La perfección la comenzamos a vivir cuando buscamos insistentemente la sensibilidad de la cual necesitamos gozar como don especial del Padre para con sus hijos; sensibilidad, no mundana (como la de quien se afecta por una simple discusión), sino una sensibilidad sobrenatural, es decir, una sensibilidad que lleva a una verdadera empatía con los otros, a comprender las alegrías y desdichas de nuestro prójimo, que nos impulsa a una entrega, no por que el otro tenga una necesidad, sino porque de sí -como el amor de Dios-, siente ese vivo deseo de amar a los demás porque existen, sin pedir nada a cambio, ni siquiera para que también nos hagan el bien: Cristo vivió su vida sin ninguna clase de interés.
Otro signo primordial del llamado a la perfección es la humildad como fundamento de la santidad. Darse sin mirar a quién, ciertamente cuesta mucho, pero es también muy hermoso cuando alcanzamos tan maravilloso don y nos donamos sin reservas. En verdad podemos vivirlo, aunque nos llegue la tristeza cuando no lo logramos porque no lo podemos comprender. Sería un error muy grande confundirlo con la sumisión o con la miseria, éste más bien se asemeja a la mansedumbre, a la sencillez de corazón, a la entrega de sí mismo, a la sinceridad y la transparencia.
La perfección actualmente se le ve “inmersa” en el fanatismo, ya que se le cree “perfecto” o “santo” a aquel que vive meramente una rigurosidad moral. Sin embargo, quien la reconoce verazmente, sabrá si la está viviendo o no, y, si conoce su llamado, emprenderá con perseverancia la búsqueda de ella.
No se conoce a alguien que haya sido o sea perfecto, excepto a Jesús quien con bondad nos presenta al Padre y nos envía al Espíritu, es por eso que en el emprendimiento de nuestro caminar debemos llevar como guía ejemplar al mismo Cristo, que nos hace la invitación a hacernos dádiva de amor siguiendo sus grandes enseñanzas, dejándonos penetrar por su gracia, que es la que fortalece nuestra alma y nos dispone corporalmente para empeñarnos en nuestra misión.
“Debemos ser lumbreras, debemos ser otros cristos, que iluminen el caminar de aquellos que no conocen o no pueden ver la ruta hacia su propia liberación de la esclavitud del pecado, de la opresión y de la exclusión”.