Caminos oscuros rondan nuestra vida. Es el enviado del Hijo quien nos muestra el Camino de la luz. Él, el amor del Padre y del Hijo, se entrega a sí mismo como amor ágape, amor que se da sin reservas, sin fronteras. Sólo porque de sí es amar. Es un misterio de amor.
Muestra quién está lleno de la presencia amorosa de Dios, aquel que más que con palabras, en sus obras refleja la llamada de Cristo que nos hace ser verdaderos hijos del Padre. Que encontrando al Hijo Redentor en el hermano, se vuelve dádiva de caridad, por la misma sed de Aquel amor que ama y quiere ser amado.
Es pues por el mismo Espíritu, que la misión so debe ser un simple anuncio, sino una entrega, un simple evangelizar, sino un deseoso obrar en, con y por el amor, que se da sin esperar: no es por el Cielo ni por el infierno.
Cualquier dificultad por más grande que parezca, se reduce a una nada, cuando nuestro único interés es amar.