2. Desde la Iglesia primitiva hasta nuestros días
En la expansión del Evangelio fuera de sus fronteras originales, la Iglesia naciente, que nos trasmite el Nuevo Testamento, experimentó al vivo el reto que le presentaban las nuevas culturas. La inculturación, que es constante en su misión entre los pueblos, comenzó con el nacimiento de la Iglesia. La experiencia del mismo día de Pentecostés (Hech 2,9-11), el concilio de Jerusalén (Hech 15,1-19) y el discurso de Pablo en Atenas (Hech 17,22-34), son algunos de los acontecimientos más relevantes, que marcaron definitivamente la apertura de la Iglesia primitiva a todos los pueblos y culturas, sobrepasando las barreras del Israel histórico.
3. Orientación conciliar
4. Elementos fundamentales
La inculturación no es una adaptación exterior de textos, ritos, músicas y de cualquier otra expresión cultural. Debe ir más lejos, calando más hondo. Debe llevar a descubrir los significados y valores más profundos del alma de un pueblo. Mientras no se haga esto, no se habrá realizado un buen proceso de inculturación. En este sentido, Juan Pablo II escribe: “La inculturación presupone la íntima transformación de los valores culturales más genuinos por medio de su integración en el cristianismo y el arraigo del cristianismo en las culturas” (Redemptoris Missio 52).
Los elementos fundamentales del proceso de inculturación son dos: a) la fe, un núcleo doctrinal, el mensaje de Jesús, que ha sido revelado y transmitido históricamente y se presenta enraizado en diversas culturas; que se ha desarrollado a través de la historia y forma el patrimonio compartido y comunitario de toda la Iglesia; y que debe alcanzar todos los aspectos de la vida de los bautizados (pensamiento, comportamiento, expresiones e instituciones); b) la cultura, en sentido dinámico y vivo, sujeta a transformación permanente, pero que se mantiene fiel al núcleo de valores que la identifican; y no como algo material y repetitivo, de tal manera fijo que nunca puede cambiar.
5. Fundamentos teológicos
En primer lugar, se presenta como fundamento teológico el misterio de la encarnación del Hijo, considerado en su globalidad:
Dios que se hace uno de nosotros (Jn 1,49), asumiendo toda la realidad humana para purificarla, transformarla y liberarla. He ahí el marco de fondo de la inculturación (EA 60). En ese sentido, Juan Pablo II dijo a los universitarios portugueses: “La encarnación humana del Hijo de Dios es también una encarnación cultural” (Discurso en la Universidad de Coimbra, 1988). El misterio de la cruz nos indica, a su vez, el camino que hay que seguir en el proceso de la inculturación. Un camino de anonadamiento, de despojo, porque sin pasión no hay salvación. Sólo desde la cruz se puede hacer el discernimiento entre lo que es un valor y un antivalor.
A este respeto nos ilumina el texto paulino que nos habla de la anonadación y despojo de Cristo (Flp 2,6-9). El misterio pascual nos señala la función transformadora del Evangelio en una determinada cultura. Las culturas, al encontrarse con Cristo, no pueden continuar como antes, sino que se deben transformar y renacer.
Por último, el misterio de Pentecostés indica el resultado y el fruto de todo el proceso, es decir, la comunión universal dentro del respeto a las diversidades, la unidad en la diversidad (Ecclesia in Africa, n. 61).
6. Factor tiempo
La inculturación es la consecuencia lógica de la misión, anuncio de la acción de Dios en la historia de cada pueblo, que debe ser continuamente releída y recordada, de modo que se pueda interpretar de manera significativa en los nuevos contextos socioculturales.
Ciertamente, es también cuestión de tiempo. Las ciencias humanas nos enseñan que el factor tiempo es un componente esencial de los cambios culturales, por lo que, en nuestro caso, se exige paciencia histórica, la paciencia del agricultor. Hay que saber esperar activamente y comenzar el camino, conscientes de que el Espíritu Santo está junto a nosotros y nos guía en todo el proceso.
Terminando, diré que nos interesa la cultura porque somos evangelizadores, llamados a descubrir las semillas del Verbo presentes en la cultura de cada pueblo. El Evangelio debe ser continuamente inculturado para ser significativo y operante; y, con vitalidad siempre nueva, echar raíces dondequiera que se anuncie.
Para reflexionar y compartir
1. Estudiar el tema de la inculturación en las exhortaciones postsinodales Ecclesia in Africa, n. 59 (urgencia y necesidad); nn. 60-61 (fundamentos teológicos); n. 62 (criterios y ámbitos); y n. 63 (la Iglesia como familia de Dios); y Ecclesia in Asia, n. 21 (desafío de la inculturación); n. 22 (áreas de la inculturación); y n. 23 (vida cristiana como anuncio); y en la encíclica de Juan Pablo II, Slavorum apostoli, nn. 18-19 (el Evangelio y las culturas).
2. Responder a las siguientes preguntas:
¿Qué entendemos cuando hablamos de inculturación? ¿Por qué se habla tanto de inculturación?
¿Cuáles son los elementos fundamentales de la inculturación?
¿Indica y explica los fundamentos teológicos de la misma?
Desde el testimonio
El ejemplo eslavo de San Cirilo y San Metodio.
En la evangelización de los pueblos eslavos, en el siglo IX, los hermanos San Cirilo y San Metodio ocupan un lugar destacado, y son modelos en el encuentro del Evangelio con las culturas de esos pueblos. Numerosas fueron las dificultades con las que se enfrentaron los dos evangelizadores a causa de la mentalidad hostil que la jerarquía mantenía en relación con el proceso de inculturación, especialmente en la liturgia, no comprendido ni aceptado en Occidente. Al esfuerzo de adaptación a la cultura practicado por Cirilo y Metodio se debe la fijación, por escrito, de la lengua morava (“alfabeto cirílico”), la traducción de la Biblia y de los textos litúrgicos y catequéticos, y la preparación adaptada del clero local.
Desde la oración
Gracias, Padre, porque nos haces comunidad de hermanos. Gracias por cada hermano en particular, que es para nosotros un regalo inmerecido y gratuito, una posibilidad para encontrarte y amarte en los gestos sencillos que hacen construir cada día la comunidad.
Gracias, Padre, porque nos enseñas que el Mundo Nuevo que todos queremos comienza en esa humilde fraternidad que cada día, con tu ayuda, queremos construir, donde el amor, el servicio y la cercanía a los más pobres son ya signos de tu amor. Gracias porque eres nuestro Padre por encima de barreras culturales, religiosas, ideológicas o económicas y porque nos haces hermanos.