Esta ha sido mi vocación y misión:
“la llamada al amor”.
Dios estuvo constantemente conmigo,
me ha considerado siempre como su amigo íntimo,
para ayudarme a desarrollar y vivir esta misión
que Él mismo me dio a mí y a cada uno de ustedes,
tesoro, el más precioso, junto con la vida...,
“hacerlo conocer y amar por todo el mundo”.
Terminada mi misión en este magnífico y maravilloso mundo
estoy recorriendo los últimos pasos sobre el puente que nos une al otro mundo,
todavía más misterioso y fabuloso: allí Dios me está esperando.
Hoy,
cuando tengo aún el dominio completo de mis facultades mentales
y de mi corazón, siento la necesidad no sólo de saludarlos a todos
sino también de manifestarles mis más profundos sentimientos de gratitud
por haberme acompañado y sostenido en mi preciosa misión,
no sólo con palabras sino también con el mucho cariño
con que nos hemos siempre tratado.
Mientras les agradezco, los invito, una vez más, a glorificar conmigo a Dios
por todo lo que ha hecho por mí y por mi misión,
especialmente por el regalo de la Vida
y el tesoro precioso de la vocación universal al amor “a Dios y al prójimo”,
y haberme conservado, instante tras instante, en su amor infinito.
En el preciso momento,
cuando el alma y el cuerpo se despiden y separan amigablemente:
el alma va directamente al cielo
mientras el cuerpo, también él bello y consagrado por el bautismo
y por los otros sacramentos,
creado para la resurrección,
después de transcurrir un tiempo como “ceniza enamorada”,
será resucitado porque Jesús es la “resurrección y la vida”.
Son momentos tan importantes que se hace evidente la presencia
de Dios, el Padre Creador, de Jesús el Hijo Redentor, y del Espíritu Santificador.
No se debe hablar ni de muerte, ni de luto, ni de lágrimas
porque son momentos de fiesta por el regreso a la casa del Padre;
como el hijo pródigo, también yo, acogido y abrazado,
estaré participando de esa fiesta solemne con música, cantos y baile.
Yo,
en mi regreso a la casa del Padre desde donde vine,
en plena fiesta, al entrar en la nueva morada,
no les digo ningún “adiós” sino muchos “hasta luego”
esperándolos para abrazarnos
en la plenitud y felicidad del amor infinito de Dios.
Queridísimos, les aseguro que los amo como siempre y aún más
y me siento feliz repitiéndoselo.
Los seguiré amando desde arriba y ustedes a mí desde abajo.
A LA CASA DEL PADRE
Y NUESTRO FUTURO ENCUENTRO
En verdad es cosa buena y justa,
nuestro deber y fuente de salvación,
darte gracias, siempre y en todo lugar,
Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno.
por Cristo, Nuestro Señor.
En Él brilla la esperanza
de la feliz resurrección;
y así, aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y, al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el Cielo.
Desde hace cuatro años el P. Aldo Bona había dejado lista esta carta-testamento
para ser publicada el día de su muerte.
Ya él mismo la había enviado a algunos amigos y familiares.
P. Bona regresó a la casa del Padre (como él mismo dice)
el 18 de octubre 2006