Este sistema llevaba a los alumnos a la hipocresía, a la falsedad, a ser sepulcros blanqueados. El muchacho tenia que dividirse en seis partes y por eso tenía como seis cajones para responder a cada uno de los formadores:
- El Asistente: era le jefe del grupo que estaba siempre con ellos;
- El Enseñante: tenia entre cuatro y cinco horas de contacto diario con los alumnos;
- El Vicerrector: era como un prefecto de disciplina;
- El Rector: era la cabeza del Seminario; estaba por encima de todos;
- El Director Espiritual: velaba por el fuero interno;
- El Confesor Ordinario: la confesión semanal era
obligatoria. ¡Esto era una criminalidad!
Esto obligó a cambiar toda la estructura de la Formación: se exigía que el Formador fuera formidable y si no lo era debía ser formado para ello. Surgió la necesidad de una fuerte interacción entre todas las personas del Seminario, desde el portero hasta el rector. El personaje central de la formación era el seminarista, todo lo demás estaba a su servicio. Se instauraba el culto al formando, quien a su vez era responsable de su propia formación y contaba con los medios para lograrlo. Todo esto permitió una formación más integral, en beneficio de la unidad y del respeto a la persona.
Yo empecé a reunirme con los demás, a programar, a hacer la planeación anual. Los profesores estaban de acuerdo con migo, pero no así los superiores, quienes insistían que cada uno de los formadores debía conservar el papel que le era propio. Todo esto desató mucha polémica violenta. Después de seis años de Rectos del Seminario (1948 – 1954), fui trasladado a Colombia.
Le voy a contar algo acerca de mis años en la formación: yo no entré al Seminario para hacerme sacerdote, ni tampoco misionero, sino que entré para darle gusto a Segundo, un primo hermano mío que ya estaba en el Seminario. Mi abuelito quería que yo me hiciera Paulino puesto que en mi pueblo habían nacido los Padres paulinos y mi abuelo pensaba que yo podía ser uno de ellos, pero yo me fui con mi primo, aunque con un poco de pesar para con mi abuelo por no haberlo complacido.
Yo hice mi Noviciado entre los años 1934 – 1935 y tuve como Maestro al Padre Ferdinando Viglino. Fue el primer “hombre” que conocí en mi vida: ¡sacerdote y hombre formidable!
¿Y por eso digo esto?:
- Porque como Sacerdote era auténtico: no era muy piadoso externamente, pero como era en el altar, era en el comedor y en el patio; no tenía formas exhibicionistas sagradas.
- Tenía una cultura formidable, lo que demuestra una gran inteligencia. Esto se captaba de él en sus conferencias: nos indicaba libros, revistas, etc. Demostraba una gran capacidad para mantenerse al día.
- Sus conferencias formativas sobre la s Constituciones eran integradas con la formación humana y prácticamente eran tragadas por todos nosotros.
- En los contactos personales, que en el Noviciado eran muy frecuentes e importantes, se captaba su capacidad de empatía profunda para entrar en el interior del formando, de análisis y de síntesis. Se manifestaba como un verdadero Maestro.
- - Todo esto iba unido a un gran respeto por la intimidad de la persona. Mas que preguntar, él escuchaba con gusto lo que uno le decía, sin calcular el tiempo que empleaba para dialogar. Lo que le interesaba era la persona.
- Eran muy pocos los consejos que daba, puesto que se preocupa más por ayudar a la persona a ponerse en un marco de conceptos y de ideas que le facilitaran sus propias decisiones, las más convenientes.
- Fue el primero que me ayudo a autoanalizarme y a entender que yo era el primer responsable de mi Formación.
- Mantenía una serenidad única frente a las situaciones delicadas y una comprensión que infundía tranquilidad y sosiego.
- Yo no me había
abierto nunca con nadie tan profundamente como lo hice con él. Y debes tener en cuenta que yo ya tenía
veinte años. Yo me preparé durante siete meses para hablar con él, sin embargo él nunca me
exigió que hablara, nunca me violentó, siempre me respetó y espero. El día que charlamos, lo
hicimos desde las nueve de la noche hasta las dos de la mañana, paseándonos bajo el fresco de la noche y
luego sentados en el pasto. Casi todo el tiempo le hablé yo, mientras tanto él me escuchaba. A partir de
entonces yo empecé un diálogo formidable. Me volví un amigo íntimo de él y el de
mí. Siempre me conservó un cariño único. De los cinco o seis consejos que me dio cuando hice
la Profesión Religiosa, los que practiqué fueron fantásticos y los que dejé de practicar
fueron un desastre.
- a mejor garantía del futuro es hacer bien el presente.
- Si eres humilde, de aquella humildad que escoge lo menos, lo débil, serás casto. Humilde en pedir los permisos y actuar muchas veces aún en contra de tus gustos.
- Puedes prepararte un cilicio y después me lo muestras. Estas no son cosas extraordinarias. Él mismo hacia mucha penitencia y usaba el cordel.
- Mucha paciencia.
- Debes ser integro, o sea, abierto y sincero con tu Director Espiritual.
- Cada esfuerzo debe tener unidad de dirección y profundidad en algunos de los puntos. Debes amar mejor al prójimo y amarlo en la verdad, sin sentimentalismos.
- El progreso lo lograrás en proporción al esfuerzo personal.
- El espíritu religioso es espíritu de abnegación, de renuncia, de víctima.
- Toda turbación consentida es un obstáculo a la relación entre el “yo” y Dios.
- Afuera toda sensibilidad, guerra al sentimentalismo y al sensualismo en las relaciones con los demás.
El Asistente era el que hacia todo. Eran criminales porque castigaban mucho y también pegaban. El castigo era un medio ordinario para obtener la disciplina. Había mucha exigencia de estudio y mucha disciplina externa. Con el Superior se tenía poco contacto. Durante los primeros años los formadores tenían muy poco contacto con los alumnos, pero ya después del cuarto año de bachillerato había más contacto. No había ninguna atención para los casos especiales o sea para personas que presentaban situaciones particulares. Yo, por ejemplo, cuando entré al seminario venia del campo y no entendía nada de Análisis Lógico. Durante cuatro meses mi nota era toda cero. ¡Sabes que me dio ganas de llorar pensando en eso!
¡Cuatro meses sin saber qué era Análisis Lógico! ¡Siempre cero en la calificación! Y nadie me preguntaba qué era lo que me sucedía y yo no me atrevía a decirle nada a nadie. Luego vino la salvación para mí, puesto que separaron el curso. A un lado colocaron los malos y al otro los buenos. Yo quedé entre los malos. Nos pusieron como profesora a una monjita de la Consolata. Ella nos trató con mucho cariño y logró que yo aprendiera, en poco tiempo, Análisis Lógico. Te cuento que durante mucho tiempo fui profesor de Latín. Era notable la falta de atención por la persona y la gran preocupación por el grupo.
Yo era una persona muy alegre, me gustaba mucho el deporte, cantaba y silbaba. En quinto de bachillerato tuvimos un profesor muy bueno, el P. Lorenzo Bessone. Siempre estaba con nosotros y se preocupa mucho por cada uno. Le gustaba jugar con nosotros. Digo que era bueno a pesar de que tenia dos grandes defectos: mucha acepción de personas y castigaba muy fuerte y en público. Cuando entramos a Filosofía yo me sentí en otro nivel, puesto que uno ya razonaba un poco más. Los profesores eran mucho más humanos al interrogar y al pone tareas. Uno que otro se habría a la comunicación interpersonal. Tuvimos un Rector que era una incapacidad única como pedagogo, él era botánico.
Los Asistentes siempre estaban con nosotros. Teníamos un equipo de profesores que se relacionaba con nosotros y era, como ya dije, más humano. Algunos de nosotros leíamos el “carácter de Giber”, pero esto no estaba permitido. Los Asistentes iban chequeando para ver quién tenía ese librito. Los que eran descubiertos se les juzgaba como orgullosos y despistados. No se pensaba en nada de sexualidad ni de cuestiones humanas que tuvieran que ver con la psicología. Estudiar el carácter era algo fuera de contexto para un seminarista.
Recuerdo que para ducharnos nos hicieron unas pantalonetas bien largas, hasta la rodilla. Las mantenían dobladas dentro de un armario y cuando íbamos a la ducha a cada uno se nos entregaba una. Nadie podía ducharse desnudo, así fuera en ducha privada. La comida era bastante mala. Como cantidad era suficiente, pero como calidad, muy mala. Esto fue en tiempo de Monseñor perlo. Él necesitaba plata para mandar a África y además era una persona muy estricta, un gran economista y un verdadero dictador.
El Padre Barlassina revolucionó todo este sistema en el comedor. Antes comíamos en platos esmaltados y en vasos de aluminio. Las mesas eran de granito y sin manteles ni servilletas. Ahora usábamos manteles, vajilla de loza y vasos de vidrio. En el comedor se veían las botellas de vino, pan y palitroques a voluntad. Todo esto lo vimos por primera vez en el año 1932, cuando terminó la Visita Canónica. En aquella ocasión nos pusimos a gritar de alegría. ¡Y saber que después de la capilla, el comedor era el lugar más sagrado: lugar de sacrificio!
Monseñor Barlassina nos decía: “Yo lo quiero limpios, como el Padre Fundador nos quería, bien aseados y decentes”.
Del padre Allamano yo no tengo una experiencia positiva. Le tengo una gran antipatía a los consejos del final del ochocientos y de comienzos del novecientos que hablan de la pasividad de la persona y de la voluntad de Dios que debemos acoger como ciegos. Yo creo que Dios está esperando que yo actúe y trabaje. La forma de pasividad, ser como un cadáver, tal como lo proclamaba San Ignacio, yo no la puedo aceptar. Esto lo decía San Ignacio cuando hablaba del Voto de Obediencia y el P. Allamano lo tomó al pie de la letra. Yo ya borré de mi vocabulario la palabra resignación. Lo que no puedo evitar lo tomo y lo manejo. Resignarme es peder y esto es propio de los cobardes, de los que ya han perdido antes de empezar a luchar.
A mi me dieron una idea demasiado opresora del Fundador: todo era orden y silencio. Como si ante él todos fuéramos estatuas. De esta manera nos presentaron su figura y su doctrina. Solo se hablaba del Fundador y no de Dios, ni de Jesús, ni de la Palabra de Dios. Para mí lo único que puede hacer el Fundador es darle una interpretación específica al pensamiento y a la práctica de Jesús, en su modo de hacer las cosas. Yo tengo un amor entrañable a mi Comunidad y también al Fundador, a pesar de que me lo presentaron tan deformado. De la doctrina no hablo porque ésta es formidable.