.

  • La alegría pascual. No es solamente la de una transfiguración posible: es la de una nueva presencia de Cristo resucitado, dispensando a los suyos el Espíritu, para que habite en ellos. Así el Espíritu Paráclito es dado a la Iglesia como principio inagotable de su alegría de esposa de Cristo glorificado. 

SIGNOS DE LA ALEGRIA DE UN CONSAGRADO.  

  1. La alegría de ser persona: Hombre o mujer. “El hombre es el único ser amado y pensado por Dios” (Constitución Gaudium et spes. N°24). Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Antes de entrar en una comunidad somos personas. Por ello en un consagrada no debe haber nada de complejo de inferioridad, lejos de los consagrados expresiones como estas: “yo no valgo nada, yo no sirvo para nada, yo soy un obstáculo para mi comunidad, a mí no me tienen en cuenta, todos me miran extraño”. Debemos reconocer que sólo sobre una persona, sobre un cristiano se construye un consagrado. Las fallas en nuestra vida consagrada, son fallas en el ser persona, porque no pulimos nuestro temperamento, no tenemos dominio de nosotros. ¡Alégrate eres persona! 
  1. La alegría de ser llamados: “Yo te he llamado por tu nombre”, eres mío, me perteneces” (Is 43, 1). Oí una voz que decía a quién enviaré, quien irá de parte nuestra. “heme aquí envíame a mí” (Is 6,8), “no me habéis vosotros elegido fui yo quien los elegí” (Jn 15, 16). Sorprendidos muchas veces uno se pregunta porque a mí? ¿Qué vio Dios en mí para llamarme?, ¿No había en mi casa gente mejor? Repasemos nuestra historia personal, vocacional, cuanta gente a nuestro lado, sin embargo me llama a mí y le decimos al Señor, ¿porque a mí? porque quise, “el señor lo que quiere lo hace” (Sal 134, 6). “Llamó a los que él quiso” (Mc 3, 13). No les parece un motivo de alegría, no es para saltar de gozo y con la Virgen María decir: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 49)
  1. La alegría de servirle a Él con un carisma concreto. Las comunidades religiosas, son los diferentes rostros de Cristo y de la Iglesia. Pablo afirma: “el cuerpo es uno, cada miembro es importante”     (1 Cor 12, 12). Unos se dedican a servir con alegría en la educación, los enfermos, los ancianos, niños, jóvenes, pobres… etc. Otras veces con las limitaciones. Se es doblemente consagrado en la enfermedad y el sufrimiento. Las preguntas que en este momento me tengo que hacer es: ¿me siento feliz con mi carisma?, ¿con mi comunidad? ¿Hago posible la vida de mi comunidad o soy un obstáculo?, ¿en un cambio, veo que el Señor me llama a otro servicio? Los cambios duelen, pero engendran una nueva alegría, porque confirman el llamado del Señor. Nuestra preocupación no debe ser solamente nuestro carisma, sino buscar la meta que es la santidad, nos recuerda el Beato José Allamano.
  1. La alegría de mostrarle al mundo que vivo feliz (Cf. D.A N°219) Un medio concreto de mostrar que vivo feliz es con la puesta en práctica de los consejos evangélicos.
  • Frente a un mundo que persigue la libertad, que pide no tener normas, los consagrados proclaman la Obediencia pronta y alegre. Es preguntarle a Dios que quiere de mí, con un nombramiento, con este encargo.
  • Frente a un mundo de consumo: que tiene como lema utilice y bote, o amigo cuanto tiene cuanto vales, los consagrados proclaman la Pobreza, a ejemplo de Cristo que siendo rico se hizo pobre por nosotros. No es que vivamos arruinados, sino que sepamos utilizar las cosas en tanto y cuanto nos acercan o nos alejan de Dios.
  • Frente a un mundo erotizado, que banaliza la sexualidad, que tiene como lema: Conocerse – besarse – acostase, los consagrados vivimos la Castidad, que es cuidar de un amor puro, que es el Señor. Llevar bien nuestra castidad, para que la gente nos vean felices, no amargados, como añorando cosas.
  1. La alegría que contagia.
  • La Samaritana, contó lo que le había dicho el Señor.
  • La mujer al encontrar la moneda, hizo una fiesta.
  • El pastor al recuperar la oveja, la cargó en sus hombros.
  • Los discípulos al ver al resucitado, se llenaron de alegría.
  • Pensemos. Con mi vocación, con mi carisma, ¿soy motivo de alegría?  ¿A cuántas personas he encantado de Jesús? ¿Quién me ha dicho hermano, que tengo que hacer para entrar en su comunidad? Los que visitan nuestras casas, parroquias, casa de formación, ¿experimentan algo diferente? ¿O todo lo ven igual? Decía el papa Benedicto XVI: “El mejor testimonio para un joven es ver a un sacerdote alegre y comprometido con su misión”.
  • Recordemos que los consagrados tristes, aburridos, desmotivados no atraen, para qué una vocación así.
  • No tenemos fórmulas mágicas, no debemos caer en pesimismo contagioso, ni alentar espejismos triunfalistas. Sólo la fe en Dios y la alegría que los demás ven en nosotros, es el signo para evangelizar.

 Gracias consagrados misioneros. 

Portate l’abbraccio di Dio

 L’Anno della vita consacrata, che papa Francesco ha indetto a cinquant’anni dal decreto conciliare Perfectae caritatis, acquista una singolare risonanza nella prossima Giornata mondiale della vita consacrata, che celebriamo il 2 febbraio.

Ogni anno in tale contesto contempliamo il mistero della Presentazione di Gesù al tempio. E proprio dal racconto dell’evangelista Luca vogliamo prendere la prima parola su cui fermarci insieme: “I miei occhi hanno visto la tua salvezza, preparata da te davanti a tutti i popoli” (Lc 2,30-31). Non è forse questo che la nostra gente chiede alle persone consacrate? Occhi che sappiano scrutare la storia guardando oltre le apparenze spesso contraddittorie della vita, che lascino trasparire vicinanza e possibilità nuove, che illuminino di tenerezza e di pace. È questo che contraddistingue chi mette la propria vita nelle mani di Dio: uno sguardo aperto, libero, confortante, che non esclude nessuno, abbraccia e unisce. “Davanti a tutti i popoli” è l’orizzonte dell’amore e dell’offerta di sé che è chiesto ai consacrati e che essi testimoniano.

È vero quello che scrive papa Francesco nella sua Lettera a tutti i consacrati: “Dove ci sono i religiosi c’è gioia”. Ciò accade perché essi riconoscono su loro stessi, e in tutti i luoghi e i momenti della vita, l’opera di un Dio che ci salva con gioia. La stanchezza e la delusione sono esperienze frequenti in ciascuno di noi: benedetti coloro che ci aiutano a non ripiegarci su noi stessi e a non rinchiuderci in scelte comode e di corto respiro.

Rallegriamoci dunque per la presenza delle consacrate e dei consacrati nelle nostre comunità. Facciamo festa con loro, ringraziando per una storia ricca di fede e di umanità esemplari e per la passione che mostrano oggi nel seguire Cristo povero, casto, obbediente.

I Vescovi italiani ripongono grande fiducia in voi, sorelle e fratelli carissimi, soprattutto per il contributo che potete offrire a rinnovare lo slancio e la freschezza della nostra vita cristiana, così da elaborare insieme forme nuove di vivere il Vangelo e risposte adeguate alle sfide attuali.

“Mi attendo che svegliate il mondo”, dice ancora papa Francesco nella sua Lettera. “Mi attendo non che teniate vive delle ‘utopie’, ma che sappiate creare ‘altri luoghi’, dove si viva la logica evangelica del dono, della fraternità, dell’accoglienza della diversità, dell’amore reciproco. Monasteri, comunità, centri di spiritualità, cittadelle, scuole, ospedali, case-famiglia e tutti quei luoghi che la carità e la creatività carismatica hanno fatto nascere, e che ancora faranno nascere con ulteriore creatività, devono diventare sempre più il lievito per una società ispirata al Vangelo, la ‘città sul monte’ che dice la verità e la potenza delle parole di Gesù” (Lettera a tutti i consacrati, II,2). È una grazia che chiediamo per tutti in questo Anno della vita consacrata.

Desideriamo intensamente che in questa occasione risalti con chiarezza il valore che la vita consacrata riveste per la Chiesa e anche per il mondo. La scelta della castità consacrata, che si sostiene e alimenta solo in Dio, non è una fuga dalle responsabilità della vita familiare, ma testimonia la via di una diversa fedeltà e fecondità, con cui le persone consacrate si legano all’amore assoluto di Dio per ogni uomo affinché nessuno vada perduto. Allo stesso modo, i consigli evangelici della povertà e dell’obbedienza testimoniano, in un mondo tentato dall’individualismo egoista, che si può vivere conformati in tutto a Cristo, così da ordinare all’intimità con Lui il proprio rapporto con se stessi, con gli altri e con le cose. Da questa radice sboccia l’esperienza gioiosa della fraternità, sogno di Dio per l’umanità intera. Anche questa è profezia: grazie allo Spirito di Gesù, possiamo vivere gli uni per gli altri, nella ricerca del bene comune e nell’accoglienza delle differenze. Rovesciando così numerosi criteri e parametri che sembrano insuperabili nel loro dividere l’umanità in fortunati e sfortunati, degni di vivere e condannati a soccombere, integrati ed esclusi, la vita consacrata mostra come la verità del potere sia il servizio, la verità del possesso sia la custodia e il dono, la verità del piacere sia la gratuità dell’amore. E la verità della morte sia la Risurrezione.

Per una felice coincidenza, in questo anno giunge a compimento anche il cammino che vede la Chiesa che è in Italia avviata verso il 5° Convegno ecclesiale nazionale, che si celebrerà a Firenze dal 9 al 13 novembre 2015 sul tema “In Gesù Cristo il nuovo umanesimo”. Per vocazione e missione  i consacrati sono chiamati  a frequentare le “periferie” e le “frontiere” dell’esistenza, dove si consumano i drammi di un’umanità smarrita e ferita. Sono proprio le persone consacrate, spesso, il volto di una Chiesa capace di prendersi cura e ridonare dignità a esistenze sfruttate e ammutolite, a relazioni congelate e spezzate, perché la persona sia rimessa al posto d’onore riservatole da Cristo. L’opera di tante persone consacrate  diventi sempre più il segno dell’abbraccio di Dio all’uomo e aiuti la nostra Chiesa a disegnare il “nuovo umanesimo” cristiano sulla concretezza e la lungimiranza dell’amore.

L’Anno della vita consacrata – è bene sottolinearlo – non riguarda soltanto le persone consacrate ma l’intera comunità cristiana, e il nostro desiderio è che costituisca una propizia occasione di rinnovamento e di verifica per i singoli Istituti così come per le diverse realtà ecclesiali. Il segno che avremo saputo cogliere la grazia in esso contenuta sarà la crescita della comunione e della corresponsabilità nella missione fino agli estremi confini dell’esistenza e della terra.

Con questo auspicio rinnoviamo la profonda stima e gratitudine a tutte le persone  consacrate, sentinelle vigili che tengono accesa la memoria di Cristo nelle notti fredde e oscure del tempo, splendida ricchezza di maternità e di paternità spirituali, che rendono visibile e desiderabile la bellezza di appartenere totalmente a Cristo e alla sua Chiesa.

 Roma, 26 gennaio 2015

Memoria dei Santi Timoteo e Tito

 

Il Consiglio Permanente della Conferenza Episcopale Italiana

 

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