La misión evangelizadora en el Congo hizo camino entre la inestabilidad, el desequilibrio y las secuelas de los conflictos armados que produjeron hambre y muerte quitando a los congoleses la posibilidad de un futuro mejor.
La tarea de los Misioneros de la Consolata llegados en 1972 fue entonces construir comunidades cristianas donde el evangelio fuera el centro de la vida como signo de consolación frente a la difícil situación desafiante.
Llegué a Kinshasa -capital del país, con 8 millones de habitantes-, en febrero del 2002, tiempo en que se buscaban a toda costa caminos de paz, y fue durante el año 2003 que se instauró un gobierno de transición que llevó al país a realizar sus primeras elecciones democráticas el 30 de julio del presente año.
Los desafíos misioneros en la ciudad son muy distintos a los que se presentan en el interior del país.
El trabajo misionero compartido con el pueblo congolés de la arquidiócesis de Kinshasa en parroquias de la periferia, en la animación misionera y vocacional, y en el acompañamiento formativo de la infancia y adolescencia misionera, ha sido una experiencia significativa que me ha enriquecido espiritual y culturalmente.
La Iglesia congoleña es una Iglesia joven que comenzó a vivir su ser misionero bajo el lema de “la Iglesia Familia de Dios reunidos en CEVB” (Comunidades Eclesiales Vivas de Base). Es una Iglesia activa, creativa y alegre, fuerte en sus expresiones inculturadas del Evangelio donde celebra la Vida en abundancia tanto en la liturgia como en la vida apostólica. Es una comunidad fraterna, comprometida en la promoción humana y social desde lo cotidiano, buscando ser fuente de agua viva para los que sufren; donde han surgido las más variadas formas de solidaridad evangélica. Iglesia Familia que vive su vocación como signo y testimonio del amor de Dios, donde el primer valor es el Hermano, al cual se lo acoge y se lo acompaña durante toda la vida.
Esta experiencia misionera en el Congo me ayudó a descubrir el verdadero rostro de la Iglesia universal vivida en comunión y fraternidad, un rostro nuevo que nace del corazón del bautizado centrado en la persona de Jesucristo.
Y es aquí donde una realidad geográfica, “en el corazón...”, se hace VIDA, vida para ser compartida.
Después de cuatro años y medio dejaré el Congo físico, para llevarlo en el corazón a la nueva misión de Costa de Marfil, donde buscaré de ser signo creíble de la Iglesia argentina frente esta nueva labor evangelizadora.